Tribuna:

La razón comisarial

Lo que se descubre en filosofía, con Kant, es la flexibilidad de la razón, del lógos (eso que hoy podernos volver a traducir como los griegos, como pensamiento-lenguaje). La razón es flexible, y tiene sobre todo dos flexiones, la indicativa y la imperativa. El verbo ser, como ya sabía Aristóteles, se dice de diversos modos. Esos modos son los mismos modos del verbo, especialmente dos, el indicativo, la función enunciativa, y el imperativo, la función denunciativa. En el gozne entre ambas flexiones se constituye el espacio crítico de la filosofía...

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Lo que se descubre en filosofía, con Kant, es la flexibilidad de la razón, del lógos (eso que hoy podernos volver a traducir como los griegos, como pensamiento-lenguaje). La razón es flexible, y tiene sobre todo dos flexiones, la indicativa y la imperativa. El verbo ser, como ya sabía Aristóteles, se dice de diversos modos. Esos modos son los mismos modos del verbo, especialmente dos, el indicativo, la función enunciativa, y el imperativo, la función denunciativa. En el gozne entre ambas flexiones se constituye el espacio crítico de la filosofía. Ese espacio crítico mantiene firme la infinita distancia entre ser y deber ser. La filosofía es, desde Kant, ilustrada y moderna en tanto se mantiene al filo de ese gozne o de ese límite y frontera que deja abierta la herida trágica que distingue ser y deber ser. En la medida en que se quiere cerrar o remediar la herida, pierde la filosofía su condición de verdad.Aparentemente, la filosofía de Heidegger revela su inspiración kantiana, tanto en sus primeras singladuras (Ser y tiempo) como en sus etapas posteras (las que siguen a la Kehre, giro o vuelco). En Ser y tiempo, el Dasein, ser ahí, se halla llamado al más peculiar poder-ser (conciencia anticipada de la muerte) a través de la conciencia moral, la que, sin decirle nada de particular, le urge a un alzado del ser al deber ser. En su obra posterior puede descubrirse la estructura formal del imperativo categórico kantiano a la relación entre la llamada del ser y la libre posibilidad de oír o atender a ese "dictado" por parte del hombre.

Pero subsiste, en el "segundo Heidegger", una importante diferencia, por cuanto, frente a Kant, esa palabra del ser, que es un envío de éste (un comando, una comisión), tiene un claro y nítido carácter indicativo La flexión y diferencia de la razón kantiana ha sido sutilmente suprímida. El "dictado" del ser es, ciertamente, imperativo, pero en el sentido del "imperio" y del "dominio", no en el sentido de la vacía y formal "voz de orden" del imperativo categórico kantiano. Ese imperio del decir que dicta el ser da lugar a la comisión (palabra con la cual mi amigo Pedro Ancochea traduce Geschick). Esa comisión puede ser atendida y corespondida: en esa posibilidad se realiza la libertad en tanto que "libertad humana". Pero con ello se da curso indicativo al imperativo del lágos. O se cierra y sutura lo que Kant mantuvo abierto e "infinitamente separado".

El asunto es de enorme importancia y gravedad. La organización ontológica del segundo Heidegger es, por lo que se puede colegir, una organización comisarial. una ontología comisarial en la que los cometidos del ser se "agotan" en su "ejecutividad" fugaz (en la "estación-del-instante") del envío "histórico" del caso. La historia misma es pensada según este decisionismo ontológico, que tiene su fuente y su arranque no en el Dasein ni en el "hombre", sino en el ser, que es el que dicta y comanda. Es una concepción absolutamente grandiosa y de una estremecedora lucidez, que presenta en crudo lo que no queremos ver: que el mundo y la época que nos atañe responde a esa estructura ontológica o que el "totalitarismo" en el que ese poder absoluto comisarial soberano se realiza constituye su estructura de base, su basso ostinato, su "armónico" fundamental. ¿Esta ontología tiene conexiones ocultas con el nacionalsocialismo? ¡Pues claro que sí! Y en ello radica su grandeza, su honradez, su fuerza y su limitación hístórica. También su crudeza y su falta total de fariseísmo. En vano se quieren cubrir las vergüenzas del tiempo con velos hipócritas, con supuestas comunidades ideales "contrafácticas". La verdad histórica está del lado de Heidegger, como en teoría política lo está del lado de Carl Sclimitt. Este es el reto que nos urge y espolea. Pero que nos azuza por la vía de un camino que no puede ahorrarse el costo de reconocerse en y desde los trazados heideggerianos. Que éstos posean su propio límite de época, eso está en nuestras manos revelarlo, saliendo al paso de esta ontología comisarial que borra la flexíón del lógos, o propiciando un radical retorno al pensamiento crítico. Pero nunca cometiendo la estupidez de dar por bueno lo que el sensacionalismo de la Prensa filosófica amarilla pueda ofrecernos como "grandes revelaciones" en relación a un verdadero pensador. Salir del amarillismo filosófico exige, eso sí, años de dedicación. Los datos biográficos del filósofo, la locura de Nietzsche, la rectoría de Hegel, la "homosexualidad" de Wíttgenstein, Platón vendido como esclavo, Heide"gger y su "discurso del rectorado", deben ser pensados en y desde sus propios espacios filosóficos, los que ellos mismos abren y transitan, a modo de señales luminosas o tenebrosas en el curso de esos trazados. Sólo en esa dialéctica puede lograrse quizá que la general estupidez de la Prensa filosófica amarilla no nos invada y domine para siempre.

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