Ceremonia de iniciación

Más de 2.000 voluntarios llegan cada año a la Brigada Paracaidista de Alcalá de Henares

Alcalá de Henares recibe cada año de 2.000 a 3.000 voluntarios reclutas dispuestos a salir por la puerta del cuartel como caballeros legionarios paracaidistas. Los abuelos -soldados que llevan cierto tiempo en la unidad- esperan su llegada para repetir con ellos el rito de la iniciación en la convivencia cuartelaria: las novatadas. Los neófitos se someten con resignación a una penitencia cuya base descansa en la superioridad jerárquica que proporcionan unas semanas más de experiencia militar. Algunos, los más, pasarán el trago y se convertirán en paracas; algún otro arrastrará de por vida secu...

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Alcalá de Henares recibe cada año de 2.000 a 3.000 voluntarios reclutas dispuestos a salir por la puerta del cuartel como caballeros legionarios paracaidistas. Los abuelos -soldados que llevan cierto tiempo en la unidad- esperan su llegada para repetir con ellos el rito de la iniciación en la convivencia cuartelaria: las novatadas. Los neófitos se someten con resignación a una penitencia cuya base descansa en la superioridad jerárquica que proporcionan unas semanas más de experiencia militar. Algunos, los más, pasarán el trago y se convertirán en paracas; algún otro arrastrará de por vida secuelas físicas o psíquicas de aquellos días.

Mandos del Ejército de Tierra, reunidos en consejo de guerra, condenaron recientemente a nueve cabos y dos soldados por varios delitos de abuso de autori dad y coacciones cometidos en diciembre de 1981 sobre el caballero legionario paracaidista Joaquín Gil Roca y seis compañeros más. Los siete bultos acababan de llegar al acuartelamiento Lepanto, en el centro de Alcalá de Henares.Uno de ellos, Joaquín Gil Roca, se suicidó tres meses más tarde. Según el fiscal, Gil prefirió arrojarse desde una ventana al patio del cuartel a seguir soportando las bromas de los ahora condenados. A raíz del consejo de guerra, los soldados que pasean por Alcalá de Henares han perdido la memoria. Nadie sabe qué es eso de las novatadas del acuartelamiento Lepanto, la casa embrujada, según la carta que Joaquín Gil envió a su madre poco antes de morir. Nadie sabe ni contesta. El único gesto que rompe su impertérrita pose es la risita mal contenida de los más jóvenes.

"Ya nos advirtieron que no encontraríamos con gente preguntando sobre las novatadas" comenta un paraca que lleva media mili en Alcalá. "Chachi, yo no quiero decir nada; esto es como todos los sitios, cuando llegas te putean porque a los que están aquí ya les han puteado bastante; es chachi, pero la gente se cree que esto es un infierno y no es así, aunque de vez en cuando sale un pirao como el que se tiró por la ventana y nos jode a toda la peña, chachi que sí".

'Piraos' o 'moñas'

Piraos, moñas o flores son las denominaciones que usan los caballeros paracaidistas para referirse a aquellos reclutas que no aguantan las bromas de los veteranos. Se recluyen en sí mismos o forman grupos de tres o cuatro compañeros que se convierten en el blanco preferido de las risas de los abuelos.

El consejo de guerra resultó bastante instructivo de lo que los veteranos entienden por broma: masturbarse en público, beber a la fuerza grandes tragos de whisky a bocajarro, arrastrar con el pene una moneda de cinco duros, hacer flexiones con un mortero a la espalda, recitar estrofas de canciones militares....

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Lo más normal es que el veterano se convierta en un señorito con mayordomo. "Te sacan de la cama a las dos de la mañana para darle fuego al veterano, hacerle la cama o ir a la cantina a traerle copas o tabaco, y si te niegas, nadie te libra de un par de hostias", dice un paraca delgadísimo y pelirrojo que, como todos, prefiere no facilitar su nombre. La resaca del consejo de guerra ha quedado grapada en las paredes de la cantina. Allí se exponen las informaciones de los periódicos sobre la condena a los cabos y veteranos.

Hay una broma que nadie reconoce haber sufrido, pero a casi todos les parece la más original. Responde al nombre de plátano-Baloo. Puede realizarse siempre que haya más de dos reclutas. Los novatos, desnudos y colocados en fila india, forman una cadena humana observando el siguiente procedimiento: el recluta situado entre el primero y el tercero de la fila agarra con una mano el pene del compañero situado delante de él, y con la otra somete a idéntico trato al del soldado que tiene detrás. Todos los novatos situados en número par dentro de la fila proceden de 'la misma manera y, cuando se ha constituido la cadena, avanzan unidos dando vueltas a la habitación y cantando el jingle de un conocido anuncio de televisión: "Plátano, Baloo, dos, tres...".

"Yo el plátano-Baloo lo veo hasta divertido, y a veces se ríen más los novatos que los veteranos. Creo que un juego como éste no crea ningún trauma psicológico a nadie, a no ser que tenga una sensibilidad extrema. Personalmente, considero que es más humillante que un niñato de 18 años, por el mero hecho de llevar cumplidos unos meses de mili, te obligue a hacer la cama o a limpiarle las botas", señaló Julio Bruno, ya casi bisabuelo con sus 18 meses en el cuartel. Bruno reconoce "haber llorado de rabia cuando un abuelo me dio una hostia por negarme a hacerle la cama".

"A un compañero mío", sigue Bruno, "le hicieron saltar desde encima de la taquilla de dos metros veinte, imitando una de las modalidades del salto de paracaídas que nos enseñan en el cuartel". El resultado fue que se rompió la cadera, "pero él estaba tan feliz porque gracias a la novatada consiguió pasar un mes de permiso en su casa".

La taquilla, el armario metálico que se asigna a cada soldado, es el escenario para otra de las bromas que tampoco nadie dice haber sufrido, pero que muchos reconocen haber presenciado. El recluta es introducido en el interior de su taquilla y encerrado bajo llave. Los veteranos echan monedas por la rejilla del cubículo y obligan al novato a que cante sus canciones preferidas, generalmente Los pajaritos. Si el recluta no canta a gusto de todos, los veteranos patean el armario de metal. La resonancia en el interior aumenta inmediatamente el volumen del disc-jockey.

Un cabo jovencísimo dice haber sido obligado por sus compañeros a saltar desde una ventana ataviado con el atalaje de paracaidista. "Me quedé colgado a seis metros del suelo, hasta que los abuelos quisieron subirme".

Todos los reclutas convienen en que dar parte a sus superiores de las bromas a que están siendo sometidos es contraproducente. "Si te chivas es peor, el veterano se chupa unos meses de calabozo, pero cuando salga sabes que va a ir a por tí".

"El nivel cultural de la gente que viene voluntariamente aquí es ínfimo y los abuelos no se plantean si lo que van a hacer está bien o mal o va a tener una repercusión sobre la personalidad del recluta, lo hacen porque es una tradición y porque se divierten con los novatos", comenta Bruno. "Ver películas de Rambo o Chuck Norris en el vídeo del cuartel tampoco ayuda gran cosa a evitar la violencia de algunas bromas".

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