Tribuna:

El descansillo

Eran tan graciosas las casas antiguas, tan divertidas. Las escaleras tenían su precioso barandado, muy rico en adornos, barandado en el que nuestros abuelos apoyaban sensatamente la mano para ayudarse en la penosa ascensión. Porque la ascensión sería penosa y pausada, de seguro. La prisa, la urgencia en el vivir, el tocar el claxon con irritación cuando alguien se demora demasiado ante el cambio de luz en el semáforo, lo hemos creado nosotros, los nietos de esos abuelos. La velocidad -velocidad que, por otra parte, nos sirve para llegar a ninguna parte- es enteramente nuestra. Examinad una cas...

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Eran tan graciosas las casas antiguas, tan divertidas. Las escaleras tenían su precioso barandado, muy rico en adornos, barandado en el que nuestros abuelos apoyaban sensatamente la mano para ayudarse en la penosa ascensión. Porque la ascensión sería penosa y pausada, de seguro. La prisa, la urgencia en el vivir, el tocar el claxon con irritación cuando alguien se demora demasiado ante el cambio de luz en el semáforo, lo hemos creado nosotros, los nietos de esos abuelos. La velocidad -velocidad que, por otra parte, nos sirve para llegar a ninguna parte- es enteramente nuestra. Examinad una casa antigua y veréis que nuestros abuelos no tenían prisa. La parsimonia de entonces fue sustituida por la urgencia y la aceleración de nuestros tiempos.De todos los detalles antiguos de una casa antigua es el descansillo de la escalera el que más divertido me parece. ¿Os imagináis a alguien descansando en uno de esos asientos? También los ascensores -lentos, majestuosos, pausados- tenían su asiento. ¿Os imagináis a alguien camino del segundo piso sentado, muy serio, a lo mejor con el sombrero puesto, descansando en el interior del ascensor? No, el hombre de hoy no se puede imaginar estas cosas. Pero es obvio que el hombre de ayer era propenso a sentarse en todas partes. En los más insólitos rincones se apresuraba a colocar un descansillo.

Y yo no digo que en esto del descansillo de la escalera, que en esto del asiento de los ascensores haya una lección que aprender. Supongo que no la hay, porque una cosa es vivir aceleradamente, como ahora vivimos, y otra es tomar asiento en un ascensor cuando uno ha pulsado el botón del principal.

Sólo que a mí este tema del descansillo me sugiere que el hombre -al menos el hombre de ayer- sí que contaba, entre sus previsiones, que de cuando en cuando conviene en la vida de uno detenerse un poco, parar durante unos instantes. Pararse y meditar. Levantar el pie del acelerador y, no sé, quedarse un rato en punto muerto. Mirarse dentro de uno mismo. Vamos deprisa, tenemos urgencia, constantemente estamos consultando el reloj; nos enfadamos si alguien nos quita el turno; chasqueamos disgustadamente los labios cuando un semáforo se nos pone rojo. Pero, ¿por qué tenemos tanta prisa? ¿Adónde vamos? ¿No será que nuestra urgencia es esa máscara con la que tratamos de ocultar que, de hecho, no vamos a ninguna parte?

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Creo que nos conviene tomar asiento de cuando en cuando en el descansillo de la escalera de nuestra vida y mirar un poco hacia adentro, reflexionar. Reflexionar acerca de sí; realmente nuestra existencia tiene un sentido, un propósito nuestra vida, una meta al final de esta desenfrenada carrera.

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