Editorial:

Madrid como síntoma

LA 'BATALLA', de Madrid ha comenzado en el interior del partido socialista. Alguien está intentan do eliminar políticamente al presidente de la Comunidad, Joaquín Leguina. Alertado por lo que le había pasado a Rodríguez de la Borbolla en Andalucía, Leguina ha plantado cara y resiste el envite. Lo está haciendo con ardor, a la luz pública, y ello resulta tan insólito que su resistencia se ha convertido inmediatamente en un símbolo de alcance superior al del ámbito concreto en que se plantea.Tanto que las eventuales posiciones políticas de los contrincantes -su actitud ante los sindicatos; su p...

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LA 'BATALLA', de Madrid ha comenzado en el interior del partido socialista. Alguien está intentan do eliminar políticamente al presidente de la Comunidad, Joaquín Leguina. Alertado por lo que le había pasado a Rodríguez de la Borbolla en Andalucía, Leguina ha plantado cara y resiste el envite. Lo está haciendo con ardor, a la luz pública, y ello resulta tan insólito que su resistencia se ha convertido inmediatamente en un símbolo de alcance superior al del ámbito concreto en que se plantea.Tanto que las eventuales posiciones políticas de los contrincantes -su actitud ante los sindicatos; su política de alianzas; su estrategia respecto a la propia Comunidad de Madrid, a los ciudadanos o al próximo congreso del PSOE, etcétera- han pasado a segundo plano. Lo que se dilucida en Madrid es la posibilidad de decir lo que se piensa, aunque incomode al aparato y sin que al discrepante le vuele la cabeza. Ello explica la heterogeneidad de los apoyos cosechados por Leguina. Cuasi liberales, socialdemócratas o radicales; sindicalistas o presidentes de empresas y bancos públicos; militantes de a pie, consideran que la contienda es entre el pluralismo y el monolitismo.

José Acosta, presidente del partido en Madrid, comunicó a Leguina, secretario general del mismo, su intención de promover un nuevo candidato a la presidencia de la Comunidad. Si hubo razones que justificasen tal decisión -y es posible que las hubiera-, no fueron hechas públicas. Sólo cuando el conflicto ha desbordado los límites del partido y ha trascendido al resto de la sociedad se ha dicho que Leguina carece de suficiente tirón electoral, lo que se demostraría Por la progresiva pérdida de votos del PSOE en Madrid. Este argumento anula, desde luego, las posibilidades de otros muchos candidatos socialistas para el futuro inmediato. E incluso cabe cuestionar si en esa pérdida de votos han influido más los errores de Leguina o los de otros dirigentes del PSOE con mayores responsabilidades que él, y si para recuperarlos cuenta con más posibilidades Acosta (o alguien propuesto por él) o el actual presidente autonómico.

Junto a ello se ha insinuado (más que pronunciado explícitamente) que sus desmarques en episodios como el 14-D o el caso Guerra indican que Leguina ya no participa del proyecto mayoritario. Además se ha dicho que Acosta no pretende convertirse en candidato alternativo, sino patrocinar a un tercero, y que Alfonso Guerra (a Leguina le consta) nada tiene que ver con tal iniciativa.

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Es posible que así sea. Pero nadie podrá negar que, con o sin la intervención del vicepresidente, el intento de descabalgamiento de Leguina se parece bastante al culminado con éxito en la persona de Rodríguez de la Borbolla en el congreso del PSOE andaluz de marzo de 1988. Tampoco entonces se trataba prioritariamente de imponer a un candidato -acabó siéndolo Chaves como podía haber sido otro-, sino de privar al entonces presidente de la Junta de una plataforma política autónoma. En eso precisamente reside la esencia del denominado guerrismo: su práctica no consiste en proponer alternativas, sino demostrar quién manda.

Quien ayer habló por la radio, explicando los posibles móviles de Acosta, fue Juan Barranco, ex alcalde de Madrid. Este político bienintencionado dijo, sin decirlo, que quizá podría organizar una tercera vía que garantizase la unidad del partido en la Comunidad de Madrid. Esta solución significaría, de momento, la eliminación de Leguina, que es lo que una parte pretende conseguir y la otra evitar. La neutralidad de Barranco es, por tanto, bastante asimétrica.

La batalla electoral surgida en la Federación Socialista Madrileña demuestra una vez más que el aplazamiento, en nombre de la unidad, de las respuestas a problemas reales sólo contribuye a hacer más complicadas las soluciones y más improbable esa unidad. Es lógico que Felipe González, cuya autoridad en el PSOE es indiscutida, trate de evitar movimientos disgregadores dentro de su partido. Pero a partir de un momento dado, los aplazamientos estimulan, más que contienen, la división.

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