Editorial:

El niño lama y la espiritualidad religiosa

LA POSIBILIDAD de que un lama tibetano muerto en California haya podido reencarnarse en un niño de dos años de la Alpujarra granadina y pequeño súbdito español puede parecer peregrina y extraña a personas escépticas en materia de budismo.Sin embargo, desde hace por lo menos siete siglos, los adeptos a esta forma religiosa, según se imparte desde el Tíbet -que hoy son millones en el mundo-, tienen la seguridad de que la sucesión de un maestro hay que buscarla en un niño nacido el mismo año de su muerte, en cuyo cuerpo ha entrado su espíritu; y el alpujarreño, examinado por sabios, tiene curiosa...

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LA POSIBILIDAD de que un lama tibetano muerto en California haya podido reencarnarse en un niño de dos años de la Alpujarra granadina y pequeño súbdito español puede parecer peregrina y extraña a personas escépticas en materia de budismo.Sin embargo, desde hace por lo menos siete siglos, los adeptos a esta forma religiosa, según se imparte desde el Tíbet -que hoy son millones en el mundo-, tienen la seguridad de que la sucesión de un maestro hay que buscarla en un niño nacido el mismo año de su muerte, en cuyo cuerpo ha entrado su espíritu; y el alpujarreño, examinado por sabios, tiene curiosas características de temperamento y facciones que parecen pruebas irrefutables.

El budismo tibetano está considerado como una gran fuente de sabiduría, de percepción de la vida real e irreal (que vienen a ser una misma cosa), y la entronización del pequeño Osel Hita Torres, vestidito de naranja y con un chupete en la boca, que no alcanzaba a ahogar sus llantos al verse tratado de una extraña manera, aunque su padre, Paco Hita, y su madre, María Torres (que son budistas tibetanos dio la línea granadina) le animaran, forma parte de esa sabiduría.

Es probable que, educado desde ahora en un monasterio, su inteligencia se desarrolle por el camino al que le han llevado y llegue a ser un día verdadero maestro, con lo cual todos sus adeptos, que desde el pasado día 17 ya le veneran como al gran conocedor, hayan visto cumplida una de las grandes verdades escritas en sus referencias religiosas.

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Para personas alejadas de esa tradición y esa creencia, puede parecer un acto fantasioso, desprovisto de todo sentido. Pero quizá, si se examinan a sí mismas, sus propias creencias y las formas rituales de ejercerlas, y son capaces de distanciarse para verlas con frialdad, encontrarán insensateces parecidas o incluso superiores.

¿Quién está dispuesto a tirar la primera piedra? Muchas personas, sin duda. Pero serán injustas siempre. Como tambien lo serían aquellas que, alejadas de la religión católica, arrojasen piedras sobre esta religión y sus ritos, por considerarlos desfasados, incomprensibles, vacuos e incluso crueles.

La idea de desposeer a las religiones de estos aspectos externos que chocan violentamente con las conciencias positivas se ha emprendido muchas veces a lo largo de la historia de la humanidad. Y ha terminado frecuentemente con horrendas persecuciones y hogueras, lo cual ha ayudado mucho a los supervivientes a comprender el alcance de sus errores. Hoy, las condenas son de otra forma; y muchos piensan que quizá las religiones son, sobre todo, sus liturgias y sus ritos, y en la base de su reiteración y cumplimiento reside, en buen grado, la fuerza que las ha mantenido en vigor a lo largo de los siglos. Conocida la vida de las religiones y sus caracteres peculiares, es muy incoherente seguir un argumento de la razón para afrontar sus axiomas.

Que el bebé de la Alpujarra, entronizado entre unas nieves muy lejanas de las suyas, berreando entre el sonido de los cuernos sagrados y los cánticos, no sea en realidad el venerable Thubten Yeshe Rimpoche, con una forma un poco distinta de la que se le conoció en su vida anterior, pero dispuesto a continuar su magistenio con nuevos e infantiles bríos, es una cuestión de por sí indiscernible. Finalmente, que algunas personas se aparten de las verdades religiosas por estas cosas no será, en el fondo, más que un asunto de decisión individual que afecta al insondable comportamiento de las conciencias. En la realidad, además, contar con un lama tibetano con nacionalidad española es seguro que ha de producir una insólita satisfacción a ciertos ciudadanos. Y no se ve perjuicio para ninguno.

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