Tribuna:

Fiesta

Me lo acaban de contar Patricia Pau, Verónica Zabala y Vicky Moor, aunque ocurrió hace unos meses. Pero, por desgracia, es una barbaridad muy habitual en nuestros pagos, para júbilo de zopencos y salvajes. Fue en las fiestas de Fuente el Saz del Jarama, el último 9 de septiembre. Soltaron una vaquilla por las calles, apenas una ternera de peluche. Tan joven aún que, en vez de embestir, jugueteaba. Demasiado mansa le pareció al personal esa lactante fiera, de modo que se aplicaron, durante media hora, a enseñarle ferocidad atizándole con piedras y con palos.Hecho lo cual, la novilla fue encerra...

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Me lo acaban de contar Patricia Pau, Verónica Zabala y Vicky Moor, aunque ocurrió hace unos meses. Pero, por desgracia, es una barbaridad muy habitual en nuestros pagos, para júbilo de zopencos y salvajes. Fue en las fiestas de Fuente el Saz del Jarama, el último 9 de septiembre. Soltaron una vaquilla por las calles, apenas una ternera de peluche. Tan joven aún que, en vez de embestir, jugueteaba. Demasiado mansa le pareció al personal esa lactante fiera, de modo que se aplicaron, durante media hora, a enseñarle ferocidad atizándole con piedras y con palos.Hecho lo cual, la novilla fue encerrada en un cercado, momento que aprovechó la muy jaranera peña El Derribo para subirse a un coche viejo y atropellar al animal tres o cuatro veces. Fue una risa. A estas alturas, la vaquilla, que debía de ser de mala calidad porque se estropeó en seguida, ya era incapaz de levantarse del suelo. Sólo podía mover la cabeza y el cuello, sangraba por el hocico y gemía como si no fuera una vaca brava, la muy estúpida. Desilusionados por su evidente falta de colaboración en un ritual tan racial y vistoso, unos cuantos mozos intentaron levantarla para poder seguir la juerga. Pero el bicho debía de tener el espinazo roto, porque su cuerpo estaba paralizado y no hacía otra cosa que bramar agónicamente cuando la movían. Así es que la volvieron a tirar al suelo y se entretuvieron pateándola un poquito. Luego un hombre le cortó en vivo una oreja y se la ofreció con galante finura a una señora.

Ahítos ya de tanta diversión, decidieron degollar a la ternera, aunque el matarife no atinó del todo bien con la escurridiza yugular y el animal se empeñó en seguir resoplando aún un buen rato. Un caballero hizo saltar entonces a su hijo de ocho años sobre el flanco convulso de la vaca, instructivo juego que enseña a los infantes a ser verdugos. Vendrán otros septiembres, vendrán otros horrores y otros dolores a los que llaman fiestas. Qué desesperación tener que compartir país con esta españolidad feroz y asilvestrada.

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