Editorial:

Ser o no ser suarista

TODO DA a entender que los agitados movimientos en busca de un lugar propio al sol político que han caracterizado la historia del Centro Democrático y Social (CDS) desde su aparición en 1982 han confluido esta vez en un terreno en el que está en juego el ser o no ser del propio partido. Su zigzagueante trayectoria -a caballo entre el modesto papel de bisagra y su constante aspiración a la alternancia- se manifiesta en la estrategia de sus alianzas: en el ayer inmediato, los pactos autonómicos y municipales con la derecha; en la actualidad, su política de colaboración con el PSOE....

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TODO DA a entender que los agitados movimientos en busca de un lugar propio al sol político que han caracterizado la historia del Centro Democrático y Social (CDS) desde su aparición en 1982 han confluido esta vez en un terreno en el que está en juego el ser o no ser del propio partido. Su zigzagueante trayectoria -a caballo entre el modesto papel de bisagra y su constante aspiración a la alternancia- se manifiesta en la estrategia de sus alianzas: en el ayer inmediato, los pactos autonómicos y municipales con la derecha; en la actualidad, su política de colaboración con el PSOE. Consecuente o coincidentemente, se ha producido una notable desorientación de su electorado potencial, que de momento ha confinado al partido de Suárez a las tinieblas del extraparlamentarismo en las comunidades autónomas de Galicia y Andalucía.La destitución de los dos consejeros del Partido Popular en el Gobierno de Canarias, presidido por el centrista Lorenzo Olarte, es un indicio -el último, por el momento- del estado de mudanza en que se encuentra instalado el CDS. Porque más allá del hecho concreto que la ha provocado -la supuesta deslealtad de los destituidos- el incidente sólo tiene explicación por la inoperancia de unos pactos que si parecían presagiar la definitiva formulación de la célebre mayoría natural anhelada por Manuel Fraga, pronto fueron políticamente deshechos por el acercamiento del CDS al área de influencia parlamentaria del PSOE. Un acercamiento que puede llegar a un acuerdo en la actual legislatura, tras la decisión constitucional de aceptar la fórmula del juramento de los cuatro parlamentarios de Herri Batasuna, lo que propicia aún más las alianzas tácticas.

Al margen de su acierto o desacierto, estos movimientos pendulares han tenido un coste político difícilmente soportable para el CDS: el goteo permanente de cuadros y militantes, desmoralizados por las sucesivas derrotas electorales y desconcertados por los cambios de rumbo de la dirección. El llamado Manifiesto de los 100, en el que un grupo de cualificados militantes de Madrid critican la línea política del partido, es la última manifestación del malestar interno. En su búsqueda desesperada de un espacio político propio y definitivo, el CDS corre el riesgo de quedarse sin seguidores y de perder a buena parte de sus votantes. Todo indica que este sector electoral está huérfano de una mayor definición táctica, estratégica y programática.

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