Editorial:

La musculatura de Suárez

EL CONGRESO del Centro Democrático y Social (CDS) que se celebra este fin de semana en Barcelona, con asistencia de un millar de delegados, tendrá lugar en condiones bastante diferentes de las que presidieron, hace cuatro años, su congreso constituyente. La mayoría de los delegados era entonces ex miembro de la ya casi fenecida UCD y acudía unida, antes que por cualquier programa o planteamiento ideológico, por la fidelidad a su líder, Adolfo Suárez, y el rencor hacia quienes habían dinamitado el edificio centrista. Formado en gran parte por latiguillos destilados de la desgraciada experiencia...

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EL CONGRESO del Centro Democrático y Social (CDS) que se celebra este fin de semana en Barcelona, con asistencia de un millar de delegados, tendrá lugar en condiones bastante diferentes de las que presidieron, hace cuatro años, su congreso constituyente. La mayoría de los delegados era entonces ex miembro de la ya casi fenecida UCD y acudía unida, antes que por cualquier programa o planteamiento ideológico, por la fidelidad a su líder, Adolfo Suárez, y el rencor hacia quienes habían dinamitado el edificio centrista. Formado en gran parte por latiguillos destilados de la desgraciada experiencia vivida en los meses precedentes, el ideario del nuevo partido mezclaba conceptos arcaicos con fórmulas recién descubiertas en manuales de derecho político, como la del personalismo comunitario o la primacía del poder civil, pero todo ello bajo el signo de unas convicciones democráticas tanto más apasionadamente abrazadas por cuanto acababan de ser puestas a prueba por el golpe del 23-F.Suárez, cuyas características personales le hacen proclive a fracasar y triunfar alternativamente, pero siempre a manos llenas, anunció desde el primer momento que su objetivo prioritario era construir un partido sólido y desdeñó cuantas propuestas de pactos coyunturales -y oportunistas- le llegaron. desde diversas trincheras. Su travesía del desierto terminó el pasado 22 de junio, cuando su tenacidad se vio recompensada con el salto de 2 a 19 diputados, y ello sin necesidad de haberse cobijado, como Alzaga, en embarcaciones patroneadas por otros. El CDS ha madurado en la travesía, el entusiasmo de su joven tripulación no ha decaído y la unidad sin fisuras mantenida contra viento y marea ha sido un ejemplo para los demás.

En resumen, el CDS aborda su congreso de Barcelona en un clima de euforia, sabiéndose la tercera fuerza política del país y con posibilidades de crecimiento tanto por la derecha como por la izquierda. Actualmente la posición de centro reclamada por el CDS no se apoya tanto en un programa equidistante de la derecha y la izquierda como en la combinación de actitudes características de ambas. La campaña de las legislativas confirmó, por una parte, el fuerte tirón personal de Adolfo Suárez, al que las encuestas sitúan en segundo lugar, tras Felipe González, en la clasificación de popularidad de los políticos en activo; por otra, que su mensaje populista es lo suficientemente ambiguo como para atraer simultáneamente votos de la izquierda desencantada y posmoderna y de sectores de la derecha con nostalgia de gestos heroicos. Pero también que queda lejos la posibilidad de que su partido se convierta en alternativa de poder frente a los socialistas.

Su definición como partido "democrático, reformador, popular y progresista" coincide con la de los sectores más dinámicos, y probablemente mayoritarios, de la sociedad española actual, pero resulta demasiado genérica para acreditar una imagen suficientemente diferenciada respecto al socialismo gobernante. Por ello, el CDS se enfrenta en este congreso al reto de definir una estrategia orientada simultáneamente a disputar a Coalición Popular el papel de principal fuerza de oposición al socialismo -lo que implica ganarse la confianza de sectores de la derecha moderada- y a afirmar su identidad como alternativa autónoma de poder.

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El resultado puede ser una línea orientada antes a moderar el poder socialista que a arrebatárselo. Es decir, una línea dirigida a agrupar las fuerzas suficientes como para, sin desmentir la vocación modernizadora y reformista proclamada, resultar determinante en la política desarrollada por los socialistas. Más concretamente, en las condiciones actuales de España, un centro democrático y social podría jugar el papel que en el pasado desempeñaron los partidos republicanos, expresión de la burguesía urbana democrática, en alianza con la izquierda tradicional.

En el fondo, los problemas que actualmente conmocionan a Coalición Popular, desde la fuga de Alzaga a las convulsiones en la cúpula de AP, son expresión de la falta de representación eficaz de ese sector social en el actual sistema de partidos. Esa ausencia ha permitido al PSOE ampliar desmesuradamente su espacio electoral por la derecha, pero ello produce una distorsión respecto a la realidad social y política del país, por lo que es previsible que alguna formación política acabe ocupando ese terreno. Del actual congreso depende en medida importante que el CDS se convierta en aspirante solvente a ser ese partido en la perspectiva de actuar como bisagra entre la derecha y la izquierda. El objetivo sería desde ya influir en la política de los socialistas y, a más largo plazo, forzar a éstos a concluir un pacto de legislatura, con o sin participación en el Ejecutivo, que prepare las condiciones para aspirar a constituirse en auténtica alternativa autónoma de poder.

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