Tribuna:

La oreja

Soy de los que opinan que la oreja es nuestro más noble miembro y hay que vigilar mucho lo que introducimos por ese túnel con arquitectura de caracol y diseño de molusco. La prueba irrefutable de la respetabilidad de la oreja está en su magnífica inmovilidad. La oreja es el único órgano humano capaz de permanecer impertérrito ante el placer y el dolor, el erotismo y la muerte. La oreja soporta con flema todo lo que le echen, e inmediatamente lo envía al cerebro para su análisis, pero tiene la delicadeza de no emitir absolutamente nada, de permanecer muda ante los decibelios del mundo exterior....

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Soy de los que opinan que la oreja es nuestro más noble miembro y hay que vigilar mucho lo que introducimos por ese túnel con arquitectura de caracol y diseño de molusco. La prueba irrefutable de la respetabilidad de la oreja está en su magnífica inmovilidad. La oreja es el único órgano humano capaz de permanecer impertérrito ante el placer y el dolor, el erotismo y la muerte. La oreja soporta con flema todo lo que le echen, e inmediatamente lo envía al cerebro para su análisis, pero tiene la delicadeza de no emitir absolutamente nada, de permanecer muda ante los decibelios del mundo exterior. Y su mínima expresión, cuando se tiñe de colorado, es para delatar la mentira.La música era el reposo de la oreja, el mejor homenaje del hombre a su órgano más sufrido e inmutable, un premio a tanto estoicismo. Y había un pacto. La música sería el único ruido de este mundo que podías permitirte el lujo de seleccionar, que buscabas y pagabas para que se introdujera por allí. Mientras el resto de los sonidos naturales y artificiales viajan hacia la oreja y se cuelan por el laberinto sin consultar, incluso a su pesar, con la música era la oreja la que viajaba hacia el ruido. Los ratos musicales eran los únicos instantes de tu vida en los que podías escuchar lo que te daba la gana y donde te daba la gana. Se ha roto el pacto. Mis orejas pasan el día escuchando músicas indeseables, melodías no solicitadas, ritmos que no quieren oír. Desde que la regalan, no sólo perdió la música su ripio, sino su vieja decencia. Puedes evitar ir a una exposición, leer una novela, ver una película, pero es imposible evitar la música. Todo está amañado para que tus orejas la reciban sin parar. En los restaurantes, los ascensores, la playa, las tiendas, el avión, la calle, el banco, las terrazas, los pasillos burocráticos, incluso en los descansos de los conciertos. Cuánto lamento ahora que la oreja sea un órgano tan soso y educado. Si supiera expresarse como los ojos, la boca, el sexo, las manos o los pies, otro gallo cantaría. Pero se aprovechan de su parsimonia.

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