Tribuna:

La espada de palo

"Más que para discutir, yo nací para afirmar. Ni las grandes verdades se discuten: se afirman". Cuando esto escribe, nuestro arcángel ha perdido la paciencia y se sabe dialécticamente derrotado. Todavía peor, se siente enredado en una broma de diletante y recurre a la vehemencia lírica para remontar el vuelo tomar oxígeno esencialista. El escribe para la historia, en el altar de las ideas, con la declarada intención de redimir a los suyos. Enfrente, el hombre de la espada de palo, un escéptico extranjerizante, un materialista de carbón piedra. Nuestro ...

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"Más que para discutir, yo nací para afirmar. Ni las grandes verdades se discuten: se afirman". Cuando esto escribe, nuestro arcángel ha perdido la paciencia y se sabe dialécticamente derrotado. Todavía peor, se siente enredado en una broma de diletante y recurre a la vehemencia lírica para remontar el vuelo tomar oxígeno esencialista. El escribe para la historia, en el altar de las ideas, con la declarada intención de redimir a los suyos. Enfrente, el hombre de la espada de palo, un escéptico extranjerizante, un materialista de carbón piedra. Nuestro arcángel de la espada de un relámpago es, nada más ni nada menos, que Teixeira de Pascoaes, el vate, el sacerdote, el mago saudosista, y el hombre de la espada de palo es un lúcido incordiante, António Sérgio. A lo largo de meses, en 1913 y 1914, ambos libran en la revista A Águia una encendida, apasionada y, por veces, humorística polémica. Pero el combate de los arcángeles y de los hombres de la espada de palo, con otros referentes y también en otros ámbitos, en absoluto está zanjado. A veces, paradójicamente, es resuelto en favor de un rentista parasitario que espera agazapado, el bacharel.Teixeira de Pascoaes deplora la atmósfera de mediocridad y decadencia de su tiempo y convoca a una nueva empresa épica. Sueña con una generación de héroes, de la que sería germen la Renascença portuguesa, que recupere el aliento patrio, sumergido y adormecido por influencias extrañas, y protagonice un nuevo renacimiento. "Sim: a alma portuguesa existe", clama Teixeira en el Ateneo Comercial de Oporto. El extranjerismo está en el origen de la decadencia, y cita a la universidad de Coimbra como foco de desnacionalización y al constitucionalismo francés como una de las perversas modas. Otra corriente malvada es la del escepticismo que achaca también a la contaminación ajena, a una Europa embrutecida por el estrecho materialismo. El progreso espiritual es el motor de la historia y, una vez obtenido éste, "o resto nos será dado en exceso". Para su cruzada fundamentalista, el arcángel necesita una idea santa, firmemente enraizada en la tradición y que sirva de estandarte utópico. Ha de cumplir las premisas de ser genuino -es decir, no importado- y de no herir la inteligencia, pues el apóstol es sensible y culto y no un espadón desalmado. Esa idea-fuerza va a ser la Saudade, y su religión, el saudosismo. Teixeira concede un valor sagrado a las palabras. La Saudade, según su creencia, es intraducible y, por tanto, intransferible. Es ese tipo de hallazgo que hace afortunado al pobre, orgulloso al descamisado, y elegido a un pueblo. Reformula la clásica definición de Duarte Nunes -"Iembrança de alguma cousa cómo desejo dela"- y hace de la. Saudade un ideal programático: "A vella lembranga gerando o novo desejo".

A António Sérgio, para empezar, esto del saudosismo, como otros ismos, le parece una pamplina. Rebate ese supuesto sentimiento racial con un ejemplo, el de la saudade canina por moder, que escandaliza a Teixeira y le hace caer en el traspié de la dignidad herida. No es difícil imaginarse a Sérgio esbozar una pícara sonrisa antes de escribir párrafos como el que sigue: "... Ustedes, amigos míos, criaturas alegres y sociables; pacatamente instalados en la patria amada, de donde nadie os echa y donde todos os aman; felicísimamente casados con las electas de vuestras almas, o en vías de matrimonio sin grandes estorbos, ustedes, propietarios unos, profesores otros, viviendo todos en vida sin grandes lucha ni pasiones, ¿de qué rayo tienen saudade ustedes, santo Dios?'. Por otra parte, de los héroes António Sérgio no se fía ni un pelo; al menos, tal como se les reconoce tradicionalmente, Su concepto del héroe necesario, similar al de Carlyle, como alguien que hace volver a los hombres a la realidad -"a bringer-back of men to reality"-, no seitía precisamente del agrado de Teixeira ni de los arcángeles esencialistas de ningún otro tiempo ni país. ¿Qué pensaría un joven abertzale que tenga idealizada la vanguardia armada redentora si alguien le define el héroe necesario como aquel que hace volver a los hombres a la realidad?

¿Escepticismo?, se pregunta António Sérgio. Y se responde: segun en que cosas. Para a continuación blandir de nuevo su espada de palo: "No es de Europa, amigo mío, que me vienen horas de escepticismo; es de Portugal y de los portugueses". Y apunta de nuevo sin compasión a los mitos: ustedes, los saudosistas no dan una en el clavo, Si algo caracteriza a nuestra decadencia, viene a decir, es el furioso horror al extranjerismo. Por el contrario, los períodos más fecundos serían los de asimilación de ideas procedentes de culturas extranjeras. Por supuesto, de haber un determinismo, Sérgio invierte los términos expuestos por Teixeira. Su tesis es que el progreso moral de un pueblo depende de su progreso economico. Los guiños del espadachín pragmático son demoledores y no es extraño que Teixeira vaya perdiendo progresivamente los papeles hasta mandarlo cordialmente al cuerno. "La estadística", dice António Sérgio en apogeo socarrón, "es una invención de Satanás; y tan satánica, que reveló una relación de dependencia entre la moralidad femenina y el precio del trigo. En los años en que sube la economía, disminuye la prostitución; en los años de mal mercantilismo, querido poeta idealista, no cante versos a las mozas si no quiere tener desilusiones...".

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Por supuesto, la interpretación histórica que ambos hacen de las gestas de ultramar es diametralmente opuesta. En coherencia con su reivindicación del genio nacional, Teixeira habla del "bello día" en que Pedro Álvares Cabral puso pie en tierra americana. Mientras ingleses, franceses y holandeses sólo procuraban el propio enriquecimiento, los lusitanos conquistaban "para la vida mundial". Antonío Sérgio no transige con el mito de la generosidad histórica en la obra colonizadora ibérica, por oposición a la rapiña anglosajona, esa clase de mito que hoy, por ejemplo, vuelven a poner en circulación, con alquimia refinada, los ideólogos de la España noningentésima.

¿Hay algo en lo que sí estén de acuerdo nuestro arcángel de la espada de un relámpago y el hombre de la espada de palo? Pues sí, aunque parezca extraño entre un ruiseñor y un pez. Ambos comparten un desprecio por lo que llaman bacharelismo. No sería forzar demasiado las metáforas históricas si hoy equiparásemos esa especie a los burócratas instalados en la complacencia. Frente a ellos, Teixeira pide aliento espiritual. "Alma! Alma! Alma! é o que nos falta, meu caro António Sérgio". Sérgio invoca la cultura política democrática y recomienda que el idealismo se oriente a los negocios, donde lo juzga muy necesario.

En la España noningentésima, ¿quiénes son los arcángeles y quiénes sostienen la espada de palo? Quizá resulte mucho más fácil identificar al bacharelismo, vencedor a dos bandas frente al alma y la cultura política. Ni Teixeira ni Sérgio podían imaginarse que el bacharel, aquí y allí, asentaría su poder sobre un pragmatismo saudosista.

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