Editorial:

Carrillo

LA CARTA firmada por Santiago Carrillo y una veintena de sus partidarios, dirigida a preparar su defensa legal frente a la decisión de separarlos del Comité Central, es también -y fundamentalmente- el acta de nacimiento de una nueva escisión comunista, encabezada por el ex secretario general y resuelta a constituirse en una fracción autónoma. Las inculpaciones entre mayoritarios y minoritarios, que se acusan mutuamente de haber infringido los estatutos del PCE, resultan difícilmente comprensibles para las personas ajenas al conflicto. Pero en cualquier caso, la decisión, desde ayer oficial, de...

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LA CARTA firmada por Santiago Carrillo y una veintena de sus partidarios, dirigida a preparar su defensa legal frente a la decisión de separarlos del Comité Central, es también -y fundamentalmente- el acta de nacimiento de una nueva escisión comunista, encabezada por el ex secretario general y resuelta a constituirse en una fracción autónoma. Las inculpaciones entre mayoritarios y minoritarios, que se acusan mutuamente de haber infringido los estatutos del PCE, resultan difícilmente comprensibles para las personas ajenas al conflicto. Pero en cualquier caso, la decisión, desde ayer oficial, de separar a Carrillo de la dirección del PCE marca una frontera en la historia del partido y en la de España. No exageramos: la presencia de Carrillo al frente del Partido Comunista de España ha marcado poderosamente la historia de la izquierda española durante la dictadura y durante la transición.Santiago Carrillo y sus seguidores gobernaron con mano de hierro la organización del PCE mientras ejercieron el poder. En el otoño de 1981, el ex secretario general decidió disolver el Comité Central del Partido Comunista de Euskadi, destituir a seis miembros del Comité Central del PCE y expulsar de la organización a 12 concejales comunistas del Ayuntamiento de Madrid y a centenares de destacados militantes. Un breve repaso de las abundantes purgas realizadas dentro del PCE durante el mandato de Carrillo permite contemplar con escepticismo sus metáforas sobre la ley de fugas, sus denuncias contra los "procedimientos represivos" de la actual dirección y sus idealizadas descripciones de la democracia interna reinante en la organización comunista antes de octubre de 1982.

La polémica en torno a las dimensiones legales del actual conflicto, incluida una disquisición sobre la titularidad jurídica de los locales y cuentas bancarias de las organizaciones regionales comunistas, y la discusión sobre los derechos de las minorías sirven de pórtico para que Carrillo y sus seguidores, hasta hace poco predominantes en Madrid y Valencia, anuncien la creación de su propia fracción, disfrazada bajo el artificio de que esa nueva escisión comunista también tendría derecho a utilizar las siglas registradas del PCE. Preciso es reconocer la tenacidad y perseverancia de Carrillo, cuya vocación ,política y espíritu de lucha le mueven a seguir peleando en condiciones altamente adversas. Sin embargo, la resistencia del ex secretario general del PCE producirá estragos en el conjunto de la familia comunista, desgarrada ya por la escisión prosoviética de Ignacio Gallego y amenazada ahora por la fracción de Carrillo, lo bastante fuerte para perjudicar electoral y organizativamente al PCE y a Comisiones Obreras.

En la carta documento de Carrillo, los actuales dirigentes del PCE son denunciados por su apoyo crítico al i3lobierno socialista y por haber cometido al menos "dos errores importantes": aplaudir el decreto-ley de expropiación de Rumasa y respaldar la reforma militar propiciada por Narcís Serra en el otoño de 1983. Santiago Carrillo, cuya colaboración con la estrategia de la reforma pactada hizo posible la transición pacífica a la democracia y que se ofreció a suscribir un pacto de legislatura y de gobierno con Adolfo Suárez, considera, sin embargo, que la llegada al poder de los socialistas hace imprescindible un giro hacia la izquierda del PCE. El absurdo político implicado en la glorificación del centrismo de Suárez y la satanización del socialismo de Felipe González es salvado con el argumento de que la confrontación abierta con el PSOE "es el único medio de impulsar dentro de éste y de UGT las corrientes de izquierda, condición necesaria para abrir nuevas perspectivas unitarias y de cambio dentro de la clase obrera y los sectores populares".

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La carta programa desentierra el fantasma de la ".campaña ideológica anticomunista", lanzada para "desarmar a la clase obrera", agudizada "a medida que se agrava la crisis general del imperialismo y crece el peligro de guerra" y asumida en sus ecos por los actuales dirigentes del PCE. El documento exhorta a los comunistas a no dejarse "desmoralizar por fenómenos negativos producidos en el campo del socialismo". Mientras subsista el capitalismo, la segunda revolución industrial sólo logrará "aumentar progresivamente el número de desempleados, de desheredados, de auténticos proletarios en el sentido romano de la palabra". Se explica, en consecuencia, que la fracción de Carrillo, tan cercana al grupo de Ignacio Gallego por su concepción del partido, por su estrategia de enfrentamiento con el Gobierno socialista y por su apocalíptica visión del futuro, llame a "la unidad de los comunistas" en un mismo partido, del que sólo estarían excluidos los actuales dirigentes del PCE.

El desenlace de esta historia, que arrojará a Carrillo del seno de una organización a la que dedicó cincuenta años de su vida y de la que fue su líder carismático (admirado hasta la ceguera y aplaudido hasta el cansancio por quienes hoy le critican ásperamente), constituye un dramático ejemplo de los brutales costes personales implicados en las luchas partidistas. Que el ex secretario general del PCE reciba ahora un trato parecido al que sufrieron anteriormente sus rivales, sacrificados en purgas todavía más crueles, es una triste ironía del destino. Flor lo demás, resulta incierto que su nueva maniobra política acabe otorgándole algún protagonismo efectivo en la vida pública española. Pero es seguro que la historia le reserva, como decíamos, un lugar preferente, y merecido, en sus páginas.

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