Tribuna:SEMIFINALES DE LAS COMPETICIONES EUROPEAS

La peregrinación

VICENTE VERDÚ, Hemos venido a Milán transportando la preciada carga. En la parte delantera del avión, un Boeing 757 de color blanco, se acomodaba el equipo del Real Madrid con el entrenador y sus directos cuidadores. En las filas siguientes un nutrido grupo de directivos, varios con sus mujeres rubias aliñadas en la peluquería. Tras ellos se abría un espacio de separación bien definido coincidiendo con el intervalo donde se emplazan las puertas de emergencia. En ese apretado conjunto se condensaba la parte sagrada del pasaje: los jugadores como materia primordial y cohabitando con sus guardas...

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VICENTE VERDÚ, Hemos venido a Milán transportando la preciada carga. En la parte delantera del avión, un Boeing 757 de color blanco, se acomodaba el equipo del Real Madrid con el entrenador y sus directos cuidadores. En las filas siguientes un nutrido grupo de directivos, varios con sus mujeres rubias aliñadas en la peluquería. Tras ellos se abría un espacio de separación bien definido coincidiendo con el intervalo donde se emplazan las puertas de emergencia. En ese apretado conjunto se condensaba la parte sagrada del pasaje: los jugadores como materia primordial y cohabitando con sus guardas más allegados.

Después de ese intervalo vacío, en la mitad geométrica del avión, se situaban los hinchas, y ya al final, tras esa nutricia especie de seguidores con la insignia del Real Madrid destellando en la solapa, el grupo de la Prensa, gárrulo y curtido en mil expediciones semejantes.

Ninguna experiencia de viaje profano, de turismo o de negocios, puede compararse a la clase de emoción que despierta uno en el que se acompaña, en carne y hueso, a los jugadores del Real Madrid, a su vez encarnados. Es decir, dotados de sus proporciones físicas reales, con sus tallas aventajadas o achicadas en su medida exacta, con sus facciones nítidas a tres o cuatro metros de distancia o incluso menos si como hacían algunos aficionados, el expedicionario desarrollaba el valor de aproximarse hasta la zona delantera y afrontaba cara a cara el extraordinario suceso de hallarse allí con el Madrid en bloque, compartiendo un mismo recinto y dirigiéndose con ellos hacia un destino único y verdadero.

Casi la totalidad de los 60 o 70 hinchas que viajaban en este charter fletado por el club pertenecen a la casta de antiguos combatientes. Veteranos que desde los tiempos de Di Stéfano se han otorgado a sí mismos el donde abandonar todo quehacer para acompañar al Madrid en sus desplazamientos internacionales. Sólo los ineludibles compromisos del club pueden privar circunstancialmente a algunos de ellos de una plaza de esta índole, más religiosa que civil, más de misión castrense que de viaje de recreo.

Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Malpensa se veía, a media mañana, descender al pasaje como a una taimada oleada de invasores. Todavía silenciosos y aparentemente sumisos, pero con el corazón sin duda cargado de pólvora. Después nos han alojado en un gran hotel de carretera desde donde se divisa, a tiro de arcabuz, el gran estadio de San Siro. El Madrid come aparte en una sala donde se le recata con una mampara que sin embargo no llega a impedir que se les vea. Pero además todos sabemos que un piso arriba o abajo de la habitación que tenemos asignada se encuentran Michel o Butragueño o Martín Vázquez o Sanchis con el pensamiento puesto en el partido, discutiendo tácticas, con los músculos en tensión y probablemente en calzoncillos

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