Editorial:

Solución olímpica

LA ELECCIÓN de Carlos Ferrer para presidir el Comité Olímpico Español (COE) pone fin a una larga crisis producida por la resistencia de Alfonso de Borbón a abandonar un cargo para el que no contaba con otros apoyos que los de su vanidad y los que le prestó el sector más politizado y retrógrado del deporte español. De cara a los Juegos Olímpicos de 1992, la presencia de Ferrer, un empresario con larga experiencia organizativa al frente a la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) y con un buen historial deportivo a sus espaldas, supone un respiro para la opinión pública. Y...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

LA ELECCIÓN de Carlos Ferrer para presidir el Comité Olímpico Español (COE) pone fin a una larga crisis producida por la resistencia de Alfonso de Borbón a abandonar un cargo para el que no contaba con otros apoyos que los de su vanidad y los que le prestó el sector más politizado y retrógrado del deporte español. De cara a los Juegos Olímpicos de 1992, la presencia de Ferrer, un empresario con larga experiencia organizativa al frente a la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) y con un buen historial deportivo a sus espaldas, supone un respiro para la opinión pública. Y un premio también a sus esfuerzos en pro de la consecución de la olimpiada para Barcelona.La ilusión con que se recibe a Carlos Ferrer Salat puede ser ilustrada con los resultados de la votación producida ayer: frente a otros dos candidatos, el nuevo presidente del COE fue elegido en una primera vuelta, para la que precisaba 123 votos, con 184. Era natural. La situación provocada por el duque de Cádiz, que llenó de ridículo la historia reciente de nuestro olimpismo, precisaba de una solución digna. ferrer intervino activamente a favor de la candidatura barcelonesa para los Juegos, y en el curso de su trabajo como coordinador de la asociación empresarial Barcelona Olímpica demostró sus dotes de gestión y alcanzó 1.000 millones de pesetas en apoyo de las aspiraciones españolas.

Aunque la alternativa de Manuel Fonseca, eficaz secretario general en la etapa anterior, que supo mantenerse al margen de las salpicaduras de la nefasta gestión llevada a cabo por Alfonso de Borbón, era igualmente interesante, el sentido práctico imponía al ganador de ayer. Éste no sólo cuenta con los apoyos españoles adecuados, sino que se halla reconocido por el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), el también catalán Juan Antonio Samaranch, de cuya mano entró como miembro del máximo organismo olímpico mundial. La condición de presidente del COE y de miembro del COI que reúne Ferrer Salat, junto a la presencia del propio Samaranch, facilitarán los preparativos de la gran fiesta del 1992.

Cataluña ha dado una muestra de coherencia y solidaridad memorables en su carrera en pos de los Juegos Olímpicos. Una Generalitat nacionalista, un Ayuntamiento socialista, Y un comité gestor emparentado con la derecha empresarial han sabido ponerse de acuerdo en la obtención del interés común. La elección de Ferrer, del que un día se habló incluso como alternativa conservadora al socialismo, no suscita tampoco recelos en la Administración pública, que ha sabido valorar sus capacidades para la presidencia del COE. Este ejemplo de consenso pragmático y eficaz, por encima de ideologías o de afineamientos políticos, contrasta seriamente con las polémicas suscitadas con ocasión de la Exposición de Sevilla, cuya pobreza de perspectivas, a estas alturas, preocupa seriamente. Las reyertas que el evento andaluz ha generado en el seno del propio PSOE, con intervenciones sorprendentes a favor y en contra del actual comisario de la exposición, no han hecho sino poner de relieve la confusión del proyecto y la debilidad de su gestión.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

La presencia de Carlos Ferrer al frente del COE es una garantía añadida de éxito para la organización de los Juegos Olímpicos. Esperemos que, ahora que todavía es tiempo, se corrijan los defectos perceptibles en la preparación de la muestra sevillana y que 1992 sea un año de júbilo en España, y no una sarta de descalabros y frustraciones ante el escaparate del mundo.

Archivado En