Tribuna:

Una política de tierra quemada

Nada se resiste a la espada de Jesús Gil. Clemente ha caído, como Menotti, Ufarte, Maguregui o Atkinson. El presidente dice que el técnico vasco es charlatán, cabezón y poco amable con la hinchada. También dice que el equipo no da espectáculo y tampoco gana títulos. Gil se ha armado de excusas y le ha echado.Nunca le faltan excusas a Gil para echar a un entrenador. Menotti apostaba por la fantasía y el riesgo, y fue despedido. Decía el presidente que era un vago. Maguregui no era un vago. Su método racial estaba acreditado en una docena de equipos, y además siempre coreaba a Gil. También cayó ...

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Nada se resiste a la espada de Jesús Gil. Clemente ha caído, como Menotti, Ufarte, Maguregui o Atkinson. El presidente dice que el técnico vasco es charlatán, cabezón y poco amable con la hinchada. También dice que el equipo no da espectáculo y tampoco gana títulos. Gil se ha armado de excusas y le ha echado.Nunca le faltan excusas a Gil para echar a un entrenador. Menotti apostaba por la fantasía y el riesgo, y fue despedido. Decía el presidente que era un vago. Maguregui no era un vago. Su método racial estaba acreditado en una docena de equipos, y además siempre coreaba a Gil. También cayó Maguregui. De Atkinson habló maravillas, pero por poco tiempo. Puestos a buscar excusas, Gil llegó a decir que el técnico inglés era racista. Hubo uno, Ufarte, un viejo héroe de la casa, que duró cuatro días en el cargo. Se negó a aceptar las imposiciones de Gil. Despedido.

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La estrategia de tensión de Gil ha colocado al Atlético a la cabeza de la inestabilidad en el inestable mundo del fútbol.Esta presión es aniquiladora. Alguno de los futbolistas que Gil pretende fichar para la próxima temporada ha confesado en secreto su falta de interés por integrarse en un equipo que camina siempre al borde del abismo. En su papel de Saturno, el presidente devora todo aquello que le rodea. Jugadores, técnicos y empleados. Nada se escapa al largo brazo de Gil, como no sean los incombustibles Antonio Briones y Rubén Cano.

El presidente, cuya idea del fútbol se sitúa en los estrechos y miserables márgenes de los resultados, encadena sus proyectos sobre tierra quemada.

Gil no puede achacar a Clemente su escasa querencia por el espectáculo. Ya lo sabía cuando lo contrató. Tampoco puede acusarle de perder la onda en la Liga. El Atlético no es el mejor equipo español, con Clemente o sin Clemente. Y si quiere resultados, el equipo es segundo, una posición superior a la calidad de su plantilla.

Al técnico vasco se le puede exigir más prudencia en sus declaraciones. También se le puede recordar su escasa habilidad cuando se avino a servir como compañero de viaje en aquella demencial campaña de Jesús Gil contra Ramón Mendoza, los árbitros, los presidentes Ángel Villar y todo aquel que se moviera. Al final, Javier Clemente también se ha movido en un club que vive en permanente estado de seísmo. Un nuevo proyecto cargado de humo se aproxima.

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