Tribuna:

Sirio

Pues verán: estaba yo dándole a la radio cuando hete aquí que entre las ondas se me cuela una música de órgano melifluo, una voz solemne y compungida, una cosa muy rara: "Créeme, Amenothep", decía la engolada voz impunemente, o bien, "trigésimo primer gong, oh Anubis", aunque no se escuchase gong alguno, sino ese órgano monótono y crispante, esa discordancia taladrante. Era una emisora mística y pirata, Radio Sirio.Prendida me quedé al asunto, he de admitirlo, sobre todo porque al instante dio comienzo una charla de cuatro o cinco personas a micro abierto, el órgano detrás dando el azote. Habl...

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Pues verán: estaba yo dándole a la radio cuando hete aquí que entre las ondas se me cuela una música de órgano melifluo, una voz solemne y compungida, una cosa muy rara: "Créeme, Amenothep", decía la engolada voz impunemente, o bien, "trigésimo primer gong, oh Anubis", aunque no se escuchase gong alguno, sino ese órgano monótono y crispante, esa discordancia taladrante. Era una emisora mística y pirata, Radio Sirio.Prendida me quedé al asunto, he de admitirlo, sobre todo porque al instante dio comienzo una charla de cuatro o cinco personas a micro abierto, el órgano detrás dando el azote. Hablaban de cómo antes se habían creído diferentes a los demás mortales, y por tanto desgraciados, hasta que después encontraron la secta o religión que nos ocupa, descubriendo así que su diferencia era la que aureola al elegido y que la vida era un deleite, una bicoca. Hablaban, en realidad, del miedo, de la soledad, del sufrimiento. De esa desolación que tanto abunda en la crispada sociedad en que vivimos, aunque ellos se empecinasen en repetir que eran distintos.

Y así, una mujer decía, como prueba de su originalidad, que su familia la torturaba repitiendo eso de que: "si sigues así no llegarás a nada". Un varón explicaba algo que he oído en muchos bares, a saber, "yo ya intuía desde chico que eso de amar a una sola mujer no podía ser". Y un tercero, en fin, contó muy bien una expresiva historia: "De niño me compré un balón de reglamento para que me aceptaran los demás. Yo era el único de la clase que tenía un balón así. Así es que los niños jugaban con mi balón y yo me sentaba a ver cómo jugaban". Decían esto charloteando como críos, entre risas nerviosas y a destiempo.

El resto es previsible: todos descubrieron un buen día la secta de Tebas en Acuario y comprendieron que estaban predestinados, que había un lugar en el mundo para ellos. Yo no sé quienes son, pero les reconocí muy fácilmente: esa congoja tan común, esa necesidad de hallar cobijo aunque sea pasando por Osiris y por todas las momias del Oriente. Y no supe si ceder a la ternura o estremecerme.

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