Magdalena Martín López

La automatización telefónica deja en paro a la última operadora manual

"Estoy como si se hubiera muerto un familiar", relata Magdalena Martín López, de 41 años, la última operadora de una centralita manual de España. El pasado lunes, el ministro de Transportes y Comunicaciones, José Barrionuevo, hizo desde Polopos (Granada) la última comunicación a través de operadora con el presidente del Gobierno, Felipe González. La automatización de la telefonía del país ha dejado a Magdalena, casada con un conductor de autobuses de línea y madre de tres hijos, sin trabajo y con una extraña sensación: "Me acuerdo mucho de mi trabajo. A veces, desde el piso de arriba, parece c...

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"Estoy como si se hubiera muerto un familiar", relata Magdalena Martín López, de 41 años, la última operadora de una centralita manual de España. El pasado lunes, el ministro de Transportes y Comunicaciones, José Barrionuevo, hizo desde Polopos (Granada) la última comunicación a través de operadora con el presidente del Gobierno, Felipe González. La automatización de la telefonía del país ha dejado a Magdalena, casada con un conductor de autobuses de línea y madre de tres hijos, sin trabajo y con una extraña sensación: "Me acuerdo mucho de mi trabajo. A veces, desde el piso de arriba, parece como si sonara la centralita, pero luego comprendo que es imposible".

Durante más de ocho años Magdalena ha estado atendiendo las peticiones de comunicación que le hacían los 46 abonados al servicio telefónico de Polopos, un pueblo de la Alpujarra de 260. habitantes. "Me llamaban a la centralita, me saludaban y me decían: "Ponme con mi hermana, la de Barcelona". Ellos ni recordaban cuál era el número. El martes pasado vino una persona a casa para que le diera dos teléfonos de Sorvilan. En el pueblo están contentos con la automátización, pero era más bonito llamar a la central y que yo les ayudara".Magdalena Martín nació en el cortijo Los Chaulines, enclavado en el término municipal de Albuiñol. A los ocho años, su padre, ¡agricultor, intentó dejarla al cuidado de una familia dedicada al comercio en Sorvilan para que se educara. "Estuve con ellos dos días y decidí regresar al cortijo. A las cuatro noches murió mi padre", recuerda. El hijo del propietario de la cortijada fue quien la enseñó a leer, "a resolver cuentas, problemas y escribir dictados".

Cuando se casó, hace ahora 11 años, se trasladó a Polopos, el pueblo de su marido. Su suegro, Baldomero Rodríguez, atendía ya entonces la centralita. "Él se empeñaba en que debía aprender a manejarla y yo me negaba porque lo veía muy complicado". Sin embargo, comenzó a manejar las clavijas de la consola de operaciones y tres años más tarde, a la muerte de Baldomero, ocupó su puesto.

"Desde entonces he estado pendiente de la central las 24 horas del día. Hemos recibido llamadas de Inglaterra, Francia y Dinamarca". Los días de más actividad eran los sábados, "porque las llamadas son más baratas".

Su trabajo, más que de simple operadora, consistía en favorecer a sus semejantes. "En Polopos hay una señora medio sorda que tiene una hija monja en Madrid. Cuando venía, le marcaba el número y le ayudaba a entenderse. Ahora no sabe qué hacer", señala. La pérdida del empleo le ha supuesto una gran contrariedad.

En los últimos tiempos percibía unas 43.000 pesetas mensuales, una importante ayuda para la familia, ya que su esposo "tiene muy poco sueldo". Barrionuevo no le aseguró que le fuera a dar un nuevo empleo, aunque se habla de una indemnización cercana a un millón de pesetas.

Tras la clausura de la centralita, el pueblo ha vivido la resaca del gran día. A las autoridades les obsequiaron con unas cestas con higos Secos, turrón de higos, pan de higo y almendras. "Dicen que lo del lunes va a pasar a la historia. No lo olvidaré nunca, pero cambiaría la fama por un trabajo igual al que tenía" indica.

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