Tribuna:

Mr. Gilito

Si la discusión sobre Tintín causó estragos el pasado curso académico y logró, por fin, dividir a la dormida y generalmente pastelera intelectualidad española en dos ariscos e irreconciliables bandos, en la temporada cultural que ahora se inaugura le toca el turno polémico al pato Donald. Sostiene la filosofía posmoderna que vivimos en la era de la discontinuidad, en el tiempo de los acontecimientos que parecen surgir de ninguna parte y no conducen a parte alguna. Es una atractiva hipótesis literaria, aunque científicamente errónea. El salto de Tintín a Donald demuestra la existencia de un res...

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Si la discusión sobre Tintín causó estragos el pasado curso académico y logró, por fin, dividir a la dormida y generalmente pastelera intelectualidad española en dos ariscos e irreconciliables bandos, en la temporada cultural que ahora se inaugura le toca el turno polémico al pato Donald. Sostiene la filosofía posmoderna que vivimos en la era de la discontinuidad, en el tiempo de los acontecimientos que parecen surgir de ninguna parte y no conducen a parte alguna. Es una atractiva hipótesis literaria, aunque científicamente errónea. El salto de Tintín a Donald demuestra la existencia de un resistente hilo conductor en la vida cultural del país, de una sólida continuidad en nuestros discursos polémicos.En apenas una semana, tres de nuestras mejores plumas han iniciado la caza al pato. Benet, Cándido y Vicent, con sus cegadores estilos en bandolera y munición razonadora de grueso calibre, más adecuada para acometer un safari contra el paquidermo Ronald que contra el palmípedo Donald, han declarado por su cuenta y riesgo la guerra a la futura Disneylandia. Puedo comprender las argumentaciones patrióticas de los admirados escritores para oponerse con tamaña furibundia a la colonización del Mediterráneo por las tropas del general Disney, pero llegan tarde. Desde hace medio siglo, por lo menos, esos patos, ratones, cervatillos, perros, cerditos y gatos parlanchines, contra los que ahora disparan con rifle de matar elefantes, forman parte principalísima, irreversible, de la actual cultura mediterránea; tanto como ese penetrante tufo a hamburguesa, katchup, hot dog, pizza, Coca Cola y Nivea que arrastran los vientos terrales por el viejo mar de los fenicios, griegos, romanos, árabes y cristianos. La llegada a nuestras costas de la factoría Disney no hace más que sancionar industrialmente un hecho consumado, un pato consumido. Basta echar un vistazo a esos neones, chiringuitos, tiovivos, logotipos, escaparates y camisetas puntiagudas que rodean el Mediterráneo para comprobar que, como en el caso de la OTAN, ya vivimos dentro de Dinseylandia. Y si el pato Donald está aquí, y está, lo lógico es que ahora venga el tío Gilito para sacarle la pasta gansa.

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