Editorial:

Un fracaso colectivo

QUE EL 5º Congreso del Partido Socialista de Euskadi (PSE-PSOE), clausurado ayer en San Sebastián, haya finalizado sin un enfrentamiento dramático entre los dos sectores que compiten en su seno no significa, como pretenderían los vencedores, que las aguas hayan vuelto a su cauce como si nada hubiera pasado. Ha pasado mucho. Las peleas internas que han presidido todo el proceso cubren de descrédito a ambos sectores, salpican al conjunto del PSOE y afectan al prestigio del sistema político democrático en el territorio en que más decisivo resulta mantener alta la bandera de la autoridad moral de ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

QUE EL 5º Congreso del Partido Socialista de Euskadi (PSE-PSOE), clausurado ayer en San Sebastián, haya finalizado sin un enfrentamiento dramático entre los dos sectores que compiten en su seno no significa, como pretenderían los vencedores, que las aguas hayan vuelto a su cauce como si nada hubiera pasado. Ha pasado mucho. Las peleas internas que han presidido todo el proceso cubren de descrédito a ambos sectores, salpican al conjunto del PSOE y afectan al prestigio del sistema político democrático en el territorio en que más decisivo resulta mantener alta la bandera de la autoridad moral de los partidos democráticos. Por ello, este congreso se cierra con un fracaso colectivo.Los resultados de las votaciones para la elección de la ejecutiva constituyen una repetición de los registrados en el anterior congreso: victoria por escaso margen del sector encabezado por Benegas, Jáuregui y Eguiagaray. Ya entonces se cometió el error de marginar de la dirección ejecutiva a Damborenea. Error no tanto por la estrechez del margen como por la significación de este último dirigente como líder indiscutible -aunque no indiscutido- de los socialistas vizcaínos y por su papel en relación a la disidencia ugetista.

Desde hace años, las diferencias de orientación política entre los dos sectores del partido son mínimas. En el pasado, la divergencia surgía de las diferentes dosis de colaboración y enfrentamiento con el nacionalismo propugnadas por unos y otros. Simplificando, podría decirse que Benegas era partidario de plantear un modelo pluralista de convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas, mientras que Damborenea se dirigía preferentemente a la comunidad no nacionalista, propugnando un contramodelo simétrico al del Partido Nacionalista Vasco (PNV), en la idea de que sólo así se obtendría una resultante efectivamente pluralista.

Esa discusión ha sido superada por la práctica. La división del PNV ha permitido a los socialistas compartir el Gobierno autónomo con el partido de Arzalluz. Desde esa nueva posición, el 52 congreso se presentaba como el del abandono del resistencialismo en favor de una actitud de apertura hacia el conjunto de la sociedad. La necesidad de retomar sobre bases consensuadas el proceso de construcción política de la Euskadi autónoma -superando así los efectos causados por el sectarismo del PNV entre 1980 y 1987era la primera consecuencia estratégica de la nueva orientación, favorecida por el giro de Arzalluz hacia posturas más abiertas. Pero el mensaje se destruye a sí mismo si el partido que propugna ese consenso es incapaz de consensuar internamente la composición de su dirección. Sencillamente, no es razonable sostener que las diferencias entre Arzalluz y Jáuregui son menores que las que separarían al segundo de Damborenea.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Por razones más de imagen que de contenido -a veces se olvida que fue Damborenea quien, en un libro publicado en 1984, teorizó la necesidad del pacto con el PNV-, el dirigente vizcaíno estaba peor situado que Benegas o Jáuregui para asumir el papel de interlocutor ante el nacionalismo. Por ello, seguramente no era la persona indicada para ocupar la secretaría general, por lo que su empecinamiento en conseguirlo revela más pasión que inteligencia. Pero de ahí a prescindir de su concurso en la dirección, media la distancia que separa lo razonable de lo arbitrario.

Si no existían divergencias políticas, Damborenea debería haber sido cooptado para la dirección inmediatamente después del anterior congreso. Al no hacerlo así, sin otro argumento que el de la presunta disfuncionalidad que implicaría su presencia, se pusieron las bases para la crisis que ha aflorado ahora. Una crisis en la que han sucedido episodios como el de la asamblea de la agrupación de Sestao (anulación, con argucias pueriles, de unos votos en favor de Damborenea que resultaron decisivos) que pesarán muy negativamente en la credibilidad del mensaje que pretendía transmitir el 52 congreso de los socialistas vascos.

Archivado En