Tribuna:

Suicida

Hacia el final de mayo llegó un viajero catalán a un parador de la provincia de Tarragona y alquiló una habitación con vistas a un valle lleno de margaritas. En efecto, en el campo era primavera, pero el caballero traía el bigote a media asta y en el maletín llevaba martillo y clavos, un frasco de barbitúricos y una botella de anís Machaquito. Una vez instalado en la habitación puso manos a la obra. Claveteó la puerta y la ventana para que nadie pudiera salvarlo y a continuación el inminente suicida comenzó a escribir una carta de despedida mientras la bañera se llenaba. Degustando a pequeños ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Hacia el final de mayo llegó un viajero catalán a un parador de la provincia de Tarragona y alquiló una habitación con vistas a un valle lleno de margaritas. En efecto, en el campo era primavera, pero el caballero traía el bigote a media asta y en el maletín llevaba martillo y clavos, un frasco de barbitúricos y una botella de anís Machaquito. Una vez instalado en la habitación puso manos a la obra. Claveteó la puerta y la ventana para que nadie pudiera salvarlo y a continuación el inminente suicida comenzó a escribir una carta de despedida mientras la bañera se llenaba. Degustando a pequeños sorbos una copa de licor, expresó a su esposa en una cuartilla algunas recomendaciones y luego dejó en un lugar visible el sobre cerrado que lucía el membrete del negocio familiar recién quebrado. Era un catalán de clase media, fabricante de pañería, devoto de las setas, amante del orden, antiguo excursionista, que se había hecho un lío con la vida, si bien la bañera ya estaba llena de agua templada y parecía una cuna.Descorchó el Valium y entró en un largo sueño, pero al día siguiente, en conserjería, se dieron cuenta de que algo no iba bien en aquella habitación. Después de llamar varias veces, el director mandó derribar la puerta, y allí dentro los bomberos hallaron a este catalán mesocrático que agonizaba con un tubo de pastillas en el estómago y media botella de anís Machaquito en la mano, flotando en el cuarto de baño con cara de felicidad. Nada se pudo hacer por él. Cuando los camilleros se lo llevaban, el director abrió el sobre y leyó la carta que el suicida había escrito: '*Querida Montse, ruego que me perdones, no he podido soportar el fracaso, deseo que seas feliz. El coche lo he dejado en el primer sótano del aparcamiento, según se sale del ascensor a la derecha. Le falta aceite y la rueda de recambio está pinchada. Dile al dentista que no podré ir a la cita el próximo jueves. En esta hora suprema quisiera hacerte la última recomendación: me gustaría que votaras a Jordi Pujol en estas elecciones. Adiós".

Sobre la firma

Archivado En