Tribuna:

'El basurero nacional'

JOSÉ MIGUEL LARRAYAPor encima o por debajo de los códigos deontológicos, los medios de comunicación establecen sus propios códigos semánticos con los lectores. Lo que en un medio es un terremoto político, en otro puede ser sólo una declaración de circunstancias en una tensa situación política. Los lectores eligen, informativamente hablando, la ética y la estética que más les cuadra. Hace muchos años La Codorniz acuñó un lema ejemplar: "La revista más audaz para el lector más inteligente". El lector inteligente nunca ha necesitado titulares apocalípticos para percibir la importanc...

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JOSÉ MIGUEL LARRAYAPor encima o por debajo de los códigos deontológicos, los medios de comunicación establecen sus propios códigos semánticos con los lectores. Lo que en un medio es un terremoto político, en otro puede ser sólo una declaración de circunstancias en una tensa situación política. Los lectores eligen, informativamente hablando, la ética y la estética que más les cuadra. Hace muchos años La Codorniz acuñó un lema ejemplar: "La revista más audaz para el lector más inteligente". El lector inteligente nunca ha necesitado titulares apocalípticos para percibir la importancia de una noticia. De hecho, les molesta que les consideren tontos.Existe también una prensa de barricada que utiliza los titulares como si fueran pancartas. La libertad ha permitido que los ciudadanos necesitados encuentren consuelo el sus ideas en estas publicaciones. El problema que algunos lectores han planteado al ombudsman radica en que EL PAÍS publique anuncios de revistas con titulares que hieren su sensibilidad ética y estética. Carmen de la Campa Flórez ha escrito algo que: resume el estado de opinión de esos lectores."Soy lectora del periódico desde su aparición. Me dirijo a usted con relación a dos anuncios publicitarios aparecidos en el ejemplar correspondiente al día 16, del corriente. El primero, y en la página 3, es de una revista (?) cuyas cuñas recogen expresiones como "el basurero nacional" (relativo a la política española), "junta de accionistas" (referido al congreso de la UGT). El segundo, en la página 15, también de otra revista (?), habla de "los oscuros negocios del banquero" (de Aznar). Entiendo que la publicidad es muy necesaria en cualquier empresa -periodística en este caso-, pero, a tenor de las informaciones que regularmente ofrece EL PAÍS, no parece que PRISA, editora del diario, se encuentre en una situación financiera tan apurada como para tener que recurrir a los ingresos procedentes de la publicidad de semejantes publicaciones".

"Si no me equivoco", prosigue la lectora, "la legislación vigente recoge supuestos de falsedad en materia de publicidad. Y en cualquier caso, en el propio EL PAÍS, en el ejemplar del día 15 de abril, en la página 17, y en un articulo bajo el epígrafe Consumo, el corresponsal en Washington, Carlos Mendo, cita el caso del rechazo por parte del diario The Washington Post a insertar en sus páginas unos anuncios al considerar los responsables del citado periódico que algunos de los términos empleados por los anunciantes eran muy fuertes y no estaban probados".

"Confieso", concluye la lectora, "que me molesta profundamente encontrarme desde hace unos meses con anuncios de esas revistas (?) que reducen a la nada todos los editoriales y colaboraciones sobre rigor y profesionalidad periodísticos aparecidos, con muy buen criterío, en el diario EL PAÍS. ¿No cabría en este caso una argumentación semejante a la ofrecida por The Washington Post?".

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La lectora plantea una tema complejo. El Libro de estilo, en el capítulo de principios éticos, apartado 1.28, afirma que "la veracidad de los anuncios que entren en la esfera estrictamente individual de las personas o las familias (esquelas, desapariciones, avisos) deberá ser comprobada".

¿Este principio, que intenta velar por el respeto a las personas, es de aplicación, por extensión, en el caso que la lectora plantea? ¿Debe garantizar el diario la veracidad de todo lo que la publicidad afirma? ¿El espacio publicitario es de quien lo paga? ¿Cuáles son los límites?

El director del diario tiene el derecho a fijar los límites, como máximo responsable de la publicación, sobre cualquier original, sea publicitario o no, y en algunas ocasiones se han rechazado anuncios o artículos por considerar que no se ajustaban a los criterios profesionales de este periódico. En opinión de este ombudsman, es muy dificil establecer una norma general que no sea la que dicta el sentido profesional ante cada caso concreto. De hecho, EL PAÍS ya no publica, como hizo en su día, anuncios de revistas en su primera página.Revoltigrama

Marlano Mataix Lorda, desde Barcelona, felicita y critica al autor del revoltigrama que publica diariamente EL PAÍS. "No hay más remedio", dice en su carta al ombudsman, "que, darle un tirón de orejas (pero cariñosamente) al señor Del Rez por su revoltigrama del pasado día 3. Espúreo no existe, es espurio, y como es un error muy corriente y él insiste al dar la palabra como una de las del revoltigrama y en la solución al día siguiente, considero oportuno señalarlo, pero -insisto yo también- con simpatía y aprecio por su contribución diaria".

Los lectores pueden ponerse en contacto directo con el ombudsman en el teléfono 754 45 53 de Madrid.

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