Editorial:

Mover la silla

DIFICÍLMENTE PODÍA haber soñado Iñaki Esnaola, miembro destacado de la dirección de Herri Batasuna (HB), una repercusión tan sensacional por su intervención en el Club Siglo XXI, de Madrid, el pasado 18 de febrero. El presidente de la patronal, José María Cuevas, y el líder político de los últimos años, Manuel Fraga, se dan ruidosamente de baja del citado club en protesta por la invitación al dirigente abertzale. Que el Ministerio del Interior aproveche el revuelo para subirse al carro, aplazando la comparecencia en la tribuna del club del director general de la Policía, José María Rodr...

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DIFICÍLMENTE PODÍA haber soñado Iñaki Esnaola, miembro destacado de la dirección de Herri Batasuna (HB), una repercusión tan sensacional por su intervención en el Club Siglo XXI, de Madrid, el pasado 18 de febrero. El presidente de la patronal, José María Cuevas, y el líder político de los últimos años, Manuel Fraga, se dan ruidosamente de baja del citado club en protesta por la invitación al dirigente abertzale. Que el Ministerio del Interior aproveche el revuelo para subirse al carro, aplazando la comparecencia en la tribuna del club del director general de la Policía, José María Rodríguez Colorado, sólo podrá sorprender a quienes han olvidado que el ministro Barrionuevo ha adquirido el hábito de consolarse de los sinsabores de su puesto buscando el aplauso de la caverna de la sociedad española.Esnaola dijo en el Club Siglo XXI lo mismo que acostumbran a decir, él y sus pares de la Mesa Nacional de HB, en sus frecuentes conferencias de prensa, y algo menos de lo que puede escucharse en los mítines del partido abertzale. Que ETA no practica el terrorismo, sino la lucha armada; que la voluntad de los navarros no es argumento suficiente para determinar la anexión de esta comunidad autónoma a Euskadi, y todo el consabido catecismo caduco y trasnochado de la coalición independentista.

Un mensaje que resultó, como en el caso de Yoldi, contradictorio con la realidad de los asesinatos perpetrados por ETA y coreados por no pocos votantes del País Vasco. Pero las palabras del dirigente abertzale sólo podían escandalizar a quien anhelara ser escandalizado. Y fervientemente lo deseaba, al parecer, el presidente de la patronal, que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, se rasgó públicamente las vestiduras con intención de cortar la yerba bajo los pies de Adrián Piera, que, además de cabeza visible del Club Siglo XXI, es el presidente del Consejo Superior de Cámaras de Comercio. Ahí hubiera quedado la cosa de no mediar la voluntad de Fraga -que hace unos años presentó a un Carrillo que acababa de despojarse de la peluca en el mismo escenario- de no ser menos que Cuevas en lo tocante a acendrado patriotismo. Y sobre todo la prohibición dictada por el abogado del Estado Hernández Mancha a Fernando Suárez para que no compareciera en la controvertida tribuna.

Tratándose de una asociación privada -a la que, por cierto, es preciso reconocer una encomiable capacidad de adaptación a la evolución de la sociedad española-, el asunto no pasaría de anecdótico de no ser por lo que el episodio tiene de revelador sobre la situación actual de la derecha española. Los voluntariosos esfuerzos de los jóvenes cachorros de Alianza Popular (AP) por fabricarse una nueva imagen que dificulte la identificación espontánea por parte de los electores entre esas siglas y el pasado franquista de sus fundadores chocan con los -reflejos pawlovianos que les hacen reaccionar idénticamente a como se les enseñó a hacerlo ante ciertos estímulos.

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Y precisamente por eso conviene decirles a las claras que son, en estas circunstancias de la sociedad española, privilegiados catalizadores de la intolerancia. Hay en todo ello, además, una profunda incomprensión sobre la actitud de las fuerzas democráticas frente a los sectores radicalmente disidentes e impugnadores del sistema. Uno de los problemas que han mineralizado el pensamiento de HB, impidiéndole adaptarse a las transformaciones sociales y políticas producidas durante la transición, ha sido el de su ensimismamiento. Su discurso redundante y circular no ha evolucionado porque nadie se ha atrevido realmente, sea por miedo, sea por desprecio, a interrumpir su soliloquio. Por ello, todo lo que favorezca la salida de ese partido del gueto, obligándole a contrastar sus opiniones -muy minoritarias, pese a todo, en Euskadi- con otras existentes en la sociedad, no puede dejar de estimular, a medio plazo, su emancipación de la tutela de ETA. Lo que no deja de constituir, según indica, por ejemplo la evolución de Euskadiko Ezkerra, uno de los requisitos para la desaparición de la violencia terrorista en Euskadi.

Pero este incidente ha puesto al descubierto algunas cosas más interesantes. Por ejemplo, la actitud de un personaje como José. María Cuevas, incapaz de entender el funcionamiento de una patronal en una sociedad democrática -ajena a las ensoñaciones nacional sindicalistas- y que está dispuesto a utilizar cualquier maniobra táctica para ensombrecer la imagen de Adrián Piera o de cualquier otra persona que represente un entendimiento diferente del papel del empresario en un sistema de libertades. En definitiva, de forma un tanto rocambalesca, la intervención de Esnaola ha servido para poner al descubierto que en España una derecha montaraz intenta yugular intentos serios y modernizadores de otros representantes de esa misma clase social para jugar un papel significativo en la vida pública española.

De algo, por tanto, ha servido este debate sobre la antigua tribuna del Club Siglo XXI. Por lo demás, el chiste de la situación lo constituye el papel desempeñado por el ministro Barrionuevo, objetivamente alineado con torpezas y desatinos en las filas de los adversarios de su propio partido y del Gobierno al que pertenece.

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