NECROLÓGICAS

Francico Calés, un maestro de la generación del 52

El pasado sábado falleció en Villa del Prado (Madrid), Francisco Calés Otero. La muerte del músico, a los 60 años de edad, priva al Real Conservatorio Madrileño de uno de sus catedráticos más solventes y concienzudos. Hombre de sólida formación, perfeccionada junto a su padre, Francisco Calés Pina, unía a sus estudios musicales los de la carrera de derecho. Era, pues, una de las personificaciones, tan deseables, del músico universitario abierto a todas las tendencias, aun cuando él cultivara la suya propia como compositor, poco dada a la vanguardia, cuya técnica y estética conocía, sin embargo...

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El pasado sábado falleció en Villa del Prado (Madrid), Francisco Calés Otero. La muerte del músico, a los 60 años de edad, priva al Real Conservatorio Madrileño de uno de sus catedráticos más solventes y concienzudos. Hombre de sólida formación, perfeccionada junto a su padre, Francisco Calés Pina, unía a sus estudios musicales los de la carrera de derecho. Era, pues, una de las personificaciones, tan deseables, del músico universitario abierto a todas las tendencias, aun cuando él cultivara la suya propia como compositor, poco dada a la vanguardia, cuya técnica y estética conocía, sin embargo, profundamente. Catedrático de solfeo, primero, y de composición, después, Calés Otero dirigió el conservatorio durante unos años a partir de 1966, después de la breve etapa de Cristóbal Halffter. Puso orden en todo y mantuvo una línea de seriedad y cumplimiento a todas luces ejemplar.En 1949 obtiene su primer galardón, el Premio Eduardo Aunós, del Círculo de Bellas Artes, por su Sonata en re mayor para violín, y dos años después ganó el Premio Extraordinario de Composición con su Scherzo para orquesta. El estupendamente escrito Cuarteto en sol, de 1954, fue distinguido con el Premio Conrado del Campo, y la cantata Cantantibus organis, para solos, coro y orquesta, con el Premio Nacional del mismo año. Uno de los primeros estrenos promovidos por Radio Nacional de España, poco después de mi llegada a la dirección musical de la radio del Estado, fue precisamente esa obra, aplaudida en el Ateneo y reveladora de un anticipado saber.

Muy divulgado fue el Retablo de Navidad (1951), las piezas pianísticas sobre temas sefardíes o las canciones sobre versos de García Lorca, así como el Scherzo-fantasía para piano, premio Javier Alfonso 1956.

De la misma quinta que Miguel Alonso y José Cercós y un año más joven que José Peris y Pascual Aldave, Francisco Calés formaba parte de la por unos denominada generación de 1952 y por otros de 1931, y aportaba al amplio grupo que relanza nuestra música después de la guerra civil matices diferenciales y talante de elevado magisterio. Cinco años después que Calés nacen Cristóbal Halffter, Luis de Pablo, Manuel Castillo y Miguel Groba. Hasta los más arriesgados experimentalistas han conocido las enseñanzas de Calés, que supo impartir con flexible criterio.

Con la muerte de Calés Otero desaparece un auténtico maestro en toda la extensión del término, uno de esos hombres capaces de enlazar con el pasado europeo y español, del que era entusiasta estudioso y admirador, bien se tratase del contrapunto, bien del españolismo de los grandes maestros de la zarzuela.

Calés, enterrado en Villa del Prado, pueblo ligado desde muy antiguo a la familia, deja dos hijas -Marisa y Carmela- habidas de su matrimonio con María Bourdet Salves.

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