Tribuna:

Juego

Bingo y máquinas tragaperras son los juegos de la época. Más las máquinas tragaperras, que absorben a los ciudadanos del reino. Muro de las lamentaciones de la era moderna, mantienen en estado hipnótico lo mismo a dinámicos ejecutivos que a orondas amas de casa, dale que te pego todos, metiéndole monedas por la insaciable boca, como el que le da alpiste al canario.Franco tenía prohibido el juego en defensa de la virtud, con resultados aleatorios, pues los jugadores empedernidos conspiraban para montar la partida y en una noche de catecismo ponían sobre el tapete desde el sueldo del mes a la he...

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Bingo y máquinas tragaperras son los juegos de la época. Más las máquinas tragaperras, que absorben a los ciudadanos del reino. Muro de las lamentaciones de la era moderna, mantienen en estado hipnótico lo mismo a dinámicos ejecutivos que a orondas amas de casa, dale que te pego todos, metiéndole monedas por la insaciable boca, como el que le da alpiste al canario.Franco tenía prohibido el juego en defensa de la virtud, con resultados aleatorios, pues los jugadores empedernidos conspiraban para montar la partida y en una noche de catecismo ponían sobre el tapete desde el sueldo del mes a la herencia paterna. A veces irrumpía en el antro la Guardia Civil y los empuraba a todos.

Peor les iba a los jugadores un siglo atrás. El Ministerio de Justicia ha reproducido en facsímil, de exquisita edición y gustosa lectura, la colección de providencias expedidas en 1788 por Carlos III. Entre ellas, el bando que prohíbe "los juegos de azar y envite y cualesquiera otros que inventen el vicio y la ociosidad".

"Manda El Rey Nuestro Señor...", dicta, que ninguna persona juegue, tenga o permita los naipes llamados faraón, buceta, carteta, banca fallida; sacanete, de seis barajas; cacho, de media; parar, cuarenta, quince, treinta y una envidada, flor. Los del virvos o bisbis, oca o auca, dados, tablas, chuecas, bolillo, trompico, palo o instrumento de hueso, madera y metal, o que tengan encuentros, azares o reparos, como cubiletes, dados, corregüela, descarga la burra, tabas... Las penas, según infractores, podían ser 200 ducados de vellón o destierro, y para vagos o mal entretenidos, cinco años de presidio.

Si Carlos III llega a saber de máquinas dancaires donde meten ducados de vellón los ciudadanos en plan mirlo, le da una alferecía. Era la inocente taba, y ya se ve la que armaba. Pero de nada servían castigos, ni entonces ni nunca, porque los ciudadanos del reino llevan el juego en la masa de la sangre. Pasean dos, y dice uno: "A lo mejor llueve". Responde el otro: "No llueve. ¿Qué te apuestas?".

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