Tribuna:

Dolores

El homenaje a Dolores Ibárruri con motivo de su 90 aniversario tiene un ambiguo aroma en el que coexiste lo histórico con lo nostálgico. Por encima de cualquier provecho político actual, el homenaje a Dolores llega al borde del 50º aniversario de la Guerra Civil y se dedica a uno de sus símbolos fundamentales. Símbolo de la combatividad comunista para unos, símbolo de la amenaza roja para otros, pero por encima de una y otra trinchera del espíritu, Dolores Ibárruri representa el milagro de la voz de una clase social condenada a no tenerla.No es por capricho que Dolores Ibárruri repita una y ot...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El homenaje a Dolores Ibárruri con motivo de su 90 aniversario tiene un ambiguo aroma en el que coexiste lo histórico con lo nostálgico. Por encima de cualquier provecho político actual, el homenaje a Dolores llega al borde del 50º aniversario de la Guerra Civil y se dedica a uno de sus símbolos fundamentales. Símbolo de la combatividad comunista para unos, símbolo de la amenaza roja para otros, pero por encima de una y otra trinchera del espíritu, Dolores Ibárruri representa el milagro de la voz de una clase social condenada a no tenerla.No es por capricho que Dolores Ibárruri repita una y otra vez que ha sido hija de mineros, esposa de minero o que ha nacido en el seno de una familia vasca carlista. Lo repite para que apreciemos la distancia y a la vez la cercanía que mantiene con sus orígenes. Nacida para hacer la colada y llorar familiar o históricamente, Dolores Ibárruri descubrió un buen día que tenía una voz que rompía el terrible silencio de la clase obrera española. Dolores tenía la fuerza de la razón histórica de una clase social y las palabras adecuadas para que se entendieran sus reivindicaciones. Que aquella muchacha hija de mineros carlistas, esposa de minero, se convirtiera en Dolores Ibárruri en una época en que las jovencitas de buena familia apenas llegaban a la facultad de Derecho, es una excepción histórica tan impresionante que se parece mucho a lo que los creyentes llaman milagro.

90 años después de haber nacido, Dolores Ibárruri puede mirar hacia atrás, hacia aquella miseria obrera premoderna, o hacia adelante, hacia esa miseria obrera posmoderna que algunos sociólogos se esfuerzan en llamar economía sumergida combinada con cultura del ocio. Dolores es el símbolo comunista que menos ha envejecido y se lo debe a su propio carácter de mujer del pueblo que de pronto se encontró al frente de la vanguardia obrera de su tiempo. Hasta aquí la historia. Y en cuanto a la nostalgia, probablemente sea un error o ya no sea lo que era. Pero hay que añorar a veces aquel espejo moral del mundo de entreguerra que escupía los maquillajes y las dobles imágenes.

Archivado En