Editorial:

La pelota en el tejado del Reino Unido

EL OTOÑO británico es pródigo en propaganda política. A falta de actividad parlamentaria, que no se reanuda hasta primeros de noviembre, con la lectura por la reina del tradicional discurso de la Corona, los partidos políticos aprovechan la vuelta de las vacaciones para informar al electorado con sus programas y remedios para hacer frente a los males que aquejan al país a través de sus congresos anuales.Mil novecientos ochenta y cinco ha seguido la tónica de años anteriores, y el electorado británico ha sufrido desde primeros de septiembre el bombardeo de socialdemócratas y liberales primero, ...

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EL OTOÑO británico es pródigo en propaganda política. A falta de actividad parlamentaria, que no se reanuda hasta primeros de noviembre, con la lectura por la reina del tradicional discurso de la Corona, los partidos políticos aprovechan la vuelta de las vacaciones para informar al electorado con sus programas y remedios para hacer frente a los males que aquejan al país a través de sus congresos anuales.Mil novecientos ochenta y cinco ha seguido la tónica de años anteriores, y el electorado británico ha sufrido desde primeros de septiembre el bombardeo de socialdemócratas y liberales primero, laboristas después y conservadores por último. Sin embargo, hay algo que hace principalmente atractiva la celebración de los congresos anuales de los partidos políticos británicos en el otoño de este año.

En primer lugar, y por primera vez en la historia política británica, todo parece indicar que la carrera por el poder en las próximas elecciones generales, previstas para el otoño de 1987 o la primavera de 1988, será una carrera con tres caballos, en lugar de los dos tradicionales. Los sondeos realizados hasta este momento confirman esta tendencia. Nadie presta demasiada atención al ,hecho de que la alianza, tras los congresos de los dos partidos integrantes de la coalición, estuviera al frente de la aceptación popular durante dos o tres semanas. Lo que verdaderamente cuenta son los porcentajes de esa aceptación, que en los momentos actuales, se están moviendo en torno al 30%, con un margen de error de tres o cuatro puntos hacia arriba o hacia abajo.

Y ese porcentaje, que se mantiene invariable, es lo importante y lo que puede conducir a una situación que en el Reino Unido se conoce como hung Parliament, o Parlamento en el que ningún partido obtiene la mayoría absoluta, por lo que se hace imprescindible la contemplación de un Gobierno de coalición.

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Por otra parte, los partidos mayoritarios en la última elección, conservador y laborista, se enfrentan a una crisis de confianza, el primero y de credibilidad, el segundo, que les colocan en una situación frágil ante un electorado nada dogmático, acostumbrado a votar según la fiabilidad que le merezcan las actuaciones de gobierno y los programas electorales.

El congreso laborista clausurado en Bournemouth el pasado viernes ha visto el triunfo personal del galés Neil Kinnock como líder del movimiento laborista, frente a las tendencias radicales de su propio partido, representadas por el líder minero Arthur Scargill, que pretendía que un futuro Gobierno socialista se comprometiera a enmendar la plana a los tribunales de justicia, y los concejales del Ayuntamiento de Liverpool, que querían una amnistía para los consejos municipales que se saltaban a la torera los límites presupuestarios impuestos por el Gobierno central. El triunfo de Kinnock frente a estas tendencias ha sido total, y puede resumírse en el telegrama de felicitación de la actriz Glenda Jackson. "Enhorabuena, ya era hora". Pero sin embargo, la verdad es que ambas propuestas de las tendencias radicales consiguieron la aprobación del plenario, aunque no obtuvieran los dos tercios necesarios para convertirse en política oficial socialista.

Por su parte, el partido conservador inicia el martes sus sesiones en el congreso anual con tres obstáculos difíciles de saltar en la carrera para obtener la victoria en las próximas eleciones generales: unas encuestas de opinión constantemente adversas, un paro creciente y una pregunta sobre la capacidad de liderazgo de Margaret Thatcher, consecuencia directa de los dos primeros obstáculos.

A dos o tres años de las próximas elecciones generales, la pelota parece estar en el tejado de las tres grandes formaciones políticas británicas. La alianza lideral socialdemócrata tiene que. demostrar dos cosas: primera, que tiene un equipo capaz de ser alternativa de gobierno, y segunda, que puede producir un programa electoral coherente merecedor de la aceptación y la confianza del electorado, un tema difícil, si se tienen en cuenta las diferencias de opinión de los dos partidos de la coalición en temas tan fundamentales como el de defensa.

Por su parte, los laboristas tienen que demostrar que el triunfo de Kinnock en Bournemouth es permanente y no circunstancial. El electorado británico sigue huyendo de todo programa maximalista, como el que el laborismo ofrece si se lee con atención la letra pequeña después de su conferencia anual.

Y los conservadores tienen ante sí la tarea de reconquistar un electorado, ahora perdido, que compartió con ellos en dos ocasiones la teoría de que el Reino Unido era un enfermo grave, pero que está horrorizado ante la perspectiva de que la terapéutica aplicada acabe por matar al enfermo.

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