Tribuna:

Ernesto 'Che' Guevara

El alucinante viaje del yo al nosotros

"Traidor", le dije. "Usted es un traidor". Le mostré el recorte de un diario cubano: él aparecía vestido de pitcher, jugando béisbol.Recuerdo que se rió, nos reímos; si me contestó algo, no sé. La conversación saltaba, como una pelotita de pimpón, de un tema al otro, de un país al otro, de uno a otro recuerdo, añoranza, de su lejana comarca y experiencias de su vida muy vivida.

-¿Qué pasa con mi mano?

-Está maldita.

-¿Maldita?

-Saludó a Frondizi y Frondizi cayó. Saludó a Janio Quadras y Janio Quadros cayó. Suerte que no tengo de dónde caer comentaba yo, ponie...

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"Traidor", le dije. "Usted es un traidor". Le mostré el recorte de un diario cubano: él aparecía vestido de pitcher, jugando béisbol.Recuerdo que se rió, nos reímos; si me contestó algo, no sé. La conversación saltaba, como una pelotita de pimpón, de un tema al otro, de un país al otro, de uno a otro recuerdo, añoranza, de su lejana comarca y experiencias de su vida muy vivida.

-¿Qué pasa con mi mano?

-Está maldita.

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-¿Maldita?

-Saludó a Frondizi y Frondizi cayó. Saludó a Janio Quadras y Janio Quadros cayó. Suerte que no tengo de dónde caer comentaba yo, poniendo cara de preocupado, y él se reía, fruncía el ceño, se sentaba, se paraba, caminaba por la sala, dejaba caer la ceniza de su habana cazador y me apuntaba con él al pecho. Con ánimo discutidor, no magisterial, recurría a veces a un pizarrón para explicar una idea compleja, y a golpes de tiza dibujaba la polémica en torno del cálculo económico y de la vigencia o caducidad de la ley del valor en la sociedad socialista, o con signos y nuneritos bosquejaba el sistema de retribución por normas de producción. Era cáustico como buen argentino, fervoroso como buen cubano: generoso con su verdad, pero en guardia, dispuesto a mostrar los dientes po - ella. Una fuerza profunda y hermosa le nacía, sin cesar, de adentro. Se delataba, como todo; por los ojos. Tenía, recuerdo una mirada limpia, como recién amanecida: esa manera de mirar de los hombres que creen.

Más allá del egoísmo

Creía, sí, en la revolución de América Latina, en su doloroso proceso, en su destino, y tenía fe en una nueva condición humana, nacida de una sociedad centrada en la solidaridad y no en la codicia.

Han pasado ya 23 años desde aquella entrevista en Cuba y han pasado 20 desde que él fue atrapado vivo y asesinado en Bolivia. Y no viene mal recordar ahora su mensaje esencial: ahora que la moda venera los espejismos de la tecnocracia y los desencantos de los intelectuales, ahora que la buena educación manda identificar la libertad de los negocios con la libertad de las personas y algún prestigioso novelista confunde a los usureros con ángeles custodios de la democracia. No viene mal recordar, digo, que el Che Guevara fue presidente de un banco, el Banco Central de Cuba, no dedicado a la especulación sino al socialismo, y que en tal carácter firmaba los billetes: no los firmaba Ernesto Guevara, sino Che, así nomás, para burlarse del dinero. Porque él no creía que el desarrollo económico fuera un fin en sí: el desarrollo de una sociedad tiene sentido si sirve para transformar al hombre, si le multiplica la capacidad creadora, si lo lanza más allá del egoísmo. El tránsito desde el reino de la necesidad hasta el reino de la libertad es un alucinante viaje del yo al nosotros. Y este viaje no puede realizarlo el capitalismo, porque sacrifica al derecho de propiedad los demás derechos y organiza la vida como una carrera de lobos.

Contra el veneno de la codicia, el más mortal, el que mata por dentro, el Che dijo cuanto dijo y escribió cuanto escribió, y vivió como vivió y murió como murió. Y éste es el sapo vivo que la civilización del consumo no puede tragarse, aunque ella reduzca la historia latinoamericana a un western de colores y convierta a este héroe de nuestro tiempo en un mero tiratiros de gatillo alegre, cuya imagen puede venderse impunemente en los supermercados.

Era agosto de 1964 y estábamos con Reina Reyes y Julio Villegas en su despacho del Ministerio de Industria. El Che hablaba y uno tenía la impresión de que le subía la temperatura de la sangre, pero manejaba a rienda corta su entusiasmo no bien yo me ponía a tomar anotaciones de lo que decía. Entonces, los ojos fijos en la lapicera que bailaba sobre el papel, prefería el comentario pícaro y cortante, que dejaba escapar después de echar, sonriendo, dos o tres densas bocanadas de humo azul entre los espesos bigotes y la barba raleada. Ser periodista era una lástima: no porque uno se hubiera puesto a trabajar después de tantos días y noches de vértigo sin sueño ni razón ni por lo nervioso que eso lo ponía a uno, sino porque la fluida comunicación que espontáneamente nacía se cortaba a cada rato por culpa de mi oficio. "Estamos conversando entre cubanos y uruguayos", mentía entonces el Che para eludir alguna pregunta indiscreta. Todo hacía evidente, sin embargo, que aquella pasión que en él vibraba tan a flor de piel había roto las fronteras que otros habían inventado para América Latina. Escuchándolo, no podía uno olvidar que aquel hombre había llegado a Cuba después de una larga peregrinación latinoamericana: que había estado, y no como turista, en el torbellino de la naciente revolución boliviana y en la convulsiva agonía de la revolución guatemalteca; que había cargado bananas en Centroamérica y que había sacado fotos y vendido estampitas en las plazas de México para ganarse la vida, y que, para jugársela, se había lanzado a la aventura del Granma.

Un hombre de todo o nada

Celia de la Serna me dijo hace años, en Montevideo, que su hijo había vivido siempre demostrándose a sí mismo que podía hacer todo lo que no podía hacer, y que así había ido puliendo su asombrosa voluntad. Los continuos ataques de asma le habían interrumpido la escuela en cuarto año, pero siguió dando exámenes por su cuenta, y luego fue brillante estudiante de Medicina. A los 17 años se ganaba la vida trabajando, escribía poemas (bastante malos) y practicaba, a su manera, el álgebra y la arqueología. Entonces empezó a redactar un diccionario filosófico. A los 18 años, el Ejército argentino lo declaró absolutamente inepto para la vida militar.

Celia, que tanto se le parecía, le tomaba el pelo por intolerante y fanático. Ella me dijo que él actuaba movido por una tremenda necesidad de totalidad y pureza. Así se convirtió en el más puritano de los dirigentes revolucionarios occidentales. En Cuba era el jacobino de la revolución. "Cuidado, que viene el Che", advertían los cubanos, bromeando pero en serio. Todo o nada: agotadoras batallas ha de haber librado este refinado intelectual contra su propia conciencia tentada por la duda: con rigor de monje o de guerrero iba conquistando certidumbres de hierro.

Con la capacidad de sacrificio de un cristiano de las catacumbas, el Che había elegido un puesto en la primera línea de fuego, y lo había elegido para siempre, sin concederse a sí mismo el beneficio de la duda ni el derecho al cansancio: éste es el insólito caso de un hombre que abandona una revolución ya hecha por el y un puñado de locos para lanzarse, con otro puñado de locos, a empezar otra. Porque no vivió para el triunfo, sino para la pelea, la pelea de nunca acabar contra la indignidad y el hambre, y ni siquiera se hizo el obsequio de volver la cabeza hacia atrás para mirar el hermoso fuego que levantaban sus propias naves quemadas.

El Che no era hombre de escritorio: era un creador de revoluciones, y se le notaba; no era, o era a pesar suyo, un administrador. Tenía que estallar de alguna manera aquella tensión de león enjaulado que su calma aparente delataba.

Le faltaba la sierra. Y con eso no quiere, decir que no se haya entregado entero, en cuerpo y alma y sombrero, a las tareas de alta responsabilidad que cumplió en el Gobierno de Cuba. Se sospechaba que no dormía nunca., y los domingos cortaba caña como obrero voluntario. Nadie sabe de dónde sacaba tiempo para leer, escribir, polemizar. Y para pelear con su asma, implacable, que ya había llevado a cuestas en los tiempos de la guerrilla ("La orden de partida -me contó llegó de golpe, y todos tuvimos que salir de México tal como estábamos., en grupos de a dos o tres. Teníamos un traidor entre nosotros, y Fidel había ordenado la salida súbita para evitar que el traidor pudiera avisar a la policía. Aquel traidor... todavía no sabemos quién era.. Y así fue que me tuve que ir sin el inhalador, y durante la travesía me vino un ataque de asma tan espantoso que no sé cómo hice para llegar").

Los tres caballos

El Che hacía lo que decía, decía lo que pensaba y pensaba. como vivía. Todos los cubanos lo sabían, todos lo veían.

Candela, el chófer que nos acompañó a todo lo largo de Cuba, al volante de un lujoso Cadillac recién expropiado, solía. llamarlo caballo. Este supremo elogio a la cubana sólo se aplicaba, en su boca, a tres personas: Fidel, el Che y Shakespeare. La divulgación popular del teatro estaba dando frutos de esta manera más bien imprevista: cada dos por tres, Candela entraba en trance y se ponía a hablar torrencialmente del dramaturgo isabelino ("Se pronuncia de varias maneras; los yanquis le dicen Chéspir") y de sus obras, que bien conocía: "Qué va. Ése sí que era un caballo, chico. Un caballo: muy filósofo en la escritura, y muy didáctico, sí señó".

El Che tenía varias obsesiones, y una obsesión en el centro de todas las demás: la mística del socialismo en marcha, la fe del pueblo en el mundo nuevo que nace, debe ser el motor del desarrollo. Él desconfiaba de los estímulos materiales, y en la entrevista me lo dijo así, con todas las letras:

-Hay, sistemas de retríbución que pueden darle a. cada cual la esperanza de llegar a ser Rockefeller.

También renegó del sistma de cálculo económico y negó la vigencia de la ley del valor en el trIánsito al socialismo:

-Éste es un período decisivo para Cuba -me dijo- Y no podemos, no debemos olvidar que existe un peligro de retorno

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Ernesto 'Che' Guevara

Viene de la página anterioral capitalismo. Otros casos lo demuestran.

Este tema lo indignaba. Durante nuestra conversación no llamó "compañeros", sino "señores", a quienes querían llevar adelante una línea opuesta a la suya en el proceso económico de la revolución.

Con el mismo estilo, filoso, peleón, atacaba sus propios errores:

-Fue un disparate apurarse tanto con la industrialización. Quisimos sustituir todas las importaciones de golpe, por la vía de la fabricación de productos terminados. Queríamos acabar de una vez con la dictadura del azúcar. Y sí, es verdad que el monocultivo es subdesarrollo, pero no vimos las complicaciones enormes que trae la importación de los productos intermedios.

Sobre la coca-cola fabricada en Cuba me repitió lo que poco antes había dicho por televisión.

-Sabe a jarabe de pecho.

La irreverencia del Che no perdonaba a nadie. A los dirigentes comunistas que acudían a Cuba en incesante peregrinación solía recordarles que las revoluciones se hacen y no se dicen, que la misión de los partidos comunistas es estar a la vanguardia de la revolución (sonrisas satisfechas)... pero que lamentablemente ocurre que en casi toda América Latina están a la retaguardia (silencios rencorosos).

Pero, quizá por nostalgia, por defenderse de los tirones del terruño perdido, mitad venganza, mitad homenaje, los argentinos eran el blanco predilecto de sus más ácidos comentarios. Suya era la malvada iniciativa de financiar la revolución latinoamericana comprando a ciertos argentinos de Buenos Aires por lo que valen y vendiéndolos por lo que creen que valen.

-El destino de Cuba parece íntimamente ligado al destino de la revolución latinoamericana -le comenté- Cuba no puede ser coagulada dentro de fronteras. Funciona como motor de la revolución continental. ¿O no?

-Podría haber -me dijo- posibilidades de que no. Pero nosotros hemos eliminado esas posibilidades. La posibilidad de que los movimientos revolucionarios latinoamericanos no estuvieran directamente ligados a Cuba hubiera podido concretarse si Cuba accediera a dejar de ser ejemplo para la revolución latinoamericana. Por el solo y simple hecho de estar viva, no es ejemplo. ¿De qué modo es ejemplo? Del modo como la revolución cubana encara las relaciones con Estados Unidos, y de nuestro espíritu de lucha contra el imperialismo. Cuba se podría limitar a ser un ejemplo puramente económico, digamos.

-Una especie de vitrina del socialismo...

-Una vitrina. Ésa sería una fórmula que hasta cierto punto garantizaría a Cuba, pero que la divorciaría de la revolución latinoamericana. No somos vitrina.

Un automóvil y un tren

-En el supuesto caso de que nuevas revoluciones estallaran en América Latina, ¿no se produciría un cambio de calidad en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos? Se habla de la posibilidad de un acuerdo de coexistencia sobre determinadas bases. Pero, si el incendio se propaga y el imperialismo se ve obligado a echar agua al fuego, ¿cuál sería entonces la situación de Cuba, es decir, de la chispa?

-Nosotros definimos la relación entre Cuba y Estados Unidos en la época actual como un automóvil y un tren que van corriendo más o menos a la misma velocidad, y el automóvil tiene que cruzar el paso a nivel. A medida que se acerca al paso a nivel se acerca la posibilidad de confrontación y de choque. Si el automóvil -que sería Cuba- cruza antes que el tren, es decir, si la revolución latinoamericana adquiere cierto grado de profundización, ya se ha pasado al otro lado, ya se ha atravesado el paso a nivel: ya Cuba no tiene significación. Porque a Cuba no se la ataca por despecho del imperialismo, sino que se la ataca por la significación que tiene. Nosotros vamos agravando nuestras confrontaciones con Estados Unidos día a día, objetiva y fatalmente, a medida que se agrava la situación en América Latina -y lo mejor que tiene es lo mal que está- Y si la situación se agrava tan convulsivamente que obliga al imperialismo a emplearse en gran escala, ya el problema fundamental deja de ser Cuba como catalizadora porque se ha producido la reacción química. La incógnita es: si cruzaremos, o no, antes que el tren. Podríamos frenar. Es difícil que frenemos.

-Pero, entonces, ¿hasta qué punto es posible la coexistencia?

-No se trata de Cuba, sino de Estados Unidos. No interesa Cuba a Estados Unidos si la revolución no cuaja en América Latina. Si Estados Unidos dominara la situación, qué les importaría Cuba.

-Y en el supuesto caso de que la revolución latinoamericana no estallara, ¿es posible que Cuba siga adelante?

-Claro que es posible.

-¿A largo plazo?

-A largo plazo. Ya pasó el período peor del bloqueo.

-Quiero decir: si el aislamiento de Cuba de sus fuentes nutricias latinoamericanas no podría producir deformaciones internas, rigidez ideológica y lazos de dependencia cada vez más agobiantes.

-Me parece un poco idealista la cosa. Uno no puede hablar de fuentes nutricias. Las fuentes nutricias son la realidad cubana, cualquiera que ella sea, y la aplicación correcta del marxismo-leninismo a las condiciones de este país y al modo de ser del pueblo cubano. El aislamiento puede provocar muchas cosas. Por ejemplo, que nos equivoquemos en la forma de apreciar la situación política en Brasil. Pero distorsiones en la marcha de la revolución, no.

Ya era entrada la noche cuando alguien, un enemigo, irrumpió en la habitación para recordar al Che que su rival le aguardaba desde hacía media hora, ante el tablero de ajedrez, en el piso de abajo.

-Lo siento -me dijo el Che-, pero el deber me llama.

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