Tribuna:

Proyectos culturales

De todas las propuestas absurdas que mejorarían la vida política del país, añadiéndole un gramo de desconcierto, la más radical, consistiría en sustituir los leones de las Cortes por auténticos leones africanos. Reconozco las dificultades de aclimatación y otras que encierra una propuesta de esta índole, pero me apresuro a añadir que ni el cuerpo de viandantes de la carrera de San Jerónimo, ni el de diputados de la nación correrían ningún peligro. Los leones serían encadenados a su pedestal de la misma manera que el bronce se atornilla.Dice un teórico que todo acto público es representación. U...

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De todas las propuestas absurdas que mejorarían la vida política del país, añadiéndole un gramo de desconcierto, la más radical, consistiría en sustituir los leones de las Cortes por auténticos leones africanos. Reconozco las dificultades de aclimatación y otras que encierra una propuesta de esta índole, pero me apresuro a añadir que ni el cuerpo de viandantes de la carrera de San Jerónimo, ni el de diputados de la nación correrían ningún peligro. Los leones serían encadenados a su pedestal de la misma manera que el bronce se atornilla.Dice un teórico que todo acto público es representación. Un dramaturgo español me confiaba en un tórrido café, delante de un ponche azul, que la única acción no transmisible en teatro, impepresentable en teatro, es el fuego, la idea esencial de fuego (sus ojos se alumbraban delante del ponche con cálidas nostalgias valencianas). Tanto, decía, por dificultades técnicas como por prohibición gubernativa. Entre representación y realidad, mi curiosidad exigiría a la representación del poder ese ápice de cruda realidad que supondría la sustitución de los leones. Los tiempos corren por pistas de macadam. Mucho me temo que los leones disponibles conozcan mejor el látigo de Ángel Cristo que la sabana africana. No importa. Más cruda realidad es el látigo de Ángel Cristo.

Naturalmente, mi propuesta es un deseo, ni piadoso ni esperanzado, que sólo Máximo puede permitirse en una viñeta. O yo en estas líneas. O Einsenstein en la famosa secuencia del león que con tres fotogramas cobra vida.

Un viento de emulación puede recorrer Europa suscitando la misma imagen de hiperrealidad llevada a sus últimas consecuencias (la única manera de representar el fuego en el teatro es incendiando el teatro).

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Así se transformaría el león estilita de san Marcos sobre la Piazzetta.

Y el aparatoso león de Denfert-Rochereau, del tamaño de un vagón de ferrocarril (asolando Montparnasse).

Los leones de la Cibeles pueden quedarse como están, por no aumentar de forma desmedida la fauna de Madrid. En otros tiempos la fuente hubiera podido ser sustituida con ventaja por una gran pala excavadora, idea subliminal que aún transmite, pero la ocasión ya ha pasado y Tierno Galván no llegó a tanto.

Dejaríamos en Disneylandia el ridículo patrimonio de los leones de cartón.

En estos momentos mi opinión es que tales transformaciones no serán autorizadas ni por un solo instante carnavalesco. ¿Qué relación guarda la imaginación y el poder cultural? Ninguna. En este sentido, ni a mi amigo le darán los permisos necesarios para pegarle fuego legalmente a su teatro (previa evacuación ordenada del local ante el inminente último acto) ni ministro alguno arriesgará su prestigio puramente administrativo en lo referente a los leones. No cabe hablar del proyecto de dotar al monumento de la Constitución de una ojiva nuclear, aun cuando parezca haber sido concebido para ello, prolongando la alegoría clásica en la que una mujer aparece con un libro y una espada. ¿Dónde lograr las subvenciones? ¿Depende eso de Defensa, de Cultura o de Justicia? Mi amigo, apurando el residuo de su ponche fosforescente, me dice que conoce varios cana les de financiación. Lo dudo mucho. De la misma manera que él se consuela con bebidas de colores inverosímiles, yo me llevo a las fauces un puñado de panchitos y comienzo a mascar mi frustración.

Sobre la dificultad de ser creador en España han corrido raudales de tinta que más económico hubiera sido aprovechar en la instrucción pública. Sin duda entra en juego la propia indecisión del creador, que no sabe a quién acudir, no sabe a qué proyecto engancharse cuando uno aspira a ser locomotora. Pero no todo el mundo puede descubrir América simultáneamente, aun cuando se le conceda participar en el descubrimiento. Abundando sobre las posibilidades culturales de un desembarco, a medio camino entre la ópera y la playa, hay quizá lugar para un concurso hípico. No pido que se explique el porqué. Sólo que se celebre el salto de Alvarado en la triste Noche Triste.

"-This is a sad, sad night", dice un negro de Torrejon.

La diferencia entre un negro y una rueda, dice Gastón, es que a la rueda la puedes poner cadenas sin que te venga a partir el alma con un blues.

"I like horses", dice el negro de permiso que también toma copas con nosotros. El proceso de civilización de América no ha concluido. Todavía recuerdo al famoso caballo de la serie de televisión Mr.Ed, el caballo que sabía hablar y descubría los en redesue su barrio. Estoy seguro de que a pesar de todo ese caba llo no sabía leer. Le pregunto al astronauta cómo celebrarán en la base el descubrimiento, y me responde: "Bull shit!", supongo que porque le gustan las corridas de toros.

En Noruega se festeja el aniversario de la conquista del polo Norte con una distribución gratuita de helados en los establecimientos de enseñanza primaria.

Los italianos, que están en todo, si por un lado apañan con nuestro descubridor, por el otro reivindidan la invención del helado.

Llegará el momento, dije yo, y no lo verán rais ojos, en que se produzca el verdadero cisma de Occidente, y sea proclamado Papa un obispo fresador, o un patriarca del sindicato de la construcción, o un humilde sacerdote carripesino que tomará posesión de la cátedra de San Pedro en Sáo Paulo entre una mula y un buey, oscuro militante de las Ligas Camponesas de Defesa dos Interesses Agrarios dos Camponeses do Nordeste do Brasil...

"Bull shit!".

... Mientras nosotros perdemos nuestra juventud preguntándonos cómo podríamos asombrar y deslumbrar a una ciudad que ya está de vuelta de todo...

Tú dime cuántos actores tiene la obra...

... Sin obtener más respuesta que la caliada administrativa o, lo que es peor, el menos precio de los camareros en un sórdido local.

En África del Sur, a los negros los entierran buca abajo y con el culo ftiera para que los niños blancos puedan dejar las bicicletas.

Pero el problema real, dijo mi amigo, y vamos a ver quien paga estas copas, es cómo llenar la sala.

Entonces se me ocurre un proyecto cultural más inmediato, porque el teatro de mi amigo no se halla lejos de la Organización Nacional de Ciegos Españoles. Y ése es un público que se me antoja fiel, y se trataría por tanto de montar una comedia musical para invidentes, con todos los adelantos de la ciencia, potenciando sensaciones del oído y del olfato. Y más aún, una obra táctil, donde el público pueda palpar cachas, y sentir formas, y reproducir en su mente sublimes sombras de escultura en movimiento. Y si acaso se me objeta el elevado coste que supone declarar a las coristas a la Seguridad Social, se las sustituye, suspendidas en hileras sobre el patio de butacas, por ristras de jamones de Jabugo, que también sugieren formas y engatusan el olor. Mi consuelo serán los aplausos, aplausos sinceros en la ardiente oscuridad.

Manuel de Lope escritor español residente en Francia, es autor de las novelas El otoño del siglo, Jardines de África y Madrid continental, que está a punto de aparecer.

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