Tribuna:

Qué ficción

Superada la polémica sobre si en este país se lee mucho o poco, ahora toca discutir si lo poquísimo que leemos pertenece a la narrativa o al ensayo. ¿Está más de moda la literatura que el pensamiento entre los tres mil y pico lectores de toda la vida? ¿Es verdad que la ficción se ha convertido en el género mayor de la cultura encuadernada porque las grandes verdades no eran más que ficciones, o también es ficción el auge de la ficción?Por lo pronto sabemos una cosa: que los géneros evolucionan y los lectores permanecen. Aquellos comulgantes del pensamiento maximalista de los sesenta son los qu...

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Superada la polémica sobre si en este país se lee mucho o poco, ahora toca discutir si lo poquísimo que leemos pertenece a la narrativa o al ensayo. ¿Está más de moda la literatura que el pensamiento entre los tres mil y pico lectores de toda la vida? ¿Es verdad que la ficción se ha convertido en el género mayor de la cultura encuadernada porque las grandes verdades no eran más que ficciones, o también es ficción el auge de la ficción?Por lo pronto sabemos una cosa: que los géneros evolucionan y los lectores permanecen. Aquellos comulgantes del pensamiento maximalista de los sesenta son los que compran las narrativas minimalistas ochentales. Más viejos, calvos y solventes, mejor trajeados y con distinta pareja, pero la misma clientela. Y no sólo los lectores, también los autores son. los mismos. Nuestros viejos ensayistas de guardia se han puesto a escribir novelas, y generalmente de juzgado de guardia. Más todavía. Los congresos de filósofos, como el reciente de Cáceres, elevan la literatura a tema de reflexión, y ya sabemos lo que ocurre en los feroces congresos de literatos y artistas, que suenan a naftalina filosófica. La narrativa está en alza parque los pensadores ya no tieneri. riada nuevo que decir. Vale. Pero cuando los narradores hablan, o nos riñen en los medios, y no paran, entonces retumban las monsergas intelectuales del maximalismo inferior. Pero no hay empate. El escritor de ficción tiene más privilegios que su competidor. No sólo está obligado a trabajar la mentira, sino que se encuentra en posesión de la verdad, y hasta lo premian por salmodiar verdades que serían la nuina, intelectual del otro. Eso explicaría tanto cambio de sexo en el gremio de los pensadores: saben que como novelistas pueden seguir repitiendo lo que como filósofos tienen rigurosamente prohibido. Y saben otra cosa. Como la diferencia de lectores entre un libro de narrativa y otro de ensayo no llega al medio millar, lo importante es salir retratado en los grandes medios. Y la única verdad es que la ficción abre más las puertas del Ente.

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