Cartas al director

Tauromaquia y filosofía

La hipotética hipersensibilidad quebradiza y algodonosa del artículo de Mosterín quiere dejar sentados ciertos axiomas en el discurso, seudofilosófico y seudoecologista, que nos plantea, y arrastrar, por su atractivo seductor y moralista, a cierto sector de la izquierda que quizá no ha reflexionado en profundidad sobre el tema. La derecha no me interesa. No pretendo caer en la crítica demagógica y fácil, como hace ese profesor universitario, y plantear una dinámica apologética y defensora a ultranza del mundo taurino.Identificar España y toros es ridículo, lo mismo que hacerlo con Felipe Gonzá...

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La hipotética hipersensibilidad quebradiza y algodonosa del artículo de Mosterín quiere dejar sentados ciertos axiomas en el discurso, seudofilosófico y seudoecologista, que nos plantea, y arrastrar, por su atractivo seductor y moralista, a cierto sector de la izquierda que quizá no ha reflexionado en profundidad sobre el tema. La derecha no me interesa. No pretendo caer en la crítica demagógica y fácil, como hace ese profesor universitario, y plantear una dinámica apologética y defensora a ultranza del mundo taurino.Identificar España y toros es ridículo, lo mismo que hacerlo con Felipe González, o a Cataluña con Pujol. Ellos son un aspecto unilateral dentro de la idea globalizadora de un todo, a pesar de que dicha iconografía puede aparecer superponible e identificable a los ojos de los extraños, por lo que creo correcto que se desmarque de la cuestión.

Si desde un punto de vista "etnocentrista acrítico y troglodita" muchas personas nos dejamos seducir por este ritual antropológico que consideramos plásticamente bello, herencia residual cuasi pura de lucha ancestral entre lo humano y lo animal, embrujo del círculo solar en el que transcurre el desarrollo del mito, no es porque nos encontremos en un paleopensamiento, ni, por supuesto, nos avergoncemos de esta "debilidad", es porque constituye una metarrealidad a la que no todo el mundo puede acceder por lo pedestre que parezca. No entiendo por mi idiosincrasia educacional ibérica, o mejor mediterránea, ciertos elementos inherentes a otras culturas: la ley jomeiniana, el racismo de Le Pen, la guerra de Las Malvinas, de los educados ingleses, ni sus hinchas asesinos, ni la ablación de los clítoris en África, etcétera, pero ahí están y las visualizo con escepticismo por encontrarme descontextualizado de este medio. Pero todo ello no lo voy a argumentar para justificar el mundo taurino, ni voy a enumerar la vasta lista de Picassos, Hemingways, Bizets, Sánchez Dragó.... personas lo suficientemente civilizadas, conocedoras y apasionadas por este legado arcaico que se sostiene en un microcosmos difícil de entender y que, bajo mi punto de vista, debería protegerse, aunque para oídos de Mosterín pueda plantearse como anatemizante.

Cuando la belleza que se desprende en el rito taurino llega, paulatinamente, a su clímax con la muerte del toro, tanto formal como conceptualmente, el sujeto espectador que se encuentra libre de atavismos culturales castrados o estrechos, en este sentido, establece una catarsis aristotélica, que gustaría decir a nuestro filósofo, poniendo de manifiesto una parte importante de la realidad del ente que es, pero que algunos quieren huir de su existencia, como es el instinto primitivo y reconocido de la estética del ser humano a través del sacrificio de un animal. Si existen moralistas de residuo que se escandalizan por la muerte de un toro, me parece lógico, pero calificar de trogloditas a toda la cosmología de adeptos de esta movida-corrida, creo que, cuanto menos, es algo superficial y gratuito.- Francisco Montero Delgado.

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