Tribuna:

La juventud sumergente

Lo que hacemos es en general mucho más veraz y sensato -si no más interesante- que lo que pensamos o decimos. En la acción convergen nuestros reflejos personales y ancestrales, nuestro olfato y nuestro instinto de supervivencia. En el discurso, por el contrario, dominan los imperativos de la articulación lógica o de la legitimación personal: la gramática de los motivos de que hablaba Burke se ve entonces estilizada por la retórica de los argumentos. Cierto es que nuestras especulaciones pueden adquirir entonces una nueva libertad: menos funcionales e interesadas, nuestras ideas pueden h...

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Lo que hacemos es en general mucho más veraz y sensato -si no más interesante- que lo que pensamos o decimos. En la acción convergen nuestros reflejos personales y ancestrales, nuestro olfato y nuestro instinto de supervivencia. En el discurso, por el contrario, dominan los imperativos de la articulación lógica o de la legitimación personal: la gramática de los motivos de que hablaba Burke se ve entonces estilizada por la retórica de los argumentos. Cierto es que nuestras especulaciones pueden adquirir entonces una nueva libertad: menos funcionales e interesadas, nuestras ideas pueden hacerse entonces más interesantes; más desencarnadas, pueden así llegar a ser geniales si no se quedan simplemente en triviales. Pero lo que en cualquier caso falta ya a tales discursos es la urgencia e inmediatez que hace de aquellas conductas y convicciones una excrecencia inmediata, veraz y definitiva, de nuestras necesidades... Precisamente todo lo que rezuma este calco fiel y testimonio inapelable de nuestra situación que son las posturas juveniles.Cuando la edad enseñe a los jóvenes a disociar la inteligencia de la sensibilidad, cuando les obligue a matizar la experiencia con la memoria, llegarán sin duda a tener también ideas. Por el momento, sin embargo, todo ello forma todavía un conjunto integrado de sensaciones, emociones y reacciones donde no cabe apenas la distancia y abstracción que podrían hacer su discurso genial... o trivial. De ahí que debamos tomar sus actitudes nada más, pero tampoco nada menos, que como un síntoma inequívoco, una muestra fidedigna, un testimonio irrefutable.

Ahora bien, ¿qué nos muestra el testimonio de la juventud sumergente de nuestra época -esta juventud a la vez sumergida y excedente-? Ante todo está claro que, frente a los discursos políticos convencionales, estos jóvenes manifiestan, bien un interés prepolítico por su supervivencia personal e inmediata, bien una atención metapolítica hacia procesos ecológicos que ellos no pueden ni quieren despachar ya con el "cuán largo me lo fiáis" de sus mayores. Perdida la esperanza de conquistar su parte alícuota en el crecimiento keynesiano y/o en la redistribución socialdemócrata, tiende igualmente a desaparecer la solidaridad y sentido de aventura que caracterizó a la juventud crítica de los sesenta. De la comunidad a la competitividad, de la solidaridad al sálvese quien pueda, de la contracultura a la simple y confesa incultura, del heroísmo de campus a la heroína de suburbio, del hacer política al hacerse la vida.

"¡Pero qué poco idealistas estos muchachos!", exclamamos, desde la tribuna de nuestro tradicional-progresismo, frente a esta juventud sumergente. Obsesionados unos en su carrera e integración; derrotados los otros de antemano, en ninguno de ellos conseguimos reconocer los adultos aquel sano espíritu rebelde y experimental que desde siempre se ha querido -y creado- para los jóvenes. Desde siempre, en efecto, la sociedad descubrió que una demasiada rápida asimilación de los objetivos e ideales de la edad adulta podía no resultar adaptativa; que convenía más bien un período de divagación y experimentación en el que los jóvenes gasten sus excesivas energías antes de entrar en el estadio ético de la profesión y el matrimonio. Pero esta necesidad se hizo más perentoria desde que la revolución industrial dotó de un nuevo valor la capacitación técnica, cultural y profesional. Fue entonces cuan do la sociedad burguesa se dedicó a una deliberada manufactura de imberbismo con el fin de alargar los años de formación de sus cachorros: "formación sexual retardataria" (Freud), "invención y amueblamiento de la adolescencia" (Ariés), "invasión por la escuel de las horas posmeridianas (Pla), "fomento neoténico del talante errático y disperso" (Tinbergen), etcétera. Todas las variantes culturales y locales, en fin, que de la Casa de la Troya en el mundo han sido.

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El éxito de estas técnicas (así como de la moral que de ellas resulta) se sostiene, sin embargo, sobre unas expectativas razonables de integración, y tiende a hacer crisis cuando, como ocurre hoy, estas posibilidades se disipan: cuando hacer de oposición radical no es ya hacer oposiciones "por otra vía"; cuando la rebeldía no resulta también un medio para perder la última n de penene. Hace tiempo que los etólogos comprobaron que en el reino animal la sana conducta explora-

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toria sólo se produce en condiciones de seguridad y relativa plasticidad ambiental. La falta de perspectivas y de permeabilidad con el mundo adulto favorecen, por el contrario, bien la precoz ansiedad por la integración, bien la inhibición obsesiva -dos actitudes que se compadecen mal con lo que nuestra cultura había codificado como conductas juveniles o adolescentes...-.

Cierto es que la llamada vanguardia artística y cultural consiguió en cierto sector el milagro de hacer de la experimentación un talante estable, una profesión instalada y remunerada. Pero en. condiciones -y cotizaciones normales, no hay modo de convencer a la gente que experimente no para prepararse, sino para aparcarse: como ceremonia de iniciación... al paro.

En los años cincuenta, la general theory trató de definir la conducta de los jóvenes como función de dos variables: los objetivos o ideales que socialmente se les ofrece, y las reglas de procedimiento que esta misma sociedad autoriza para su cumplimiento. Los objetivos pueden ser relativamente diversos: poder, dinero, éxito, realización personal, expansión nacional, etcétera. Las reglas que definen con qué medios es o no legítimo alcanzar aquellos objetivos pueden variar también: conseguirlos sin robar o sin humillarse, con trabajo o con dignidad, etcétera. Pero lo importante desde un punto de vista de la integración social de los jóvenes no es tanto la naturaleza de estas reglas e ideales como su compatibilidad relativa. Cuando la distancia o lateralidad entre medios y fines aumenta, cuando resulta más y más difícil alcanzar los objetivos socialmente promulgados por los cauces sancionados, aparecen dos tipos de conducta extremos y contrapuestos -pasar de y pasarse a- que mantienen entre sí una relación catastrófica: un poco más allá, y la inhibición total o basotismo; un poco más acá, y la integración pura o carrerismo.

Pues bien, parece evidente que hoy ha aumentado la fuerza y vivacidad con que los ideales de éxito, riqueza o fama bombardean a los jóvenes desde las vallas publicitarias hasta las pantallas de televisión, y que en la misma medida han crecido las dificultades a que se enfrentan para alcanzar ortodoxamente tales ideales; que el reconocimiento teórico M derecho -e incluso la obligación- que tienen a aspirar a tales ideales ha andado parejo -con los impedimentos prácticos para alcanzarlos. Desde esta perspectiva, sólo una distracción del incierto futuro llamada educación -o una más cierta e inmediata destrucción llamada droga- permite a muchos de ellos olvidar su naturaleza de excedentarios o residuales crónicos. Y olvidar sobre todo estos ojos adultos que los pueden mirar con aceptación o incluso con cariño, pero ante los que se sienten más tolerados que necesitados; percibidos como parte del problema, más que como ingrediente o esperanza para su solución...

De ahí la justeza y justicia de, sus desconcertantes respuestas que hemos de empezar por reconocer si no queremos acabar en un patético y corporativo llamamiento que ya se insinúa: "jóvenes del 68 del mundo entero, uníos". .

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