Editorial:

La apuesta del PCE

EL 12º Congreso del Partido Comunista de España (PCE) ha consagrado el triunfo retrospectivo de los renovadores expulsados por Carrillo -y otros que ahora se cuentan entre los triunfadores- hace siete años. La entronización por los delegados de Julio Anguita como nuevo líder, venciendo las resistencias del aparato residual de los años gloriosos, simboliza el reconocimiento de que, como intuyeron los renovadores, la reconstrucción de la izquierda pasaba en España por la superación de los rasgos que definieron tradicionalmente la identidad comunista. La incapacidad del PCE para con...

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EL 12º Congreso del Partido Comunista de España (PCE) ha consagrado el triunfo retrospectivo de los renovadores expulsados por Carrillo -y otros que ahora se cuentan entre los triunfadores- hace siete años. La entronización por los delegados de Julio Anguita como nuevo líder, venciendo las resistencias del aparato residual de los años gloriosos, simboliza el reconocimiento de que, como intuyeron los renovadores, la reconstrucción de la izquierda pasaba en España por la superación de los rasgos que definieron tradicionalmente la identidad comunista. La incapacidad del PCE para construir una alternativa de izquierda en las condiciones teóricamente más favorables -con un Gobierno socialdemócrata que practicaba una política reformista moderada en momentos de crisis económica aguda- constituyó la prueba de la hondura de la crisis de la subcultura comunista forjada desde la clandestinidad.Como en otros países de Europa, la pérdida de referencia exterior que siguió al descrédito del modelo soviético -un modelo que era compatible con el golpe de Estado del general Jaruzelski en Polonia- dejó sin encarnadura a la identidad específicamente comunista. Rota esa referencia, los principios doctrinales y ejes políticos más característicos -centralidad de la clase obrera, nacionalizaciones, desconfianza hacia la democracia formal- perdieron su papel de elementos de cohesión interna. El nombre mismo de comunista, asociado a experiencias internacionales que nada decían a la juventud y poco a los adultos, se convirtió en un obstáculo. El ensayo de empezar por otro lado que supuso la experiencia de Izquierda Unida venía a ser el reconocimiento implícito de lo anterior, por más que el peso del pasado -incluido el legítimo apego sentimental a quienes habían dedicado su vida a la causa en condiciones heroicas- y las resistencias del aparato dieran al proyecto contornos contradictorios o confusos.

La mayoría de los delegados han comprendido que la pervivencia de una opción de izquierda capaz de determinar la política del PSOE mediante procesos de desbordamiento exigía cambiar definitivamente de carril. Sectores del aparato tradicional que en otras condiciones hubieran estado dispuestos a encabezar el giro trataron de controlarlo mediante un pacto de notables. Pero una vez lanzada públicamente la hipótesis Anguita, han sido incapaces de detener el entusiasmo que esa opción ha suscitado en sectores muy amplios de la base. El líder andaluz, cuya psicología de hombre. apasionado y mesiánico le hace muy apropiado para suscitar adhesiones en momentos de zozobra, ha jugado a fondo sus bazas. Su tenaz resistencia a dar por hecha su candidatura ha forzado la intervención directa de los delegados contra el reparto de poder planificado por los notables. Anguita no aceptó convertirse en rehén de un comité central resistente a la renovación. Triunfó en su apuesta. Ahora está por ver si la realizada por los delegados, que han identificado su voluntad de renovación con la fórmula populista encarnada por el ex alcalde de Córdoba, obtiene idéntico éxito.

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