Editorial:

El avestruz

EL VIAJE del presidente del Gobierno y cinco de sus ministros a Rabat para celebrar la primera de las reuniones anuales previstas con sus homólogos marroquíes se enmarca dentro de la política de buena vecindad privilegiada que debe practicar España con su entorno. Las relaciones oficiales hispano-marroquíes son buenas: los interlocutores meridionales comprenden lo inevitable de la nueva política hispana de visados. Todos tienen los mejores deseos de resolver el problema de los marroquíes residentes legal o ilegalmente en España.Está claro que la política de Madrid de ayudar al desarrollo econó...

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EL VIAJE del presidente del Gobierno y cinco de sus ministros a Rabat para celebrar la primera de las reuniones anuales previstas con sus homólogos marroquíes se enmarca dentro de la política de buena vecindad privilegiada que debe practicar España con su entorno. Las relaciones oficiales hispano-marroquíes son buenas: los interlocutores meridionales comprenden lo inevitable de la nueva política hispana de visados. Todos tienen los mejores deseos de resolver el problema de los marroquíes residentes legal o ilegalmente en España.Está claro que la política de Madrid de ayudar al desarrollo económico de Rabat es por demás sensata. También es evidente que debe cuidarse en extremo el equilibrio político del reino alauí: a todos interesa la paz en el norte de África, porque lo que ocurra allí afecta directamente a la estabilidad en el Mediterráneo. La amistad tiene, por otra parte, la ventaja añadida de aplazar una y otra vez los problemas que plantean Ceuta y Melilla y las dificultades de la descolonización del Sáhara.

Lo malo de esta cumbre de Rabat es que se ha celebrado una semana después de que el Gobierno marroquí reprimiera sangrientamente una huelga general en Fez, Kenitra y Tánger e iniciara contra sus supuestos instigadores extranjeros unos procesos judiciales más que dudosos. El pragmatismo en política exterior tiene unos límites: no se puede conquistar la aceptación universal a base de blandura ni pueden resolverse problemas como los de Ceuta y Melilla adormeciendo a los interlocutores con la comprensión pasiva ante sus desmanes.

Produce cierto sonrojo que se presenten como reproches la ausencia del ministro del Interior en la delegación española o la simple mención de un compromiso de ambos Gobiernos de respetar los principios de la Declaración de los Derechos del Hombre. Hasta Francia, que no tiene precisamente un comportamiento basado en la ética en cuestiones internacionales, y que es el primer cliente y el primer proveedor de Marruecos, mantiene hoy tensas relaciones con Rabat. Otra cosa equivale a esconder la cabeza en la arena de aquellos desiertos.

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