Editorial:

No sólo una condena

EL ATENTADO sufrido por un avión de TWA en vuelo de Roma a Atenas parece un elemento más de la estrategia de terrorismo indiscriminado, probablemente de origen integrista islámico, que amenaza a Europa. Llama la atención la aparente falta de seguridad del aeropuerto romano -si, como es probable, el origen del suceso es la explosión de una bomba y ésta fue embarcada en Fiumicino-, precisamente en momentos en los que las amenazas sobre Italia han crecido de tono. Cabe, por otro lado, el mínimo consuelo de saber que, pese a la existenc¡a de tres víctimas mortales y un desaparecido, la mayoría del...

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EL ATENTADO sufrido por un avión de TWA en vuelo de Roma a Atenas parece un elemento más de la estrategia de terrorismo indiscriminado, probablemente de origen integrista islámico, que amenaza a Europa. Llama la atención la aparente falta de seguridad del aeropuerto romano -si, como es probable, el origen del suceso es la explosión de una bomba y ésta fue embarcada en Fiumicino-, precisamente en momentos en los que las amenazas sobre Italia han crecido de tono. Cabe, por otro lado, el mínimo consuelo de saber que, pese a la existenc¡a de tres víctimas mortales y un desaparecido, la mayoría del pasaje y la tripulación se ha salvado gracias a la creciente seguridad en vuelo de los ingenios aeronáuticos y a la encomiable pericia del piloto.Si se confirman la sospechas de que el suceso se trata de un atentado, la condena que éste merece, dirigido como ha estado contra inocentes ciudadanos que nada tienen que ver con los conflictos exhibidos por los terroristas como pretexto para sus acciones, debe subrayar la preocupación que los Gobiernos occidentales sufren ante estos embates de violencia. El hecho de que los países que gozan de libertades democráticas sean los más vulnerables a la acción criminal de las bandas armadas y de los fanáticos que circulan por el mundo exige un esfuerzo de reflexión por parte de los líderes de esas sociedades y, de cooperación entre sus Gobiernos. Las tentaciones de algunos de éstos de tratar de cortar el terrorismo por cualquier sistema, incluido el terrorismo de Estado, desdicen, desgraciadamente, de los principios democráticos, según los cuales, en ningún caso el fin puede justificar los medios. Pero eso no significa que se pueda abandonar a la sociedad a un sentimiento de fatalismo e indefensión ante la amenaza. Los sofisticados métodos de investigación y análisis que los países desarrollados poseen para la persecución y prevención del delito arriesgan con demasiada frecuencia la libertad y los derechos fundamentales de las posibles víctimas a las que pretenden proteger, al tiempo que dejan escapar a los terroristas. El ejemplo ominoso del asesinato de Olof Palme es la prueba más reciente de hasta qué punto una sociedad organizada y progresiva puede sentirse incapaz ante una agresión del género que comentamos.

Por lo demás, sucesos de este cariz no logran sino constituirse en coartada inadmisible para los sentimientos racistas y xenófobos que comienzan a extenderse entre las poblaciones de Europa occidental, sorprendidas por el crecimiento de una inmigración del Tercer Mundo que puede llegar a convertir en pocos años al Viejo Continente en escenario de una sociedad multirracial, pluricultural y con una diversidad ideológica y religiosa desconocidas desde la creación del Sacro Imperio Romano Germánico. En España, donde crímenes atroces del terrorismo, como el de la bomba en el restaurante El Descanso, siguen sin ser aclarados, los sucesos recientes de Roma, Atenas, y Viena deben servir además para poner sobre aviso a las autoridades.

El terrorismo no es simplemente una lacra de nuestro tiempo: responde en parte a carencias reales de funcionamiento de la democracia representativa y a injusticias de las relaciones mundiales, y es una parte maldita y tenebrosa del cambio cultural y social que afecta hoy al llamado mundo libre. Es deber de los partidos políticos, de los gobernantes y de los intelectuales de Europa afrontar este problema en un diálogo abierto y sin prejuicios, y es obligación de las autoridades policiales saber combinar un servicio de seguridad eficiente con el respeto a las libertades y principios básicos en toda democracia. No decimos que ésta sea una tarea sencilla, pero no por difícil deja de ser perentoria. Descubriremos, si efectivamente se lleva a cabo, que los Gobiernos que permiten el tráfico y contrabando de armas, las policías corruptas e inexpertas y los delirios ideológicos de grupúsculos marginales no son inocentes de lo que sucede. Antes bien, se les puede acusar de un cierto tipo de complicidad con la mano negra que depositó la bomba en el compartimiento de equipajes del avión de TWA. Un hecho frente al que es imposible suponer que la sociedad moderna no esté preparada para impedirlo, si no es -citando menos- por la negligencia de los responsables públicos.

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