Cartas al director

Los cazaviejos

En verano me gustaba descansar a la sombra de los frondosos árboles del parque; casi siempre se sentaba a mi lado algún que otro ocioso jubilado y hablábamos de la poca vergüenza de la juventud y de otros temas igualmente gratos a las personas provectas. Se me llenan los ojos de lágrimas cuando evoco aquellos felices tiempos. Un día ocurrió algo terrible. Estaba sentado en mi banco favorito cuando, corriendo entre los parterres como un cortejo despavorido, apareció un anciano gritando: "¡Que viene doña Remigia, que llegan los cazaviejos!". Le pregunté la razón de aquel espanto y me explicó que...

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En verano me gustaba descansar a la sombra de los frondosos árboles del parque; casi siempre se sentaba a mi lado algún que otro ocioso jubilado y hablábamos de la poca vergüenza de la juventud y de otros temas igualmente gratos a las personas provectas. Se me llenan los ojos de lágrimas cuando evoco aquellos felices tiempos. Un día ocurrió algo terrible. Estaba sentado en mi banco favorito cuando, corriendo entre los parterres como un cortejo despavorido, apareció un anciano gritando: "¡Que viene doña Remigia, que llegan los cazaviejos!". Le pregunté la razón de aquel espanto y me explicó que doña Remigia, al frente de una tropa de subalternos que llamaban los cazaviejos, estaba dando una batida en el parque con el fin de reclutar pensionistass para su pestilente residencia de la tercera edad. En esto oímos los gritos con que la infame directora azuzaba a sus esbirros y corrimos a ocultarnos en lo más espeso (le la enramada. Ingenua pretensión, porque los duchos cazaviejos, con sus largas picas para hurgar en los follajes, presto nos sacaron del escondrijo y nos ataron a la quejumbrosa cuerda de abuelos capturados; todo supervisado por el ojo de buitre de doña Remigia, que luciendo botas de caballería y otros marciales arreos hinchaba jactancíosamente su dos arrobas de mamas mientras hacía restallar un rebenque sobre nuestras humilladas cabezas.Desde entonces soy huésped del hogar Dulce Remigia, de Matasapos del Páramo. Me alimento con mondas de patata y defeco encima de mis apiñados compañeros de cautiverio. Hoy lanzo este mensaje metido en una botella al inmundo riachuelo que lame los muros de este presidio, con la esperanza de que alguna vez llegue a manos clemente y constitucionales...

Recabando su indulgencia por haberme tomado la libertad de mandarle este cuentecillo inspirado en cuantos viejos penan, todavía hoy, en asquerosas cuando no siniestras residencia, le saludo con el mayor afecto-

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