VISTO / OIDO

El ocio y el opio

Arrepentida quizá de tanta devoción, la sumisa Magdalena que interpretó Mercedes Milá en la noche del Jueves Santo aclaró al final de su espacio que también se acordaba de aquellos que en estas fechas están gozando de las vacaciones. Fue un respiro para, los que pecamos en esos días rojos del calendario. Porque acabábamos de ver un programa hasta en el que una de las personas más, vivaces y sabedoras de lo que es la comunicación televisiva había sucumbido a la adormidera de la religión, formando una tertulia con un ex jesuita, un ex seminarista, un papa móvil y un prelado sedente; un programa,...

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Arrepentida quizá de tanta devoción, la sumisa Magdalena que interpretó Mercedes Milá en la noche del Jueves Santo aclaró al final de su espacio que también se acordaba de aquellos que en estas fechas están gozando de las vacaciones. Fue un respiro para, los que pecamos en esos días rojos del calendario. Porque acabábamos de ver un programa hasta en el que una de las personas más, vivaces y sabedoras de lo que es la comunicación televisiva había sucumbido a la adormidera de la religión, formando una tertulia con un ex jesuita, un ex seminarista, un papa móvil y un prelado sedente; un programa, cuyo leitmotiv era la pena de muerte y en el que el espectador murió de pena.Como es una magnífica periodista visual, Milá, una vez asumida la estrafalaria idea de hacer un monográfico devocional, trató de sacar punta al muermo, quiero decir al muerto. Estuvo incisiva -como sólo ella sabe estarlo ante una cámara, con nervio para la improvisación y genio alegre- haciéndole preguntas a monseñor Setién, que se mostró untuosamente episcopal. Pero esa noche el mensaje era el tedio.

Un mal programa lo tiene cualquiera, incluso la Milá, pero lo preocupante es el tinte religioso encubierto que ha tenido esta semana TVE. ¿No habíamos quedado, por consenso, en que éste es un Estado laico? ¿Y la televisión no es, no debería ser, el espejo sociológico del país real? Milá dijo al principio de su Jueves a jueves penitencial que en la sémana de Pasión los creyentes sufren. No lo, dudo. Pero como el sufrimiento de los que auténticamente viven su fe es un gesto privado, intransferible, y lo que uno tiene en su pequeña pantalla es una televisión no confesional, me parece que los programadores de TVE deberían ir a su aire, que es, claro, el aire de los tiempos. El aire de las playas repletas, de los cines con películas porno, de las discotecas donde se baila no a ritmo de saeta, sino con tecno-pop. El aire de un país que en su mayoría vive la Semana Santa como fiesta profana, aun en las ciudades donde el símbolo festivo sigue siendo religioso, aunque no, me parece, dolorido.

TVE no acaba de quitarse los viejos hábitos. Y citando toma decisiones lo hace con medias tintas. Por ejemplo, y quizá para dejar sitio a rutinarias filmaciones de los desfiles procesionales, se ha interrumpido la emisión de Metrópolis, esa estupenda anomalía nocturna.

Veamos ahora las películas. Nadie admira más que yo en la entera historia del cine la Juana de Arco muda y mística de Dreyer, pero ¿es casual que el indescifrable es pacio Filmoteca TV la programe en la noche del Viernes Santo? ¿O que antes, en esa misma noche, la segunda cadena nos obsequie con la meliflua película de Zeffirelli so bre san Francisco? " Incluiso al re poner Espartaco ayer noche TVE contribuía vergonzante mente a una visión cristiana del espectaculo; aunque algún crítico de su día acusara a Kubrick de "tratamiento marxista", la crucifixión final del filme sirve como metáfora no sé si oportuna u oporturnista.

Cuando en los días franquistas de la televisión se emitía exclusivamente música sacra y El beso del Judas, al menos las cosas estaban claras; todos entonces vivíamos en la costumbre de que el opio del pueblo fuese el ocio del pueblo.

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