Tribuna:

Marcelino

Cuando entonces, estuvimos Marcelino y yo, compañeros de butaca, en el estreno de "Canciones para después de una guerra", del gran Martín Patino, que era lo más subversivo que podía pasar en Madrid. Al terminar la película, me dijo Marcelino:-¿Y por qué han tenido prohibido esto?

Eso que uno ha llamado "nostalgia crítica", y que culmina en la película de Basilio, escapaba a los presupuestos y a los supuestos sindicalistas de Marcelino. El comentario, impensable en cualquier otro, estaba bien en él. Quiere decirse que Marcelino Camacho no ha perdido un minuto de su vida en diversificacio...

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Cuando entonces, estuvimos Marcelino y yo, compañeros de butaca, en el estreno de "Canciones para después de una guerra", del gran Martín Patino, que era lo más subversivo que podía pasar en Madrid. Al terminar la película, me dijo Marcelino:-¿Y por qué han tenido prohibido esto?

Eso que uno ha llamado "nostalgia crítica", y que culmina en la película de Basilio, escapaba a los presupuestos y a los supuestos sindicalistas de Marcelino. El comentario, impensable en cualquier otro, estaba bien en él. Quiere decirse que Marcelino Camacho no ha perdido un minuto de su vida en diversificaciones estéticas o sentimentales a la lucha de clases. Él ha ido siempre a lo suyo, sonriente e implacable, de una pieza, como los jerseis que le "tricota" Josefina. Esta reunión de las múltiples direcciones del hombre en una sola dirección es lo que da el éxito en lo que sea, y ahí tenemos a Camacho, en las fotos recientes de la clínica, tomando apuntes que seguramente no son versos -ay- a Josefina (ni ella se lo hubiera consentido). Cuando la primera verbena de este periódico, había un tenderete fotográfico de esos por donde uno asoma la cabeza sobre un cuerpo pintado. Carlos Saura quería que Marcelino pusiera su cabeza sobre el cuerpo de una madrileña castiza, y Josefina sobre el traje ceñido de un "Julián". No se prestaron de ninguna forma. Se hicieron la foto ortodoxa. Es lo que se llama fidelidad al realismo socialista. Nada de juegos surrealistas/verbeneros.

Por cosas así ha ido uno conociendo a Marcelino Camacho, más que por nuestras conversaciones políticas. Es el hombre de Carabanchel al que le cabe el sindicato en la cabeza. Pronto vio que el parlamentarismo, con su pompa y circunstancia todavía un poco canovista, no era lo suyo, y no se permitió perder un minuto en aquello. Volvió a la fábrica, la calle, el sindicalismo puro y duro. En el PSOE se distinguen hoy dos partidos: los socialdemócratas/ liberales de Solchaga y los ugetistas netos de Redondo. Puede que el PCE apunte también esta diferencia, más atenuada: el sucesor de Camacho es un hombre de despacho y Camacho seguirá siendo un hombre de fábrica. Marcelino Camacho ha realizado/parafraseado a su manera al clásico: ha igualado con la vida el sindicato.

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