Tribuna:

Tentación

Eran casi las ocho de la tarde, pero aún me quedaban unas cartas por dictar. Había sido una jornada dificil.Para empezar, el botones. Llevaba unos pantalones ajustados color gris rata que marcaban de forma inenarrable la curva de sus glúteos cuando se alejó después de dejar sobre mi mesa la correspondencia ya abierta y preparada por mi secretaria. Recé un avemaría y traté de concentrarme en la lectura de las cartas. Tarea inútil. Aquellos sobres abiertos me recordaban demasiado el sexo femenino en estado de desfloración, algo arrugadito por los bordes. Como soy tan viril, me puse como u...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Eran casi las ocho de la tarde, pero aún me quedaban unas cartas por dictar. Había sido una jornada dificil.Para empezar, el botones. Llevaba unos pantalones ajustados color gris rata que marcaban de forma inenarrable la curva de sus glúteos cuando se alejó después de dejar sobre mi mesa la correspondencia ya abierta y preparada por mi secretaria. Recé un avemaría y traté de concentrarme en la lectura de las cartas. Tarea inútil. Aquellos sobres abiertos me recordaban demasiado el sexo femenino en estado de desfloración, algo arrugadito por los bordes. Como soy tan viril, me puse como una fiera, y tuve que rezar un Creo en Dios padre mientras me encomendaba a monseñor Suquía.

Me calmé algo, y entonces tomé la estilográfica para pergeñar algunas frases de respuesta a las misivas más urgentes. Casi no lo pude resistir. Ya saben, una de esas estilográficas de ahora que imitan a las antiguas, pero con más grosor. Una cosa de lo más sicalíptico; deberían prohibir su venta. Yo no pude evitar que un acreedor me la regalara, y cada vez que la agarro entre los dedos me entran vahídos. Tengo los dedos muy sensibles, así como el espíritu.

Por la tarde mantuvimos reunión de accionistas. Todos lucían corbata -símbolo fálico internacionalmente reconocido- fumaban puros -qué les voy a contar- y sorbían el agua mineral haciendo unos ruidos obscenos que no quisiera reseñar lo que me recordaban para no ofender la moral y las buenas costumbres. Sorbían, lamían y chupaban, sí señor. Me excité tantísimo que ni con un rosario se me pasó.

Hacia las ocho y media, terminada la jornada laboral y hecho una verdadera pena, llamé a mi secretaria. En todo el día no la había podido ver, y necesitaba atrozmente el consuelo de dictarle unas cartas en la serenidad de mi despacho. ¡Maldición! Llevaba minifalda, No tuve más remedio que responder a su agresión sexual agrediéndola sexualmente.

Señor juez, uno no es de piedra.

Archivado En