Tres chales y un piso albergan los más elitistas garitos de juego clandestino

Tres elegantes chalés y un piso situado en un lujoso edificio esconden de los curiosos los templos madrileños del juego privado de élite. Falcon Crest, El Tiro, Cotton Club y El Jockey, las casas de juego más famosas de los últimos años, han dejado paso a otras más recientes y discretas: Florida Gallery, El Pío, Darro o Tomás. Entre estos cuatro garitos -clandestinos, pero menos- se reparten los beneficios, y también las cargas, del grupo más selecto de lo que ahora se llama ludópatas y antes se conocía como burlangas.

Un centenar escaso de personas constituye el grueso de la client...

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Tres elegantes chalés y un piso situado en un lujoso edificio esconden de los curiosos los templos madrileños del juego privado de élite. Falcon Crest, El Tiro, Cotton Club y El Jockey, las casas de juego más famosas de los últimos años, han dejado paso a otras más recientes y discretas: Florida Gallery, El Pío, Darro o Tomás. Entre estos cuatro garitos -clandestinos, pero menos- se reparten los beneficios, y también las cargas, del grupo más selecto de lo que ahora se llama ludópatas y antes se conocía como burlangas.

Un centenar escaso de personas constituye el grueso de la clientela de estos locales. Todos dicen querer "disfrutar en paz" de una pasión algo excéntrica: apostar dinero (a lo que sea y cuanto más mejor), pero hacerlo con la emoción extra de una posible visita de la policía. Sólo hay una condición para acceder a jugar una partida clandestina: garantizar que se responderá de lo que se considera una pérdida razonable: 250.000 pesetas por partida. Si eso se puede demostrar, para participar basta con conocer a alguno de los habituales de estos garitos.Póquer, bacará, señora (una especie de black-jack), parchís, mus, gin-rummy, dominó... La lista de juegos a los que se puede acceder en estos clubes es completísima. Con una particularidad: nunca una apuesta es de cuantía menor a 5.000 pesetas. El billete de 1.000 no existe físicamente; nadie habla de que ha ganado o perdido 100.000 pesetas, sino 20 duros, 30 duros. "Eso no quiere decir que sea caro", dice M. R., un sesentón famoso en el ambiente por su afición a silbar en pleno envite. "Si lo comparas con otros vicios, como ir al casino, es un regalo. A mí allí me resulta imposible ganar, a pesar de que sus defensores dicen que jugar allí es una inversión".

Camuflados como casas normales, los locales están situados en lujosas zonas residenciales (El Viso, La Florida, Chamartín), y todos ofrecen un aspecto razonablemente normal y tranquilo. Una casa con jardín en una calle poco transitada es el emplazamiento ideal.

Las cinco de la tarde

La hora del comienzo de las partidas suele ser las cinco de la tarde. En ese momento, los Mercedes y BMW de los clientes empiezan a agolparse ante las puertas. Los aparcacoches dejan su siesta y su escondrijo y los porteros se sitúan frente a las pantallas que les permitirán ver si el recién llegado es habitual, extraño o policía. Pero rio hay necesidad de contraseña para entrar. Todo es bastante menos estremecedor de lo que la palabra clandestino da a entender."Todo el ambiente del juego sabe que nuestra clandestinidad es muy relativa", explica A. C., dueño de El Pío, uno de los garitos de más éxito. "La policía hace tiempo que no nos molesta, pero sabe perfectamente quiénes somos". A pesar de ello, ni los jugadores ni los dueños de los establecimientos desean que su identidad sea revelada.

Las partidas se juegan con las fichas que reciben los jugadores contra la firma de un vale. Los créditos que dan las casas nunca son menores a 300.000 pesetas. La tarifa por dos horas de póquer en Madrid oscila entre las 10.000 y las 15.000 pesetas. Al final de la jornada, que algunas veces se prolonga por espacio de 12 horas, estos clubes pueden llegar a ingresar 500.000 o 600.000 pesetas.

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"El pago de la cuota a la casa es una contribución que da derecho a bebida, comida y teléfono, y en algún caso extremo de maratón, a ducha y toallas limpias", explica E. M., un asiduo al Florida Gallery, que es conocido así en alusión a la profusión de pinturas que exhiben sus paredes y a que casi todas provienen de un rico jugador al que el bacará menguó el ánimo coleccionista.

"Pero el negocio no es en absoluto un chollo", afirma convencido J. M., relaciones públicas que ha pasado por varios negocios de juego. En su opinión, los impagos son la moneda más corriente. "Nosotros tenemos desde septiembre a enero unos 70 millones de pesetas", dice mostrando una carpeta repleta de vales amarillentos, talones devueltos por los bancos y letras impagadas. "Pero la gente se ha acostumbrado a no pagar cuando pierde y es difícil amortizar los gastos. Tienen más vicio que dinero. Sólo paga un 20% de los clientes habituales. El resto juega al desquite o al yate". Lo cual significa, en el primer caso, que sólo pagarán cuando se recuperen jugando, y en el segundo, ya te veré.

Ninguno de estos clubes de clara a Hacienda sus ingresos, ysus empleados no cotizan a la Seguridad Social. "Estaremos fuera de la legalidad", asegura uno de los responsables de El Pío, "hasta que la Administración no nos permita formalizar nuestra situac'ón".

Según la mayoría de los jugadores y dueños de estos locales, el mayor opositor del juego privado de la capital es el Casino Gran Madrid, situado en Torrelodones. El punto culminante de la competencia terminó hace unos tres años, cuando miembros de la Brigada del Juego entraron, invitación en mano, en un chalé de La Florida donde había más de 300 personas.

Aquella actuación policial fue promovida por una querella de la Asociación de Casinos. "Ése fue el único acto formal que hemos entablado contra el juego clandestino", recuerda un portavoz del Casino Gran Madrid. Pero el juez Luis Lerga, que firmó la orden de registro, decidió sobreseer el caso. Desde ese momento, el juego privado se encuentra en una situación de vacío legislativo.

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