Patrullas vecinales a la caza de delincuentes

Psicosis de inseguridad entre los comerciantes de Villaverde Alto

La psicosis de inseguridad cuando cae la noche ha llevado a un centenar de pequeños comerciantes del madrileño barrio de Villaverde Alto a organizarse en patrullas, que todas las madrugadas recorren en coche las calles del barrio para intentar atajar la ola de atracos. Los patrulleros aseguran que han cazado a ocho jóvenes y que se ha reducido el número de delitos. Hasta ahora no han tenido que hacer uso de la violencia, "aunque algún que otro muchacho interceptado por la brigada se ha llevado un cachete". Uno de los objetivos de los vigilantes es conseguir que Villaverde pueda dormir tranquil...

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La psicosis de inseguridad cuando cae la noche ha llevado a un centenar de pequeños comerciantes del madrileño barrio de Villaverde Alto a organizarse en patrullas, que todas las madrugadas recorren en coche las calles del barrio para intentar atajar la ola de atracos. Los patrulleros aseguran que han cazado a ocho jóvenes y que se ha reducido el número de delitos. Hasta ahora no han tenido que hacer uso de la violencia, "aunque algún que otro muchacho interceptado por la brigada se ha llevado un cachete". Uno de los objetivos de los vigilantes es conseguir que Villaverde pueda dormir tranquilo.

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La versión madrileña de los aguerridos ángeles guardianes de Nueva York toma café poco antes de la medianoche en un bar de la zona. Cuando se cierran las puertas del local, los 15 comerciantes que participan en la patrulla ese día se reparten en coches y comienza la caza. Las calles de Villaverde Alto están desiertas y sólo dos pubs acogen a la reducida clientela nocturna. C. M., de 29 años, conductor de uno de los coches, asegura que antes de iniciarse las rondas atravesaba una situación límite: "No podía dormir. Me pasaba el tiempo dando vueltas por la casa, obsesionado con la idea de que me iban a robar. Hacía cosas absurdas, como telefonear al bar cuando estaba cerrado". Las noches de insomnio le han dejado una secuela mortecina en los párpados. El comerciante regenta un bar que ha sido asaltado en tres ocasiones. El botín en uno ellos fueron siete quesos y ocho jamones.La conversación se desarrolla en el interior de uno de los vehículos. A. B., de 33 años, moreno y de aspecto fornido, pide al conductor que tome la calle de Espinela, "porque aquí se pilla mucho". El conductor asegura que es fácil reconocer a los delincuentes por su aspecto. Actúan en grupos de dos o tres personas. "Nosotros nos limitamos a espantarlos", dice. "Confiamos en que nuestra presencia desanime a los delincuentes. Si los vemos cerca de un local paramos el coche y les enchufamos las luces. Normalmente, con esto sobra, porque ellos nos confunden con policías y se van".

En un cruce de calles coinciden con otra patrulla. Los del otro coche informan que han visto a dos tipos recogiendo cartones. "Ésos no son peligrosos; en el barrio mucha gente vive de eso", les responden. La lenta velocidad a la que circula el coche facilita una visión perfecta de los pocos transeúntes que circulan. Los patrulleros argumentan como prueba de su eficacia que el pasado domingo no salieron de vigilancia y esa noche se produjeron seis robos.

"Los delincuentes lloran"

El conductor recuerda la noche que pillaron a tres muchachos en flagrante. "Cogimos a uno de 14 años, pequeñito y muy delgado, que acababa de cortar la luna de un escaparate. Sus acompañantes lograron huir". El chico contó que era la primera vez que robaba y que vivía en la localidad de Getafe. Los patrulleros le dieron un par de capones y le mandaron a casa.

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Ocho jóvenes, con un casete bajo el brazo o con los bolsillos llenos de monedas de las máquinas tragaperras, han sido entregados a la policía. Los supuestos delincuentes que han sido interceptados por la patrulla a lo largo de estas noches tienen entre 13 y 20 años, y casi todos son vecinos del barrio. En el camino de los vigilantes no se han cruzado hasta ahora delincuentes de verdad. A. B. asegura que la reacción de los muchachos al ser detenidos es siempre la misma: "Todos lloran. Lloran y dicen que es la primera vez".

Guiados por su instinto, los patrulleros avisan a la policía cuando piensan que puede presentarse una situación de peligro, "porque para eso están. Nosotros estamos haciendo lo que es obligación suya". Las relaciones con los agentes del orden, sin embargo, son buenas; "ellos nos pusieron el nombre de los patrulleros", dice A. B. El comerciante cuenta como anécdota que con ocasión de uno de los robos denunciados por ellos, se presentó un zeta en el lugar de los hechos, y al solicitársele a través de la radio información para ver si necesitaban ayuda, el agente respondió: "No hace falta; estamos con los patrulleros".

Tras dos horas de vigilancia, ni un solo coche de policía ha aparecido por las calles. Las patrullas se cruzan cada 15 minutos e intercambian información sobre el estado de cada zona. Apenas se habla de otra cosa que de los atracos y asaltos: "A esta tienda han entrado dos veces; a este hombre le robaron el casete del coche, han violado a tres chicas, una de 14 años. El violador está detenido".

A. B. informa a uno de sus compañeros que avisen a un comerciante, que entra de guardia al día siguiente, que "metió la gamba" en uno de los controles. Al parecer al tendero no se le ocurrió nada mejor que exigir documentaciones y dio la casualidad que se la pidió a un inspector de policía que se encontró por la calle, asegura el miembro de una de las rutas.

Los integrantes de las patrullas vecinales saben que se encuentran sobre un polvorín, que puede estallar en cualquier momento. Los delincuentes del barrio conocen la existencia de las brigadas populares y ya se habla de amenazas y de acciones de represalia. Los patrulleros no van armados, pero no desechan la posibilidad de defenderse si aparecen las recortadas. "Si las cosas se ponen mal, siempre podremos defendernos con alguna de las herramientas del coche o con cualquier otra cosa", dicen.

Intento de linchamiento

Los comerciantes recuerdan con precisión lo que ocurrió hace siete años en Villaverde Baja, cuando cerca de 1.000 personas intentaron linchar a un joven de 15 años por su presunta participación en algunos actos delictivos. Días antes de poducirse este suceso, los vecinos, de forma espontánea, formaron patrullas de vigilancia diaria en las calles.

A. B. no cree que la psicosis colectiva de miedo degenere en un intento de linchamiento, pero "nadie sabe lo que puede pasar si los atrapamos robando en uno de nuestros locales; a cualquiera se le pueden cruzar los cables. Unos estamos nerviosos; otros, cabreados, y otros, asustados...".

El 31 de enero pasado, los comerciantes y la asociación de vecinos se reunieron con el responsable de la comisaría de la zona y le expusieron su preocupación por el aumento de la delincuencia y por la indefensión que padecen. El comisario prometió darles una solución el próximo martes. El pasado viernes se reunieron con el delegado del Gobierno.

En una asamblea celebrada el pasado lunes en el mercada municipal, los patrulleros consiguieron el apoyo moral del gremio. Los comerciantes pidieron masivamente que continúen y apoyan cualquier medida de fuerza para una mayor vigilancia policial. En la asamblea se llegaron a escuchar los gritos exaltados y minoritarios de los partidarios de salir "con las repetidoras a la calle".

A las seis de la mañana, cuando este barrio obrero se despierta, muchos de los guardianes empalman con su trabajo de día. Los resultados de la vigilancia son desiguales: largas horas de patrulla, apenas alguna sombra indeterminada y, en el último momento, cansancio.

"Hay que pararlos"

La asociación de vecinos El Pueblo Unido es totalmente contraria a la labor policial que realizan los patrulleros. Aunque mantienen un contacto diario con ellos y entienden su posición, los dirigentes vecinales no entienden cómo las autoridades han consentido que las patrullas funcionen durante casi un mes sin que pase absolutamente nada. "A esos hombres hay que pararlos; cualquier día puede ocurrir algo grave para todos. De la vigilancia de las calles se debe encargar la policía", afirman.

Un portavoz de la entidad vecinal precisó que, al margen de que haya una mayor protección policial, los grandes problemas del barrio, "que se centran en el alto nivel de paro y la carencia de alternativas válidas para los jóvenes, deben ser solucionados, porque de lo contrario no habrá forma de acabar con la delincuencia".

Villaverde Alto es un barrio obrero y sin equipamientos de ninguna clase, en el que viven más de 70.000 personas. Los que no están parados trabajan en las grandes fábricas como Estándar, Talbot, Marconi o Boetticher. "Si vivir en el barrio ha sido siempre difícil, las reducciones de plantilla y las jubilaciones anticipadas en las distintas empresas del cinturón industrial madrileño lo han rematado", afirma un portavoz vecinal. "Aquí se está prejubilando a la gente a los 55 años y algunas familias viven una situación de hambre".

Las estadísticas de que dispone la asociación muestran que un 30% de los jóvenes están parados. El fracaso escolar en el distrito de Villaverde -en el que están integrados barrios como Orcasitas, San Fermín, San Cristóbal y Villaverde Bajo, con una población cercana al medio millón de personas- es el más alto de Europa.

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