Tribuna:

Banqueros

El caso Coca está pidiendo a moderados gritos un guión cinematográfico y un director de mirada fría, como Bardem. Unos cardan la lana y otros se llevan la fama, y así el difunto señor Coca quedará para la posteridad como el banquero del régimen, lógicamente condenado a la decadencia a medida que el Estado español de la transición se desfranquizaba poco a poco. Pero todos los banqueros fueron banqueros del régimen: en esta corporación no hubo disidentes. ¿Cómo puede durar un régimen 40 años sin ayuda de los banqueros?Cuando el banquero Coca empezó a arruinarse pudo comprobar en su...

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El caso Coca está pidiendo a moderados gritos un guión cinematográfico y un director de mirada fría, como Bardem. Unos cardan la lana y otros se llevan la fama, y así el difunto señor Coca quedará para la posteridad como el banquero del régimen, lógicamente condenado a la decadencia a medida que el Estado español de la transición se desfranquizaba poco a poco. Pero todos los banqueros fueron banqueros del régimen: en esta corporación no hubo disidentes. ¿Cómo puede durar un régimen 40 años sin ayuda de los banqueros?Cuando el banquero Coca empezó a arruinarse pudo comprobar en sus propias carnes cómo las gastan los banqueros cuando te quedas sin un duro, es un decir. A partir de ese momento la historia se hace melancólica primero, luego trágica y finalmente tan aleccionadora como enigmática. Melancólica a la vista del rodillo burocrático y legalista, que convierte a Ignacio Coca en un prisionero de su propia ruina. Trágica porque el banquero arruinado no pudo resistir la imagen que le devolvía el espejo y se tiró al pozo más hondo de la depresión definitiva. Aleccionadora porque la crueldad fundamental de la aritmética de los números rojos fue mucho menos determinante que la crueldad gestual y verbal de los profesionales, aparentemente pasteurizados, que se cebaron en la destrucción psicológica de la presa abatida. Y enigmática, porque, evidentemente, la justicia jamás podrá tener sobre la mesa pruebas fundamentales de ese acoso.

Jamás en la historia de la judicatura se han aportado como pruebas el retintín, los silencios, el reojo, el carraspeo sarcástico y sobre todo esa mirada de desprecio al vencido acorralado que va directa al plexo solar del alma. Como difícilmente estas sensaciones pueden constar como pruebas materiales, habría que convertirlas en sintaxis cinematográfica. Una película sobre banqueros: franquistas y democráticos, arruinados y boyantes, humillados y humilladores, enterrados y enterradores. Cuando todo deje de estar sub júdice, desde luego.

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