Editorial:

El vértigo del poder

TRANSCURRIDO UN tercio de la campaña electoral, prolongación de una larga precampaña, el debate sobre los asuntos que más preocupan a los españoles, según casi todas las encuestas, sigue sin arrancar. Un cierto síndrome de repetición parece acechar a los candidatos, haciéndoles regresar una y otra vez al punto de partida e impidiéndoles hilar su discurso. Si es que lo tienen. Porque permanece la duda sobre si esa desviación hacia cuestiones paralelas -de importancia variable, pero en todo caso percibidas como secundarias por los ciudadanos- no será el efecto de la falta de seguridad de los pro...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

TRANSCURRIDO UN tercio de la campaña electoral, prolongación de una larga precampaña, el debate sobre los asuntos que más preocupan a los españoles, según casi todas las encuestas, sigue sin arrancar. Un cierto síndrome de repetición parece acechar a los candidatos, haciéndoles regresar una y otra vez al punto de partida e impidiéndoles hilar su discurso. Si es que lo tienen. Porque permanece la duda sobre si esa desviación hacia cuestiones paralelas -de importancia variable, pero en todo caso percibidas como secundarias por los ciudadanos- no será el efecto de la falta de seguridad de los propios políticos en sus mensajes respectivos. Los socialistas se complacen con mantener a la oposición entretenida en las cuestiones previas al debate propiamente dicho, y la oposición se satisface con renovar cada día las descalificaciones de principio. El análisis que hoy publica EL PAÍS sobre la prioridad otorgada por los partidos a la descalificación del contrario en los espacios electorales de televisión resulta muy revelador. Así, lo que de novedoso parecía apuntar en los programas de algunas formaciones queda totalmente diluido en unas polémicas que producen la impresión de ajuste de cuentas entre los profesionales de la política.Es en ese contexto en el que cabe considerar el escándalo suscitado por el vídeo publicitario del PSOE. Por una parte, el asunto habría pasado inadvertido si los debates sobre política redistributiva, prioridades en materia de infraestructuras, funcionamiento de los servicios, fiscalidad, cooperación del Estado con los poderes autonómicos, etcétera, hubieran captado la atención de los electores. Por otra, el caso hubiera merecido un tratamiento meramente irónico si no habría hecho su aparición inmediatamente después de, y en relación con, la polémica sobre la utilización sectaria de TVE y de las encuestas del CIS. Pero en las condiciones precisas en las que ha saltado, el PSOE no podía pretender que no tuviera repercusiones políticas. La falta de sensibilidad de ese partido ante el resentimiento que su comportamiento está suscitando a lo largo de esta campaña, no sólo ya entre sus rivales políticos, sino en amplios sectores de la opinión pública, incluidos los que se sienten, por eliminación, condenados a seguir votando a sus candidatos, es un síntoma preocupante del debilitamiento de los resortes morales y reflejos políticos de los dirigentes socialistas.

Pensar que la gente no iba a reparar en la desfachatez que supone la utilización de la imagen de los famosos, y que esos mismos famosos no iban a tener más remedio que tragar, tal vez agradecidos, revela ceguera: la que produce el vértigo del poder. Restar importancia al asunto una vez suscitado y responder burocráticamente que "en manera alguna será retirado el vídeo porque no supone ningún problema jurídico, ni judicial, ni informativo" indica escasa perspicacia. Si, como ha afirmado el responsable de la cosa, el vídeo fue "previamente estudiado por los servicios jurídicos del PSOE", es que, como mínimo, existían dudas sobre su legalidad. Esas dudas jurídicas debían haber bastado para adoptar la decisión política de no emitirlo. Al elegir la provocación, el comité electoral del PSOE ha demostrado, como mínimo, imprudencia y, como máximo, desprecio a los electores.Pero si el debate se plantea en términos específicamente políticos, y no se pierde en discusiones sobre si la aparición de tal o cual figura era o no procedente, es inevitable concluir que la campaña está sirviendo para ilustrar gráficamente que el riesgo mayor de prolongar una situación de mayoría absoluta es que quienes la disfrutan la consideren como una bula que da derecho a confundir el uso con el abuso.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En