Tribuna:

La Europa de las ciudades

El "bulevar de los Pirineos", topónimo de la Europa de 1992 que ha sido acuñado al unísono por EL PAÍS y Le Monde, es la avenida principal del núcleo de lo que en Barcelona hemos dado en llamar el Norte del Sur. André Fontaine, en su artículo introductorio al suplemento especial editado por los dos periódicos citados, se detenía a subrayar el interés de la Europa de las ciudades que estamos propugnando un grupo de alcaldes y que comienza a encontrar eco en las altas instancias comunitarias. Me gustaría profundizar en el sentido de esta idea, de la que participan con un notable entusiasm...

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El "bulevar de los Pirineos", topónimo de la Europa de 1992 que ha sido acuñado al unísono por EL PAÍS y Le Monde, es la avenida principal del núcleo de lo que en Barcelona hemos dado en llamar el Norte del Sur. André Fontaine, en su artículo introductorio al suplemento especial editado por los dos periódicos citados, se detenía a subrayar el interés de la Europa de las ciudades que estamos propugnando un grupo de alcaldes y que comienza a encontrar eco en las altas instancias comunitarias. Me gustaría profundizar en el sentido de esta idea, de la que participan con un notable entusiasmo algunas capitales españolas.El triángulo Toulouse-Montpellier-Barcelona es hoy el esquema de una emergente eurorregión y núcleo significativo de un espacio subcontinental más amplio que describe un círculo que comprende Valencia, Zaragoza, Bilbao, Burdeos, Lyón y Marsella, conectando incluso con Milán. El citado triángulo, rebautizado periodísticamente como el bulevar de los Pirineos, es, al fin y al cabo, la proyección de futuro del viaje solar catalano-occitano de la Edad Media. Así, los nuevos intereses comunes en el marco de la Europa unida se alimentan del sustrato histórico-cultural de afinidades y, relaciones. Más difuminadas quizá, más genéricas, estas afinidades y relaciones forman también un poso común en el ámbito más amplio representado por las otras ciudades citadas. No se explicarían, de otro modo, la simpatía y las adhesiones de principio que el concepto del Norte del Sur ha generado en estos años.

Es evidente que los conceptos, como las palabras, se prestan a todo tipo de juegos. Hablar del Norte del Sur en un universo político y económico de creciente bipolarización no es un recurso de camuflaje. Pertenecemos, sin duda, a un Sur amplio, objetivamente al Sur menos favorecido del Norte desarrollado. Dentro de este Sur que se debate entre sus posibilidades de- crecimiento y sus peligros de suburbialización y dependencia hay una serie de ciudades en la situación estratégica de articular los lazos de relación con las zonas centrales del futuro de Europa. El Norte del Sur se plantea como un nuevo eje de desarrollo que puede generar una desviación y una redistribución de los flujos del crecimiento económico. El Norte del Sur es una zona de reequilibrio.

El Norte del Sur, en definitiva, es la estrategia común de una serie de ciudades para integrarse en la dinámica económica de un área que alcanza como mínimo unos 15 millones de habitantes. Los Gobiernos regionales en España, en Francia y en Italia pueden impulsar en este marco plurirregional e internacional subeuropeo políticas sustanciales de colaboración. Las ciudades, en cambio, promueven actividades y dinámicas más vivas e inmediatas, tanto en la promoción económica como en el intercambio cultural y en la colaboración sobre problemas comunes.

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En un marco más amplio, la Europa de las ciudades no es una idea alternativa al tradicional binomio ideológico de la Europa de las patrias y la Europa de los pueblos. Con patrias y con pueblos, las ciudades son la base de Europa. Europa es el continente de las ciudades. En ninguna otra parte del mundo hay tantas y tan importantes ciudades, tal densidad urbana y humana, tal cultura ciudadana. La Europa de las ciudades es la reivindicación del papel de las ciudades en la construcción de la Europa unida, tras tantos años de predominio de los Intereses agropecuarios en la política comunitaria.

El primer resultado de la acción común de las ciudades europeas ha sido el grupo Eurociudades, en el que participan varias capitales españolas. El congreso de Barcelona, en abril de 1989, dio al movimiento un impulso decisivo para obtener el reconocimiento como interlocutor de la Comisión Europea. La entrevista con el presidente Jacques Delors en Bruselas a la que asistí con los alcaldes de Lyón, Milán, Francfort y otras ciudades- ha sido un primer paso de un diálogo de las ciudades con el naciente gobierno de Europa.

Para las ciudades españolas, éste es un momento lleno de interés y de posibilidades. Europa nos puede ayudar a resolver los problemas típicamente urbanos, que no en vano son los problemas cotidianos de la mayoría de los europeos. Europa puede dar apoyo económico y político a las soluciones diseñadas en colaboración con las propias ciudades. Un problema tan sensible como el del tráfico está siendo abordado conjuntamente por Barcelona, Milán, Birmingham, Zúrich, Sevilla y Atenas. Las recomendaciones que la Comisión Europea puede hacer sobre este punto a Gobiernos, regiones y ciudades deberán ser decisiones para aplicar soluciones adecuadas. En definitiva, Europa puede'y debe ayudar también a mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos urbanos, es decir, de la gran mayoría de los europeos.

Pasqual Maragall es alcalde de Barcelona.

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