Cartas al director

El timo del corazón

Resulta que es cierto lo de la gota que colma el vaso: a mí me acaba de ocurrir. Vaya para cinco años que las desgracias y las alegrías de mi vida son compartidas, en contra de mi voluntad, por los lectores de la prensa del corazón. Aún no he llegado a poder aceptarlo, no sé si por un temperamento profundamente discreto, por respeto de mí misma y de mis sentimientos, que son reales e intensos, o por un celoso deseo de intimidad y de interiorización que rechaza la tergiversación y la frivolización, inevitables cuando los acontecimientos de la vida pasan a convertirse en melodramas para e...

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Resulta que es cierto lo de la gota que colma el vaso: a mí me acaba de ocurrir. Vaya para cinco años que las desgracias y las alegrías de mi vida son compartidas, en contra de mi voluntad, por los lectores de la prensa del corazón. Aún no he llegado a poder aceptarlo, no sé si por un temperamento profundamente discreto, por respeto de mí misma y de mis sentimientos, que son reales e intensos, o por un celoso deseo de intimidad y de interiorización que rechaza la tergiversación y la frivolización, inevitables cuando los acontecimientos de la vida pasan a convertirse en melodramas para el gran público.Por todo ello, jamás he aceptado una entrevista y ni siquiera he dicho una sola palabra a un periodista de esa clase de prensa. Nunca me he dejado fotografiar, nunca he abierto la boca más que para exigir o rogar que me dejasen en paz. He soportado en estos aflos verdaderas persecuciones y acosos, me han esperado en la puerta de mi casa o de mi trabajo e incluso se han introducido en ellos con mentiras. Me han agredido con cámaras fotográficas y micrófonos, y nunca he contestado a una sola pregunta.

Todo ello ha sido inútil: cada vez que algo nuevo ocurría en mi vida familiar, alguna o varias revistas del corazón publicaban fotos y declaraciones y comentarios míos absoluta y totalmente inventados.

Las últimas veces que un periodista me ha perseguido por lacalle le he preguntado: "Pero ¿por qué insisten, si saben que nunca he contestado y nunca voy a contestar a nada?". La respuesta ha sido una mezcla de cinismo y chantaje: "Bueno, pues peor para ti; nos lo inventaremos, como otras veces".

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He de decir que me han tratado bien; el invento de mis contestaciones y actitudes ha plasmado la imagen de una persona respetable, de eso que llaman una señora. Quedo muy agradecida, pero exactamente igual podía haber ocurrido lo contrario.

La gota que ha colmado mi paciencia y que me ha hecho romper por fin mi silencio para decir públicamente que nunca he dicho nada ha sido la aparición, en el número 1.899 de la revista Diez Minutos, de unas supuestas declaraciones mías sobre la reciente boda de mi ex marido, Miguel Boyer. Esta vez ni siquiera se han molestado en enviar a un periodista a perseguirme; con el mayor descaro han inventado un diálogo conmigo y han vuelto a dar esa estupenda imagen de señora que me han adjudicado.

Suscribo lo que dicen, sólo que yo no lo he dicho. Por una vez me sentía tranquila y satisfecha: ni un periodista había rondado por mis alrededores.

Sé que todo esto es difícil de creer: la gente compra vorazmente esas revistas y, como es natural, desea no ser timada y poder creer lo que lee. Hasta yo, cuando me he visto opinando entre el marqués de Griñón y el padre de Julio Iglesias, he dudado de si a ellos sí les habrían preguntado. Pues casi seguro que no, queridos lectores, y, ya ven, tengo yo también que decir casi: ¿cómo saberlo?

¿Cómo es posible que en este país se venda tal cantidad de ese tipo de revistas con total falta de fiabilidad? Ya es extraña la pasión desatada por el cotilleo, pero sepan ustedes que además esos personajes, aparentemente reales, son tan ficticios como los de las fotonovelas o los de los culebrones televisivos.

Se preguntarán por qué yo no he protestado antes, por qué casi nadie protesta. Pues es muy sencillo: si se escriben notas de pro uno de lleno en el-círculo infernal, se convierte uno cada vez más en personaje habitual de esa prensa, puesto que precisamente la protesta es un nuevo motivo para figurar en ella. La indefensión es absoluta: si quiere uno preservar la intimidad y la privacidad, y evitar lo más posible transformarse en ese ridículo personaje público sin más justificación para serlo que los avatares de su vida personal, no queda más remedio que aguantar y callar.

Esta vez, sin embargo, y aun a riesgo de perder mi digna imagen, no he podido seguir haciéndolo. Si me parece intolerable la falta de respeto hacia mí y también hacia los otros personajes -sin exclusiones- del folletín en el que me he visto metida, mucho peor me parece la falta de respeto hacia los miles de personas que son timadas y engañadas por esa prensa en continuo ascenso de ventas.

Para sus lectores y lectoras he roto mi silencio.- Elena Armedo Soriano, .

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