Tribuna:

El tic

Culminaba una de las Semanas Santas más laicas de la historia de España, y me entregué al debate de La clave entre creyentes a lo divino, creyentes a lo terrestre y no creyentes así en la tierra como en el cielo. Me hacía cruces, es un tic, de lo mucho que ha cambiado la conciencia individual y colectiva de los ciudadanos de un Estado hecho a cristazo limpio. Los cines han programado lo que han querido, Televisión Española no puede atribuir a consignas celestiales el que su programación siga estando más invertebrada que la izquierda; cada cual ha hecho de su Semana Santa un sayo, y esta...

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Culminaba una de las Semanas Santas más laicas de la historia de España, y me entregué al debate de La clave entre creyentes a lo divino, creyentes a lo terrestre y no creyentes así en la tierra como en el cielo. Me hacía cruces, es un tic, de lo mucho que ha cambiado la conciencia individual y colectiva de los ciudadanos de un Estado hecho a cristazo limpio. Los cines han programado lo que han querido, Televisión Española no puede atribuir a consignas celestiales el que su programación siga estando más invertebrada que la izquierda; cada cual ha hecho de su Semana Santa un sayo, y esta vez no se ha filtrado el miserere por los tabiques. Y además ahí está, en la pequeña pantalla, ese puñado de hombres liberales y justos que aportan sus criterios opuestos por el vértice. ¡Y pensar que por un 10% de lo que allí se dijo alguien se creyó legitimado para armar una guerra civil!Y de pronto toma o le pasan la palabra a Gustavo Bueno, y el filósofo de Oviedo se desmelena y acusa a un jesuita en particular y a los nuevos curas en general de jugar con dos barajas: la creencia como don gracioso concedido por Dios y la creencia avalada por su instalación cultural. O lo uno o lo otro, pedía Gustavo Bueno. Tampoco le gustaba al filósofo materialista no vulgar que los curas hayan dejado de ser apostólicos y vayan por la vida ofreciendo esperanzas no comprobables. Llegué a sospechar que Bueno prefería aquellos tiempos en que los curas se te echaban encima con la vara reconvertible: con flores o con nudos, según la circunstancia, y trataban de llevarte al cielo aunque fuera a rastras. Las cosas, claras.

Y me sorprendí a mí mismo puesto en pie, tratando de contener a Gustavo y de lanzarle cautelares mensajes: "Cuidado, Gustavo. No la armes. Que te empaquetan. Por tus muertos, Gustavo, no seas suicida". Y así estuve hasta que me di cuenta de que estábamos en 1985 y que las cosas han cambiado. La sociología de la cultura ha amansado a los teólogos, las estadísticas han hecho humildes a los obispos y la buena visibilidad ha hecho marxistas a los cristianos populistas. ¿Qué más quieres, Gustavo? Como dijo Confucio, todo lo demás nos será dado por añadidura.

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