Tribuna:MÉXICO 86

El placer de no saber

Nunca hemos sabido menos de fútbol que ahora. Pero, de otra parte, es dudoso que sobre las de más grandes cuestiones del mundo poseamos actualmente una sabiduría superior. La relativa pasividad con que se han consumido las fechas anteriores al día de la inauguración es una prueba de esta pérdida del conocimiento y de la fe en el conocimiento. México 86 es el primer Mundial en toda la historia en que se hace posible que España sea campeón. ¿Se trata, sin embargo, de una opción firme? Todo lo contrario. La aceptación de esta gran posibilidad consiste en la aceptación de cualquier posibilidad. In...

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Nunca hemos sabido menos de fútbol que ahora. Pero, de otra parte, es dudoso que sobre las de más grandes cuestiones del mundo poseamos actualmente una sabiduría superior. La relativa pasividad con que se han consumido las fechas anteriores al día de la inauguración es una prueba de esta pérdida del conocimiento y de la fe en el conocimiento. México 86 es el primer Mundial en toda la historia en que se hace posible que España sea campeón. ¿Se trata, sin embargo, de una opción firme? Todo lo contrario. La aceptación de esta gran posibilidad consiste en la aceptación de cualquier posibilidad. Incluida la posibilidad de no ser nada.Nunca supimos menos de fútbol. ¿Qué modelo táctico es hoy el paradigma? ¿qué queda de la verdad del juego total, de la supremacía de la labor de conjunto sobre las figuras individuales? ¿Quién valora el superconocimiento del entrenador por encima de la improvisación de los jugadores? ¿Quién afirmaría la permanencia del fútbol fuerza sobre el fútbol espectáculo, el valor de una defensa sobre la prodigalidad del ataque? El pressing, el contraataque, el juego triangulado o por las alas, el defensa-extremo y el delantero-delantero, el libero, el motor del juego o un par de motores quizá. A estas alturas, casi todo suena a zarandajas. Cualquier aficionado pediría que jueguen bien al fútbol y le ahorren la nomenclatura. Y, cuando el aficionado comienza a sentir así, no ha de extrañar que empiece a desechar los textos aprendidos durante penosísimos años en que la ciencia y la tecnología industrial fueron el referente del campo.

La ignorancia

La ignorancia es la más anhelada condición del espectador-espectador. Cuanto menos sepa, más ocasión de escándalo; cuanto más abunde en su estado de inocencia, más aventura le rinde el suceso. Toda idea anticipada sobre uno u otro conjunto tiende a convertir el argumento del juego en una narración preconocida. Sabemos menos que nunca, pero todavía deberíamos desconocer más. No hay nada peor para un aficionado que sentarse ante un Bulgaria-ltalia con todos los datos. Si gana Italia, es la tediosa confirmación de un saber; si gana Bulgaria, es la decepción del conocimiento. En la sabiduría, cualquiera de los resultados procede de un origen, tan obsesivamente previsor que anula su recompensa final. En la ignorancia voluntaria, sin embargo, cualquier marcador es una adición de acontecimiento. Cuando muchos de los aficionados aceptan la posibilidad de que España sea campeón del mundo, parten de esta nueva actitud. No creen en nada, no desean saber científicamente nada, les faltan además ganas para argumentar más. Sólo cabe, decir que esa posibilidad existe y se ha mostrado por la selección de Muñoz y por muchas otras contagiadas de la misma y moderna indeterminación. ¿Apostaría usted por Brasil, por Francia, por Alemania, por Inglaterra, por Argentina? Pero ¿por qué no por Portugal, por Italia, por la Unión Soviética, por Polonia, por España? La falta de un equipo con convicción ante el juicio de la afición es también la falta de la convicción aficionada en el juicio del fútbol,La mayor esperanza en la retransmisión de este Mundial es su potencial oferta de finales sorpresa. Ni Brasil, ni Italia, ni Argentina, ni España y tantas otras son lo que eran. En 1986, los conjuntos participan en una confrontación de pares, donde su equivalencia no es por razón de una nivelación por arriba o por abajo, sino por el enigma mismo de su estatura. En esas condiciones, éste sería el primer Mundial capaz de considerarse de fútbol-espectáculo. Un fútbol ante el cual, al fin, se podría aspirar a ser un espectador neto, capaz de contemplar el acontecimiento sin la carga de terribles credos. Eximido de juicio y liberado de tener que ser patriota antes que telespectador.

Ciertamente, los apaleamientos de que hemos sido víctimas por parte de la selección nacional, junto a satisfacciones inexplicables, han obrado el milagro de convertir a numerosos feligreses en plácidos ateos. Y, de su lado, Televisión Española, rompiendo tanto la liturgia del antiguo fútbol semanal como segando con infinita crueldad las esperanzas de retransmisiones claves, ha disuadido a buena parte de los adictos profundos. Ignorante y aliviado, pues, de esa fortísima dependencia secular, pero, de súbito, felizmente obsequiado, ahora, por muchos y lujosos partidos, el aficionado es un espectador en embeleso. Un espectador tan sentimentalmente regalado que puede conceder la posibilidad de todo. En ese nuevo corazón, España es campeón del mundo. Pero, en ese mismo y nuevo corazón, el fútbol, a su vez, ya no es nada.

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