Editorial:

Los desnudos y el garrote

EN REALIDAD, la diferencia entre vestidos y desnudos en las playas se ha reducido ya a lo que el pueblo llama semejante parte; todo lo demás es perfectamente visible. Sin embargo, la cuestión de esa superficie, no por pequeña intrascendente, está causando ya, como todos los años por estas fechas, algo más que polémicas: estacazos. La necesidad que sienten algunos de que el trozo secularmente clandestino se beneficie por fin del sol y el agua parece tan apremiante como la de los guardianes del pudor de que semejante liberación no suceda. Por algunas razones poco claras, la guerra del des...

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EN REALIDAD, la diferencia entre vestidos y desnudos en las playas se ha reducido ya a lo que el pueblo llama semejante parte; todo lo demás es perfectamente visible. Sin embargo, la cuestión de esa superficie, no por pequeña intrascendente, está causando ya, como todos los años por estas fechas, algo más que polémicas: estacazos. La necesidad que sienten algunos de que el trozo secularmente clandestino se beneficie por fin del sol y el agua parece tan apremiante como la de los guardianes del pudor de que semejante liberación no suceda. Por algunas razones poco claras, la guerra del desnudismo es especialmente atroz en algunas zonas de Galicia, y va unos aspectos político-sociales que parecen desbordar la pura naturaleza de la cuestión. Bastantes curas, guardias civiles, algún alcalde, determinados jueces y lo que podríamos llamar la parte tradicional de la población están en contra de la liberación de las zonas pudendas, mientras una parte juvenil y que se considera moderna desafía las amenazas legales y hasta los golpes para defender lo que considera su derecho. El jefe de la oposición, Fraga Iribarne, en su doble condición de gallego y de conservador, ha hecho oír su voz en contra del desnudo total, e incluso del parcial cuando se refiere a las damas, aunque algunos le hayan recordado que puede costarle algunos votos.Una vez más, se trata del viejo asunto de la tolerancia y la intolerancia, y de la facilidad con que esta última se apoya en el garrote. Unos proclaman su derecho de no ver a los otros, mientras los otros insisten en que simplemente no miren, y así no verán. Pero el problema de fondo se presenta cuando la violencia parece el único método de razonamiento del que son capaces: hay sistema, en un cualquier sociedad democrática, que permiten llegar a todo tipo de acuerdos para que los desnudos enseñen y los vestidos no vean, para que todos en definitiva ejerzan su derecho y su libertad sin invadir el terreno ajeno. En cambio, la aplicación de la piedra y el palo debe estar definitivamente proscrita, y las fuerzas públicas y judiciales están obligadas a castigar a los apaleadores, por púdicos que vayan, antes que que a los apaleados, por obscenos que les parezcan. La condena de seis años y un día de inhabilitación profesional impuesta a un desnudista es del todo excesiva, bastante más escandalosa en sí que el hecho que quiere castigar. Hay todavía 14 personas bajo acusación y proceso, fijado para el 5 de septiembre, que enfrentan sentencias posiblemente similares. Es necesario saber a qué son sentenciados los que utilizan la estaca y la injuria verbal contra pacíficos bañistas desnudos. Y es necesaro garantizar el derecho de estos a tomar el sol en cueros vivos sin visitar la cárcel ni incurrir en antecedentes. Y lo que es necesario sobre todo es acabar con este gran esperpento nacional en el que los que no tienen yate no pueden tomar el sol desnudos sin que la barbarie jupiterina de la inquisición caiga sobre ellos en forma de piedras, abusos y vejaciones de todo tipo.

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