Editorial:

Francia y Nueva Caledonia

NO PUEDE sorprender el alto porcentaje de abstenciones que arrojan los resultados del referéndum celebrado ayer en Francia sobre la suerte futura de las islas de Nueva Caledonia. Los franceses, después de haber sido llamados seis veces a votar desde el pasado mes de abril, están cansados de hacerlo. Por otra parte, Nueva Caledonia, situada en el Pacífico a 16.000 kilómetros de la metrópoli, es un territorio poco conocido y por el que se interesan sectores reducidos. Además -y es quizá el factor decisivo-, los ciudadanos sabían que iban a votar sobre algo que de hecho estaba ya resuelto,...

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NO PUEDE sorprender el alto porcentaje de abstenciones que arrojan los resultados del referéndum celebrado ayer en Francia sobre la suerte futura de las islas de Nueva Caledonia. Los franceses, después de haber sido llamados seis veces a votar desde el pasado mes de abril, están cansados de hacerlo. Por otra parte, Nueva Caledonia, situada en el Pacífico a 16.000 kilómetros de la metrópoli, es un territorio poco conocido y por el que se interesan sectores reducidos. Además -y es quizá el factor decisivo-, los ciudadanos sabían que iban a votar sobre algo que de hecho estaba ya resuelto, una vez puestos de acuerdo los jefes de las dos comunidades enfrentadas de Nueva Caledonia, Lafleur y Tjibaou, sobre la base de un texto concertado con Rocard.El resultado del referéndum abre una nueva etapa en ese territorio, que estaba hace unos meses al borde de una sangrienta guerra civil. Por eso la consulta de ayer es un hecho político relevante no sólo para Francia, sino para los países del Pacífico sur que han expresado reiteradamente su preocupación ante las tendencias que se manifestaban en la derecha francesa a imponer por las armas su dominación colonial.

En la primavera pasada, en las últimas semanas del Gobierno de Chirac, la crisis de Nueva Caledonia se agudizaba cada día, la cifra de muertos crecía. El horror causado, incluso entre la población de origen europeo, por los últimos actos represivos contra los independentistas canacos ayudó a una toma de conciencia de que se llegaba al borde del abismo. Pocos días después, Chirac abandonaba la jefatura del Gobierno tras el triunfo de Mitterrand en las elecciones presidenciales y Rocard era nombrado primer ministro. Se enfrentó al problema de Nueva Caledonia en momento dramático, pero ello le ayudó sin duda a negociar una fórmula para que los dos bandos se reconciliasen, incluso para un proyecto de futuro.

Esas islas presentan una situación muy peculiar. Los caldoches, de origen europeo y decididos a mantener los lazos con Francia, son casi el 40% de la población, concentrados en la parte más desarrollada. Los canacos viven en zonas más atrasadas, y entre ellos se impone de modo aplastante la voluntad de independencia. Pero en estas condiciones no parece viable ninguna solución basada en la dominación de una de las dos comunidades sobre la otra, lo que llevaría a un enfrentamiento de consecuencias imprevisibles. Esta realidad es la gran baza a favor de la solución Rocard. La ley aprobada ayer prevé un estatuto provisional de 10 años, durante los cuales Francia hará fuertes inversiones en las islas. Se crearán tres provincias con autonomía, lo que permitirá el autogobiemo de los canacos en las zonas donde son mayoritarios. Dentro de 10 años, en un nuevo referéndum, los habitantes de Nueva Caledonia optarán por la independencia o por conservar los lazos con Francia.

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Esta solución ha sido acogida de modo favorable por los países del Pacífico sur que, como Australia y Nueva Zelanda, ven con recelo que Francia mantenga su presencia colonial en la zona, sobre todo porque sirve para que prosigan en el atolón de Mururoa los expti-imentos nucleares. Los independentistas canacos consideran que en los próximos 10 años, y gracias a un mayor desarrollo económico y cultural, podrán prepararse para alcanzar sus objetivos. Hoy, Nueva Caledonia tiene la posibilidad de vivir en paz, y a Rocard le corresponde el principal mérito de ello.

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