Tribuna:EL OMBUDSMAN

Realidad y ficción

Ahora que se ha puesto de moda contraponer la opinión pública a la opinión publicada, tal vez sea ocasión de exponer la capacidad de los bulos para convertirse en material impreso. Existen bulos que entran en la historia y se convierten en verdades oficiales, y bulos que a pesar de ser desvelados se resisten a morir. Vuelven a surgir, como Nessie en el lago de Escocia, para saciar el hambre de las rotativas y, en ocasiones, para llegar al corazón sensible de las audiencias. Éste es el caso del niño inglés que sufre un tumor cerebral, le queda un tiempo de vida muy corto y al que le gust...

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Ahora que se ha puesto de moda contraponer la opinión pública a la opinión publicada, tal vez sea ocasión de exponer la capacidad de los bulos para convertirse en material impreso. Existen bulos que entran en la historia y se convierten en verdades oficiales, y bulos que a pesar de ser desvelados se resisten a morir. Vuelven a surgir, como Nessie en el lago de Escocia, para saciar el hambre de las rotativas y, en ocasiones, para llegar al corazón sensible de las audiencias. Éste es el caso del niño inglés que sufre un tumor cerebral, le queda un tiempo de vida muy corto y al que le gustaría entrar en el libro de los récords -Guinnes book of records- como la persona que ha recibido mayor número de postales de todo el mundo.Lo contaba en su columna 'Héroes y vecinos' Vicente Verdú, en El País Semanal del pasado 8 de julio, e incluía el nombre y la dirección del enfermo. El comentario de Verdú, que transformaba en material literario el contenido publicitario de su buzón de correos, ha irritado a algunos lectores cuya memoria de los bulos es más precisa que la que tenemos algunos periodistas, tal vez embotada por cierta saturación en el aluvión diario de informaciones, columnas, tertulias y pies de foto.

La trágica historia del niño inglés es exactamente igual a la que llegó a España en 1987, tras circular durante cinco años por todo el mundo. El bulo -entonces el niño era escocés y se llamaba Buddy- arrancó en 1982 en la prensa británica y corrió con rapidez por Estados Unidos, Australia y Canadá. Ronald Reagan, entonces presidente de Estados Unidos, envió su carta en 1983. EL PAÍS contribuyó con algún retraso -14 de junio de 1987- a difundir la petición del niño moribundo, aunque 14 días después informaba que el niño nunca existió. En aquel mes de junio de 1987 se recibían en una oficina de correos de Escocia 20.000 cartas diarias de todo el mundo dirigidas al enfermo imaginario. Los empleados de correos -contó este periódico- tuvieron que quemar más de 10 millones de tarjetas recibidas, producto de una de las campañas internacionales de desinformación más espectaculares que se recuerdan.

Tres años después la operación se repite. Al margen de la columna de Vicente Verdú, en la que la ficción es parte de la realidad, o a la inversa, a EL PAÍS ya ha llegado una carta de una conocida compañía de teatro, Els Joglars, que solicita la colaboración en la campaña por ayudar al niño enfermo. Un portavoz del grupo, con el que habló el ombudsman, señaló que lo habían hecho de absoluta buena fe y que ellos, a su vez, recibieron la petición del grupo Comediants. La cadena, a la que ellos añadían ingenuamente nuevos eslabones, cuenta con conocidos nombres de la cultura catalana y de solventes empresas comerciales.

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Rosa Montero, en una columna publicada en 1987, comentaba el caso de Buddy: "Y lo que me maravilla no es el hecho de que tan lacrimógena historia sea un invento, sino que el embeleco se haya mantenido en pie durante cinco años, dando la vuelta al mundo con la entusiástica ayuda de las instituciones y de los más encumbrados capitostes". Tres años después, los desconocidos promotores de estas inquietantes campañas desaflian la memoria de las personas y de los medios. ¿Vencerán? Los lectores críticos -alguno francamente indignado, como Santiago Cortés Heredia- inducen a pensar que no.

Usuarios y consumidores _Cuando el consumo se ha convertido en el motor de la historia, la publicidad es un carburante con diversos octanajes. El nivel de refinamiento de este material estratégico difiere según los suministradores, y a veces de manera sorprendente. La Federación de Usuarios Consumidores Independientes (FUCI) se vio sorprendida el pasado 23 de julio con la publicación en este diario de un anuncio en el que una empresa dedicada a la venta de viviendas en régimen de multipropiedad pregonaba su total identificación con los objetivos de la organización de consumidores de velar por los derechos de los ciudadanos. Días antes esta organización lanzaba una campaña para advertir a los consumidores sobre la compra de viviendas por el sistema de multipropiedad.

Agustina Laguna Trujillo, presidenta de la FUCI, llamó al ombudsman para quejarse de la facilidad con que la publicidad puede vampirizar cualquier mensaje, incluido el de una organización de defensa de los consumidores, y transformarlo en una operación comercial.

La presidenta de la FUCI, que ha anunciado que iniciará acciones legales contra la compañía que ha hecho uso indebido de su nombre, pedía una mayor atención de los medios de comunicación a la publicidad que difunden, a fin de no verse sorprendidos en operaciones de este tipo.

El control sobre los originales de publicidad existe en este diario, aunque tal vez la malla de seguridad debería ser más tupida para detectar a tiempo productos tan gruesos como el blic do. Por otra parte, EL PAÍS publicó, en el apartado de la sección de Opinión Cartas al director, la opinión de la FUCI ante lo que considera iina distorsión de su imagen y objetivos.

Hasta septiembre no reaparecerá esta columna: el ombudsman estará de vacaciones. Las cartas dirigidas al defensor de los lectores serán recogidas en la secretana y atendidas a partir del citado mes.

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