Tribuna:

Mozos

De aquel mosquetón, de aquel cetme, de aquel subfusil, de aquella granada que les enseñaron a manejar, a los mozos de la quinta del setentaitantos ya sólo les queda un recuerdo vago. Las únicas enseñanzas indelebles de entonces fueron la alidada de pínulas y el tresbolillo. Cuando el capitán les anunció que iba a explicar el funcionamiento de la alidada de pínulas, los mozos de la quinta del setentaitantos creyeron que estaba de coña. Luego salieron de maniobras, les dijo que debían avanzar al tresbolillo, y se quedaron estupefactos.Aprendieron a manejar el mosquetón, el cetme, e...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

De aquel mosquetón, de aquel cetme, de aquel subfusil, de aquella granada que les enseñaron a manejar, a los mozos de la quinta del setentaitantos ya sólo les queda un recuerdo vago. Las únicas enseñanzas indelebles de entonces fueron la alidada de pínulas y el tresbolillo. Cuando el capitán les anunció que iba a explicar el funcionamiento de la alidada de pínulas, los mozos de la quinta del setentaitantos creyeron que estaba de coña. Luego salieron de maniobras, les dijo que debían avanzar al tresbolillo, y se quedaron estupefactos.Aprendieron a manejar el mosquetón, el cetme, el subfusil, la granada, foguear con ello, meter infernal ruido, comprimir el miedo, apuntar al blanco y darle a un poste. Aprendieron a montar y desmontar los ingenios, mantenerlos en perfecto estado de revista. Aprendieron a desfilar, op-ooo, ep-aro; fiiir-es; media vuelta, ar. Lo aprendieron no sin esfuerzo, pues había disciplinas de complicada técnica, como aquella de -¡rindan... armas!-, que consistía en quitarse el gorro, dar un paso atrás con plantillazo, hincar en tierra la rodilla izquierda, extender el brazo derecho sujetando el chopo con el dedo índice paralelo al alma, todo de una vez.

Cumplían guardias, marcaban el paso cantando aires marciales, salían en convoy o a la descubierta, simulaban despliegues, cargas, asaltos y victorias hasta el rendimiento incondicional del enemigo, que se suponía era ciego sordo y tonto de remate. Asumiron el automatismo de obedecer a la voz de mando en el acto y sin rechistar. En menos de tres mesecitos ya lo habían hecho todo, y de ahí en adelante no tenían otro cometido que acatar órdenes, contar los días que faltaban para la licencia.

Los mozos de la quinta del setentaitantos recuerdan también aquellos interminables meses de sórdida inutilidad, duramente marginados de la vida civil. Y si el mundo loco trajera guerra, daría lo mismo que se acordaran del resto, pues adónde iban a ir, los pobres, con el mosquetón, la alidada de pínulas y al tresbolillo.

Archivado En