Tribuna:

Lo que se piensa, lo que se hace y lo que se dice

¿Podría alguien adivinar lo que cada español desea de verdad para su país y lo que colectivamente quieren las organizaciones políticas y sindicales? ¿Y hay dentro de éstas un mínimo de uniformidad ideológica? Pienso que sería imposible encontrar respuestas a estas cuestiones. Hasta los más conspicuos orientadores de la grey hispana se desdicen y contradicen con tanta reiteración como inconsecuencia. Alguien ha dicho, y parece confirmarse, que para saber lo que la generalidad de nuestros compatriotas hace no hay sino pensar que en nada se parece a lo que dicen, y que lo que pregonan puede ser i...

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¿Podría alguien adivinar lo que cada español desea de verdad para su país y lo que colectivamente quieren las organizaciones políticas y sindicales? ¿Y hay dentro de éstas un mínimo de uniformidad ideológica? Pienso que sería imposible encontrar respuestas a estas cuestiones. Hasta los más conspicuos orientadores de la grey hispana se desdicen y contradicen con tanta reiteración como inconsecuencia. Alguien ha dicho, y parece confirmarse, que para saber lo que la generalidad de nuestros compatriotas hace no hay sino pensar que en nada se parece a lo que dicen, y que lo que pregonan puede ser incluso lo contrario de lo que hacen.El hecho de representar electoralmente a la mayoría da libertad a los gobernantes para sacar adelante proyectos organizados sin duda que con buena voluntad, pero con defectos que se niegan a rectificar, en parte por el fuero y en parte por el histeroide motivo de evitar que la oposición parezca tener razón.

Los españoles echamos pestes de la baja política y achacamos la conducta de los otros a la politización de sus actos; pero todos politizamos cuanto decimos desde sentimientos mal reprimidos de simpatía o de odio. Porque la política que la masa profesa se nutre más de sentires que de ideas. Se execra la burocracia, pero se aceptan destinos oficiales o paraoficiales que en tiempos se llamaron enchufes y hoy reciben la graciosa denominación de asesorías. Se abomina con crudeza del centralismo político administrativo, que hoy casi no existe ya, pero se coopera a otros nuevos centralismos en las comunidades, en las que se cometen equivocaciones y corruptelas iguales o mayores. Se protesta del bajo grado general de la cultura, del alto poder del clero y de las acciones de la policía o la Guardia Civil, pero se zancadillean o ridiculizan los métodos para aumentar la primera, se introducen impuestos para favorecer el segundo y se generalizan vejatoriamente las imputaciones de errores de los últimos.

Los dirigentes de la agrupación político-social imperante se sienten tan poseídos de la aureola que otorga el poder que llegan a creerse depositarios de la sabiduría, cuando algunos, por muchos libros que hayan manejado, no son más que aprendices de marrullerismo. Las campañas de algunos periódicos de la oposición que en el franquismo bienvivieron, orquestadas con portadas de buenos humoristas (a los que otorgan así una intención ladina que sus autores no le daban a sus trabajos), se organizan más para contrarrestar lo bueno que las autoridades oficiales proponen que para defender tesis medianamente valiosas que el electorado ha demostrado despreciar. Lo único que persiguen es que fracase un mandamás, para que con él caigan los pilares de la democracia que estorba. Sembrar dudas con calumniosas, injuriosas e indirectas noticias maliciosamente interpretadas -"se dice", "se habla", "se comenta"... en tales o cuales medios... - es rentable y puede traer cola beneficiante para los involucionistas y para los superizquierdistas.

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Celébranse huelgas y manifestaciones callejeras a conciencia, algunas veces, de que no se va a lograr nada positivo de momento; pero todo lo que destruya o desestabilice resulta positivo porque hace daño, y eso vale. La espumosa actuación de los bomberos de Madrid, la monstruosidad de la fábrica de aluminio de Lugo y la montaraz huelga de profesores en los momentos más delicados marcan límites casi inconcebibles de extravagancia pública.

Por otro lado, la oposición, de uno u otro matiz, no ofrece soluciones mejores; sólo aspira a que llegue un caos con el que satisfacer a sus seguidores. Piensan, sin duda, que estar en ella consiste en maniobrar para desprestigio de los gobernantes o para expulsarles de sus poltronas, pase lo que pase, y cuanto más gordo sea, mejor. Recientemente he oído por televisión a un gran hombre de ciencia que el elitismo científico no puede progresar en las democracias por la masificación estudiantil, que no es cosa de éstas. Los gobernantes aplican normas democráticas al país, no a la ciencia; son los hombres de ciencia quienes tienen que destacar como elite para que se les preste la merecida y eficiente ayuda oficial. La democracia ni disminuye, ni frena, ni destruye los avances científicos. Que lo pregunten en Estados Unidos y que lean el libro de Gorbachov.

Los gobernantes actuales hicieron algunas cosas muy buenas, otras simplemente buenas, otras regulares o malas o mal hechas, según la apreciación de los enjuiciadores. Quizá se hayan equivocado en los planteamientos o las planificaciones, y acaso se han excedido en designar a medianías para puestos de importancia; pero han dado ejemplos de honestidad política (antes desconocida entre nosotros) con la reconversión industrial y con el control de los salarios, pues esas decisiones tenían lógicamente que perjudicar más que a nadie a sus propias huestes obreras. Y lo hicieron porque así lo exigían las circunstancias históricas del país.

Una broma televisiva sobre el presidente resultó un magnífico test para la democracia que vivimos, y ella trajo a mi memoria que hace muchos años, en una cena a la que en un local nocturno de Chicago invitó el embajador Lequerica a un grupo de médicos españoles, un caricato se burló de Franco, y cuando un patriotero maestro español le preguntó si no deberíamos levantarnos y marchar, aquél, con gran sentido de lo que era la democracia americana y con su voz de pito, le replicó: "No, por Dios, ya verá usted cómo acabará ridiculizando al presidente Roosevelt". Efectivamente, hasta sacó una silla de ruedas para hacer más escarnecedora la broma.

Sísifo, Penélope y las 49 danaidas, todos cogidos del brazo de sus terquedades, sirven de ejemplo a los legisladores, a los ejecutivos, a los periodistas y a los hombres de la calle. Continuamos repitiendo el "no importa" de España, de Francisco Sánchez, y confirmando, con otro autor decimonónico, que entre nosotros hay mucho de más y mucho de menos, a pesar de las tragedias padecidas y de las ilusiones que despertó el reencuentro de la libertad tras la muerte del chaplinesco dictador. Sigue habiendo en España mucho de más (paro, ladrones, drogadictos, violaciones, puentes festivos, influencias políticas, huelgas destructoras, etcétera) y también muchas cosas de menos (trabajo, justicia, decoro profesional, tino, ganas reales de trabajar, sensatez, etcétera). Por eso se propugna lo que no se hace, se dice lo que no se piensa y se hace lo que no se dice. "Repompolinancias descuajaringantes" llamó Juan Ramón Jiménez a esas descorazonantes, avergonzantes y casi escalofriantes realidades que impiden a España alcanzar el nivel medio moral que debería tener a los 13 años de abiertas las puertas de la ansiada democracia, que Dios nos conserve.

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